Sobre el andrógino, la homosexualidad o, simplemente, nuestra condición de seres sexuados

Comienzo transcribiéndoles el siguiente cuento que forma parte de A su imagen y semejanza, para que puedan seguirme en mis reflexiones siguientes.


Cuando su cuerpo despertó a la carnalidad, Karin, en ese entonces Alejandro, todavía vivía en el barrio popularmente llamado de los “Cuernos de Batlle”. Era el segundo de tres hermanos varones y, si bien sus padres los habían criado de la misma manera, Alejandro salió diferente. Siempre le había gustado jugar con las nenas, robarle los visos a la madre y vestirse de princesa. Cuando iba con los hermanos al campito frente a la casona donde hoy está el Edificio Libertad, que en ese entonces era un inmenso conventillo, todos los chiquilines del barrio jugaban al fútbol, pero Alejandro sólo quería hacer de hinchada y mirar desde afuera. Los amigos de sus hermanos eran pibes bien de barrio, de esos que en las tardes de verano se sientan sin propósito en el murito de un vecino y hablan por horas del clásico del domingo, de un par de jovencitas que acaban de pasar haciendo volar, en su contoneo, el ruedo del vestidito corto, o de lo horrible que les va en una materia en el liceo. Alejandro no se les acercaba, porque se moría de vergüenza, nunca supo bien de qué, pero acaso era ese sentimiento puramente femenino de las adolescentes nuevas, que se sienten vulnerables
frente a los varones del clan y nunca se consideran lo suficientemente bellas como para arrimárseles sin ser merecedoras de burlas. Ellos tampoco se le acercaban, porque a pesar del cambio que había comenzado a observarse, sabían que no era la hermana de un amigo, sino el hermano, y los laberintos de los jóvenes cerebros se hacían más intrincados.
Posiblemente por eso sus primeros amoríos no fueron con conocidos del barrio, sino con chicos que se cruzaba en algún baile, a quienes seducía con su coqueta sonrisa, los vaqueros ajustados y su pelo crecido. Sólo les ofrecía algunos besos y cuando se les iban las manos los frenaba diciéndoles que quería llegar virgen al matrimonio. Era una excusa perfecta en aquella época, cuando todavía funcionaba el argumento que muchas madres obstinadamente predicaban y muchas chicas practicaban de corazón. Así, más de uno, cuando el padre de Alejandro los encontraba apretando en el zaguán, se había ligado una buena paliza y había huido despavorido gritando: “¡Yo no sabía que era un varón!”
Miguel, sin embargo, era del barrio y nunca le había dedicado siquiera una mirada. Él fue su primer gran amor. Alejandro iba todas las tardes a la casona a verlo jugar, se cepillaba el pelo, se perfumaba, preparaba su mejor mirada y se sentaba bajo unos árboles con las hermanas de otros muchachos a comentar sobre ellos. Miguel era altísimo, un físico esculpido en mármol, ya maduro, porque lo aventajaba en varios años, y tenía un pelo rubio brillante y unos ojos claros como el cielo mediterráneo. Años de ilusiones se le fueron en esa canchita, y cuando conquistaba a desconocidos, mientras los besaba cerraba los ojos, imaginando
que eran Miguel.
Una noche de verano, estaba Alejandro en la vereda cuando lo vio pasar en la motito. Alejandro tenía catorce años, y la sangre le murmuraba desde dentro del cuerpo cosas alegres y cosas audaces. Ese día se había puesto unos bermudas jean ajustados en las caderas, un bucito que le dejaba al aire la panza magra de muchacho, y llevaba el pelo atado atrás, en una colita híbrida, ésa que cada día,para ir al liceo, escondía bajo  la camisa y disimulaba con un pañuelo o una bufanda. Se había sentado en el murito frente a su edificio a bobear, saludando a vecinos, fumando un cigarrillo y esperando a que apareciera alguna amiga para chusmear. Miguel pasó por la avenida y, casi sin intención, miró hacia él. A Alejandro el corazón se le fue corriendo del cuerpo y por un segundo no pudo respirar, pero el impulso vital de un momento atrás le permitió alzar una mano tímida en señal de saludo. Le pareció que Miguel quedó prendido del saludo, porque volvió el rostro varias veces; media cuadra más allá se detuvo