Golondrinas sin retorno 4
Un tiempo antes de morir, sin saber que iba a morir, como sólo a los tocados por la fortuna les sucede, Ladislava tuvo la oportunidad de contarle a Leonora, su nieta, sobre las características de aquel pueblo donde vivían, que resultan ser importantes a efectos de la presente narración...
Era tan pequeño el pueblo, con sus escasas casitas de madera que en invierno quedaban prácticamente sepultadas por la nieve, y sus pequeños terrenos donde se criaba el ganado y se cultivaban principalmente papas, que las casas no tenían número, y las señas de cada uno estaban en posesión de todos los demás habitantes del pueblo. Es decir, sería impensable hoy día, en que el correo suele traer cartas certificadas que debe firmar rigurosamente el destinatario, que el cartero llegara en un carro con bolsas de lona destinadas una a cada aldea, y que al atravesar el pueblo por la carretera que iba de una ciudad a otra y que estaba salpicada de poblaciones diminutas que surgían como hongos a lo largo del camino, entregara un puñado de cartas al primer vecino que encontrara al paso. "Estas son para ustedes", o, en polaco, "To dla Ciebie". Entonces el vecino, que podía ser el abuelito con demencia senil, o un niño que aún no podía leer, o una madre con su bebé en brazos, se encargaba de hacer llegar las cartas a cada vecino. ¡Si eran un puñado! Un puñado de vecinos, y tan sólo un par de cartas. No se habría necesitado más que entregar un sobre al primer miembro de la familia que se cruzara, generalmente niños haciendo un muñeco de nieve en invierno o trepando a un árbol en verano, quien entraría a la casa con el entusiasmo aquél del correo que llegaba, que hoy hemos perdido, gritando "¡Carta para Agnieszka!".
Pero Ladislava, la cuarta de once hermanos, casi nunca estaba fuera de la casa para ser quien recibiera los sobres de la mano del cartero. La mayoría de las veces se encontraba ordeñando a las vacas en el establo o cambiando la ropa sucia a sus hermanos más pequeños. Una vez por semana pasaba el carro del cartero por la ruta, esa ruta que ignoraba a los habitantes de la aldea, esa ruta que sólo había sido diseñada para unir dos ciudades, y sin embargo allí se encontraban ellos, como un accidente, como una gota de tinta caída fuera del dibujo del pintor. Cuando Ladislava escuchaba alejarse al carro, cuyo sonido ya conocía muy bien, salía corriendo, dejando todo lo que tenía entre manos, desesperada, el corazón borboteándole en el pecho. Nunca llegó carta de Antoni. Nunca. Como si ella se hubiera convertido también en una gota de tinta fuera del diseño del artista, en la vida de Antoni ella no tendría cabida, lo iba presintiendo a medida que pasaban los meses, que se transformaron en años.
Y Antoni podría haber muerto, el viaje en barco de generalmente un mes para llegar a la América pudo no haber culminado, y su cuerpo pudo haber terminado en el océano. O pudo haber llegado a su destino pero haber contraído una enfermedad exótica, como esas que imaginaban propias de tierras tan lejanas. O tal vez no consiguió trabajo y se avergonzó del futuro que tendría para ofrecerle a su novia, y desistió de su amor... Pero ninguna de esas explicaciones entraban en la cabeza de Ladislava. Porque, sesenta años después, según le contaba a su nieta, aún no se había atrevido a preguntárselo a su marido, pero estaba convencida desde siempre de que las cartas, en ese estilo pueblerino de entrega, se las había robado Jan. Y, como prueba de que todo lo que pensamos que un día debemos decir debe ser dicho AHORA, porque nunca sabemos si hay un mañana, Jan murió semanas después, llevándose el secreto consigo bajo tierra. Cuando Leonora recibió la noticia de la repentina muerte por infarto de su abuelo, no lloró, no pensó en que lo iba a extrañar, no atinó a hacer llamadas de aviso a familiares y amigos. Se obsesionó durante horas, como una autómata repitiendo en su pensamiento que ya nunca sabría si las cartas de Antoni habían existido alguna vez y habían dejado de existir en las manos de Jan.