definitivamente, se bajó de la motocicleta, subió a pie a la vereda y fue caminando con su paso perezoso, empujando la motito a través de los canteros permanentemente descuidados de esa cuadra, donde en lugar de césped, como más adelante en la avenida, siempre hubo pedregullo, baldosas quebradas y barro. Una travesía pareció la distancia entre su moto enlentecida y el murito, desde donde Alejandro aguardaba pensando si hoy se habría puesto la ropa correcta, si su pelo estaba limpio, cuidadosamente al descuido como le gustaba fingir, si a él le gustaría la colita o preferiría el pelo suelto; en fin, ya no había tiempo de hacerse mala sangre porque él estaba a unos pocos metros. Entonces sólo se puso su mejor sonrisa, y así comenzaron a hablar de bobadas, de qué calor que hacía, de qué andaban haciendo solos en la calle a esa hora, de qué linda que estaba su moto, de si levantaba mucha velocidad o no, de si sólo era un cacharro viejo.
—Yo ando tomando mi último aire, porque mañana me caso —dijo Miguel.
A Alejandro un espasmo le congeló el pecho, pero siguió con la coqueta expresión cómplice en la cara.
—Con razón nunca me diste bola… ¡Y yo no sabía que tenías novia!
Él festejó el atrevimiento con una risotada que le salió de la boca como una ristra de cascabeles.
—¿Qué tiene que ver mi novia…? No sé… era por tu edad… nunca nos hablamos mucho… a vos nunca te vi jugando un partido…
Todavía le seguía hablando como si fuera un muchacho, pero de pronto, Alejandro se apartó un mechón de
pelo de la cara e inclinó el rostro a un lado para verlo mejor a resguardo de un foco de luz que le daba en los ojos.
El semblante le cambió, como si un ángel diferente lo hubiera poseído.
—Además… no quería quemarme con los pibes del barrio…
Fue la primera vez que le habló como a una mujer, insinuando la posibilidad de una relación ilícita. Alejandro bajó la mirada; aquello era más de lo que había soñado. Entonces Miguel siguió hablando.
—Estaba pensando… como no me hicieron despedida de soltero… yo mismo me quiero dar un regalo de casamiento.
—¿Ah, sí? —le preguntó, volviendo a mirarlo con los ojos encendidos—. ¿Qué regalo?
—Vos.
A decir de las chicas del barrio, “se le cayeron las medias”, y sin pensarlo se subió a la motito. Miguel lo llevó al “Bella Vista”, una casa de citas como las que hay en cada barrio, donde confluyen las fantasías, los mitos y los recelos de los vecinos de todas las edades. Por ese portón entró Alejandro, menor de edad y de sexo dudoso, en plena dictadura, pero tenía puesto el casco, y el encargado, por gentileza, nunca miraba a las damas. Se dieron esa noche un amor pausado, cauteloso, como dos novios púberes con deseo temeroso, con turbación ardiente.
De vuelta en la puerta de la casa de Alejandro, una hora más tarde, Miguel se quitó del dedo el anillo de compromiso.
—Tomá, para que recuerdes esta noche siempre.
No podía aceptárselo; al otro día era la boda, ¿qué le ofrecería a la novia de blanco en el altar?
—No importa —dijo—, algo voy a inventar, pero quiero que lo tengas vos. Y quiero que sepas otra cosa: si
hubieras sido hombre, habrías sido común y corriente. Si hubieras sido mujer, serías del montón. Pero así como sos, sos especial, tenés algo que nadie más que yo haya conocido tiene.
Ahora Karin se quita ceremoniosamente la sortija, con orgullo, para que podamos examinarla. Vimos la fecha, 1980 decía, el año de la boda que de cualquier manera se llevó a cabo, pero cuyo emblema guarda Karin. Seguramente la afortunada mujer no sabría jamás que el anillo que su prometido perdió fatalmente el día anterior al casamiento llevaba más de veinte años en la mano de Karin, acariciando pieles de muchos hombres, exactamente lo opuesto a la función para la que se supone que es concebido todo anillo de bodas. Para Karin, fue el mejor regalo que pudo hacérsele. Nos confesó que cuando algunas veces se miraba al espejo olvidando quién era en realidad –cosa que ocurría con indeseable frecuencia–, tenía el anillo para recordarle las palabras de Miguel. No había estado frente al altar, pero sabía que el gran amor de su vida habría querido casarse con ella.