Y creo que me dejé llevar y quemé gran parte de la historia! Porque ahora saben que Ladislava se casó con Jan, y que llegó a conocer a su nieta, y otras cosas que pueden deducir! Pero les juro que esta historia, que es verdadera y me la contó mi propia abuela, hace tiempo que me quema la garganta y la punta de los dedos en el teclado. Quería contárselas.
Otro día seguiré con la odisea a través del océano. ¿Por qué decidió Ladislava finalmente venir a América? ¿Y por qué Uruguay? ¿Por qué no se lanzó a la búsqueda de su amado Antoni en Estados Unidos? Si así hubiera sido, esta historia sería una versión diferente de "Marco, de los Apeninos a los Andes", ¿recuerdan? Pero les adelanto que hubo ciertos años en que Estados Unidos tuvo las fronteras abiertas para inmigrantes de Europa, y ése fue el momento en que tantos terminaron allí, entre ellos Antoni. Unos años más tarde, quienes querían seguir los pasos de sus hermanos mayores o amigos emigrados anteriormente, no pudieron hacerlo porque las fronteras de EEUU ya estaban cerradas. Pero América del Sur estaba en esos años necesitando mano de obra. Así terminaron hermanos, amigos del alma y amores separados para siempre por el Ecuador, por una pequeña diferencia de fechas. Esa es la razón de que mis abuelos rumbearan hacia Uruguay. Preguntaban "¿No es Estados Unidos? ¿Pero es la América? Bueno, vayamos entonces". Sigamos a Ladislava en su viaje a Uruguay dentro de unos días, ¿si?
Saluditos...
Era tan pequeño el pueblo, con sus escasas casitas de madera que en invierno quedaban prácticamente sepultadas por la nieve, y sus pequeños terrenos donde se criaba el ganado y se cultivaban principalmente papas, que las casas no tenían número, y las señas de cada uno estaban en posesión de todos los demás habitantes del pueblo. Es decir, sería impensable hoy día, en que el correo suele traer cartas certificadas que debe firmar rigurosamente el destinatario, que el cartero llegara en un carro con bolsas de lona destinadas una a cada aldea, y que al atravesar el pueblo por la carretera que iba de una ciudad a otra y que estaba salpicada de poblaciones diminutas que surgían como hongos a lo largo del camino, entregara un puñado de cartas al primer vecino que encontrara al paso. "Estas son para ustedes", o, en polaco, "To dla Ciebie". Entonces el vecino, que podía ser el abuelito con demencia senil, o un niño que aún no podía leer, o una madre con su bebé en brazos, se encargaba de hacer llegar las cartas a cada vecino. ¡Si eran un puñado! Un puñado de vecinos, y tan sólo un par de cartas. No se habría necesitado más que entregar un sobre al primer miembro de la familia que se cruzara, generalmente niños haciendo un muñeco de nieve en invierno o trepando a un árbol en verano, quien entraría a la casa con el entusiasmo aquél del correo que llegaba, que hoy hemos perdido, gritando "¡Carta para Agnieszka!".
Pero Ladislava, la cuarta de once hermanos, casi nunca estaba fuera de la casa para ser quien recibiera los sobres de la mano del cartero. La mayoría de las veces se encontraba ordeñando a las vacas en el establo o cambiando la ropa sucia a sus hermanos más pequeños. Una vez por semana pasaba el carro del cartero por la ruta, esa ruta que ignoraba a los habitantes de la aldea, esa ruta que sólo había sido diseñada para unir dos ciudades, y sin embargo allí se encontraban ellos, como un accidente, como una gota de tinta caída fuera del dibujo del pintor. Cuando Ladislava escuchaba alejarse al carro, cuyo sonido ya conocía muy bien, salía corriendo, dejando todo lo que tenía entre manos, desesperada, el corazón borboteándole en el pecho. Nunca llegó carta de Antoni. Nunca. Como si ella se hubiera convertido también en una gota de tinta fuera del diseño del artista, en la vida de Antoni ella no tendría cabida, lo iba presintiendo a medida que pasaban los meses, que se transformaron en años.