Este fue uno de los primeros cuentos que escribí cuando estaba elaborando A su imagen y semejanza. Estaba tan satisfecha con la manera en que lo había logrado expresar, que solía leérselo a los amigos que venían a comer una pizza a casa un sábado de noche, o lo mandaba por email a los que tenía más lejos. Un día me dejó pensando una frase de César, un querido amigo ahora fallecido. Me dijo "está muy bueno cómo tratás el nacimiento de lo andrógino en Karin, pero en ningún momento se te ocurre tratar la homosexualidad oculta de Miguel..." Ante mi mirada de estupefacción, agregó, dubitativo: "Porque Miguel se habrá casado y todo, pero en el fondo era homosexual... ¿o no?"

Y esa pregunta se me ha atravesado muchas veces durante este tiempo... ¿quien se enamora de una chica trans es homosexual? Muchos están convencidos de que sí. Pero yo creo que no. O mejor dicho, me pregunto ¿quiénes nos creemos que somos, cualquiera de nosotros, cualquiera de los pobres habitantes de este mundo, para etiquetar a alguien de "homo", "hetero", "bi"???

Es más, yo creo que quien se enamora de una persona trans tiene un espíritu tan especial que se atreve a cruzar fronteras y estirarse para alcanzar... EL TODO.
Déjenme contarles por qué. En el Banquete, uno de los más célebres diálogos de Platón referido específicamente al amor, se narra el mito del origen del amor de pareja. Se dice allí que en el principio de los tiempos, los seres humanos éramos muy diferentes, unos seres llamados "andrógino". "Andro" significa en griego "macho, masculino, hombre", "gino" se traduce como "mujer, femenino, hembra". Por eso el médico de las mujeres se llama "GINEcólogo", y pueden encontrarse otras palabras con ese inicio si las buscan en un diccionario. En un origen, entonces, el ser humano era, se dice en el Banquete, redondo, con dos caras, de un lado andro y de otro gino. El andrógino era tan poderoso, que los dioses tuvieron miedo de él y lo partieron al medio. Desde ese entonces, cada parte, pobre vestigio de lo que una vez fue un ser invencible, busca su otra mitad.

Un mito hermoso... Lo que no quiere decir, en mi interpretación, que siempre la unión deba hacerse entre macho y hembra, porque no es lo físico sino la ESENCIA de la persona la que es andro o gino, y de acuerdo a eso es que se buscan para complementarse. ¿No se oye muchas veces decir que "ella es la que tiene los pantalones en la casa" o "él es un pollerudo"? ¿No muestran estas expresiones, entre otras, que no siempre quien tiene pene es andro, ni quien carece de él es gino? Pero seguramente, el biológico hombre espiritualmente gino buscó una biológica mujer espiritualmente andro (dicen que la pareja de Chopin y George Sand tuvo esas características...), lo cual puede darse entre hombres biológicos y mujeres biológicas también... ¿Por qué se consideraría "homo" (que significa "igual, de la misma clase") a alguien que busca su otra mitad en un espíritu complementario?

Y sin embargo, yendo un paso más allá, hay algo especial y fascinante en la persona trans... Porque es andrógino propiamente dicho... Tiene el cuerpo, que mantiene andro (o gino), con características conductuales y espirituales notoriamente opuestas. Quien se atreve a lanzarse al encuentro de ese ser que ya es completo en sí, es alguien verdaderamente muy especial. Alguien que se siente verdaderamente completo en sí mismo. Alguien que no necesita un andro o un gino, necesita TODO... Y no como lo que se llama "bisexual" que en un momento busca una cosa y en otro momento apunta a otra... No, la pareja de una persona trans es alguien que quiere todo en una sola persona... Ese sí que es un valiente.

Platón no trató esa posibilidad en el Banquete... ¿Qué pasaría, me gustaría preguntarle al filósofo, si en esa búsqueda alguien encontrara, no su complemento, sino un antiguo andrógino al que no le faltara nada, e igualmente se lanzara a su conquista? A Platón no se le ocurrió, pero yo les aseguro, que alguien así no es ni homosexual ni hetero... Es otro poderoso andrógino, escondido tras un único genital, para que los dioses no lo descubran y quieran volver a destruirlo...

Comentarios

  1. Buenos días, amiga filósofa, la verdad que tu trozo de "A su imagen.." y el comentario de "El Banquete" darían para charlita de mi parte entre mate y pastafrola (te acordas?), pero como es difícil acá te mando mi breve comentario. Rescatas mucho al trans, y eso me parece positivo, siempre hay que intentar rescatar a las personas, difícil tarea. A la pareja de esa persona trans la vez como alguien que "necesita TODO", si necesita todo, qué aporta él? qué tiene para dar? y ese que tiene todo, se bastaría a si mismo, por lo cual no necesitaría a ese "buscador", ni lo que tiene para ofrecer. Creo que las parejas se forman buscando lo que no se tiene -alguien que me lo provea-, lo que se tuvo y no se tiene más, lo mismo -padres/madres-, lo que se admira del otro -enamoramiento-, lo que se reconoce en el otro que se tiene -proyección-, hay necesidades de ambos, a veces las mismas a veces las complementarias, y eso es lo que enriquece -o empobrece-, la vida afectiva. El ser humano es muy complicado en temas afectivos, quizás a veces demasiado, en cada uno pesa sin lugar a duda la historia personal, el temperamento (genético) y ¿por qué no? el mito -o díría Jung lo arquetípico-. Besos.

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  2. Muy psicológico el comentario!! Buenísimo. Complementa perfecto. Porque lo que yo trato de hacer acá es tomarme una licencia literaria, y no pretendo que cada cosa refleje ni la realidad ni lo que yo pensaría exactamente si me pusiera a examinar todo con rigor académico. Ese rigor totalizador (o un andrógino del pensamiento) saldrá, es mi sueño, de la suma de estos divagues míos y los comentarios de quien lea, como vos... Muchas gracias.
    Yo acá estoy con mate, no sé vos, pero me suena a una tertulia casi completa!! jeje

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  3. Yo acá con mate, pero sin pasta frola, sabes quién soy, no?? "toy manecando con Pepe".., besukis, siempre da para charlita.

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  4. Claro que sé quién sos! El comentario psicológico me lo decía todo!!

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  5. Excelente Hele! Muy buena tu reflexión. Además me enteré de El banquete, no lo conocía.



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