Y Antoni podría haber muerto, el viaje en barco de generalmente un mes para llegar a la América pudo no haber culminado, y su cuerpo pudo haber terminado en el océano. O pudo haber llegado a su destino pero haber contraído una enfermedad exótica, como esas que imaginaban propias de tierras tan lejanas. O tal vez no consiguió trabajo y se avergonzó del futuro que tendría para ofrecerle a su novia, y desistió de su amor... Pero ninguna de esas explicaciones entraban en la cabeza de Ladislava. Porque, sesenta años después, según le contaba a su nieta, aún no se había atrevido a preguntárselo a su marido, pero estaba convencida desde siempre de que las cartas, en ese estilo pueblerino de entrega, se las había robado Jan. Y, como prueba de que todo lo que pensamos que un día debemos decir debe ser dicho AHORA, porque nunca sabemos si hay un mañana, Jan murió semanas después, llevándose el secreto consigo bajo tierra. Cuando Leonora recibió la noticia de la repentina muerte por infarto de su abuelo, no lloró, no pensó en que lo iba a extrañar, no atinó a hacer llamadas de aviso a familiares y amigos. Se obsesionó durante horas, como una autómata repitiendo en su pensamiento que ya nunca sabría si las cartas de Antoni habían existido alguna vez y habían dejado de existir en las manos de Jan.
Y creo que me dejé llevar y quemé gran parte de la historia! Porque ahora saben que Ladislava se casó con Jan, y que llegó a conocer a su nieta, y otras cosas que pueden deducir! Pero les juro que esta historia, que es verdadera y me la contó mi propia abuela, hace tiempo que me quema la garganta y la punta de los dedos en el teclado. Quería contárselas.
Otro día seguiré con la odisea a través del océano. ¿Por qué decidió Ladislava finalmente venir a América? ¿Y por qué Uruguay? ¿Por qué no se lanzó a la búsqueda de su amado Antoni en Estados Unidos? Si así hubiera sido, esta historia sería una versión diferente de "Marco, de los Apeninos a los Andes", ¿recuerdan? Pero les adelanto que hubo ciertos años en que Estados Unidos tuvo las fronteras abiertas para inmigrantes de Europa, y ése fue el momento en que tantos terminaron allí, entre ellos Antoni. Unos años más tarde, quienes querían seguir los pasos de sus hermanos mayores o amigos emigrados anteriormente, no pudieron hacerlo porque las fronteras de EEUU ya estaban cerradas. Pero América del Sur estaba en esos años necesitando mano de obra. Así terminaron hermanos, amigos del alma y amores separados para siempre por el Ecuador, por una pequeña diferencia de fechas. Esa es la razón de que mis abuelos rumbearan hacia Uruguay. Preguntaban "¿No es Estados Unidos? ¿Pero es la América? Bueno, vayamos entonces". Sigamos a Ladislava en su viaje a Uruguay dentro de unos días, ¿si?
Saluditos...
¿ Leíste alguna vez Hija de la Fortuna, de Isabel Allende? Yo hace poco lo termine, no acostumbro a fijarme en novelas de esa escritora, pero esta me cautivo desde su principio. "Todo el mundo nace con un talento especial y Eliza Sommers descubrió pronto que ella tenia dos: buen olfato y buena memoria..." Me hizo preguntar la importancia que un buen principio remite en un libro. Tu historia esta buena, Ladislava contándole a su nieta Leonora me hace recordar a la viejecita de la película de Titanic contando su historia, es realmente muy emocionante la vida de los antepasados y esa época (fines del siglo 19 comienzos del siglo 20, los 900).
ResponderEliminarBeso
Manu
Genial, entonces, la seguimos!
ResponderEliminarAh, y no, no leí nunca a Isabel Allende. Pero claro, la buena literatura está llena de buenos comienzos. Yo todavía no estoy conforme con el comienzo de "Golondrinas sin retorno 1". O sea, que ése no será su comienzo. Pero por algún lugar tenía que empezar para contarlo en el blog! Ya veré cómo toma forma definitiva. Por ahora hay mucho que contar. Y la seguiremos...
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