Golondrinas sin retorno 3
En su largo viaje a "la América", Ladislava dejaba atrás y para siempre, en su aldea natal en Polonia, el sueño de un amor que le dejó el alma vacía hasta el fin de sus días, y tenía por delante al amor de su vida, el amor ése que te hace poner ladrillo sobre ladrillo con las propias manos mientras el sueño en común de tener la casa propia se construye codo a codo, ese amor que hace turnarse generosamente para cambiar pañales malolientes, ese amor que insulta una mañana, no habla durante toda la tarde y olvida por la noche, ese amor, ése, que por cotidiano y prácticamente eterno se convierte en cosa de todos los días, como el agua que corre por el grifo o la luz siempre bien dispuesta oculta tras el interruptor... es decir, ¿cómo se puede seguir adelante sin ese amor? Pero no todos los días se es conciente de eso...
Atrás dejaba una espina, una aguja clavada en el medio del corazón que nunca pudo superar. El novio de su tardía adolescencia, que en la aldea todos asociaban a su futuro, se había ido, como tantos otros a "la América", pero en este caso era la América del Norte, y prometió juntar dinero y mandarla buscar. Antoni, así se llamaba, provenía de una aldea cercana, venía frecuentemente al pueblo de Ladislava a vender forraje barato para los animales, y entre miradas a través de las calles barrosas y conversaciones al borde los abrevaderos mientras esperaban que se saciaran los animales, la fue conquistando y hasta un día le arrancó un beso. El era algo mayor que ella, ya largamente mayor de edad cuando decidió emigrar, y ella apenas salía de la pubertad. Si bien los padres de Ladislava aprobaban el cortejo, aún no conocían a la familia del muchacho y habría sido una locura permitirle casarse tan jovencita y cruzar el mar sin saber a dónde iría a parar. Por eso, acordaron que le escribiría asiduamente y cuando pudiera enviarle el pasaje, lo haría. Antes de eso transcurrirían un par de años, tiempo suficiente para que las familias políticas se conocieran.
Antoni había apenas dejado de frecuentar el pueblo cuando Jan, un aldeano con fama de malandrín pero hijo de una buena familia conocida por todos, se acercó a Ladislava con claras intenciones amorosas. Ambos tendrían unos dieciséis años, y si bien ella lo conocía muy bien desde pequeños y había odiado sus continuas bromas pesadas durante todo el transcurrir de la niñez -bolas de nieve deslizadas brutalmente por dentro de la espalda de sus ropas de invierno, zancadillas en el barro, cajas adornadas como regalos entregadas el día de cumpleaños que dentro sólo contenían bosta de vaca-, a esta altura habían comenzado a gustarle sus ojos pícaros de fiera al acecho y el hecho de que saliera a su encuentro a la vuelta de cada esquina cuando ella iba a comprar provisiones. Los padres de Ladislava siempre hablaban bien de la familia de Jan. De hecho, era de las más pudientes de la aldea. Mientras la mayoría tenía un par de vacas y un puñado de gallinas, la familia de Jan poseía una buena cantidad de cerdos que para las Fiestas carneaban y vendían a quienes quisieran comprar, incluso en aldeas vecinas. Era una bendición, decían los padres de Ladislava, que Jan se hubiera fijado en ella. Pero ella insistía en que esperaba noticias de Antoni.
La sigo mañana. Y si te interesa saber el comienzo de esta historia, hacé click en "golondrinas sin retorno" entre las etiquetas a la izquierda, y leelas de atrás para adelante... ¡Les mando un beso! Sobre todo a vos, Manu, que supongo que estás leyendo...
Atrás dejaba una espina, una aguja clavada en el medio del corazón que nunca pudo superar. El novio de su tardía adolescencia, que en la aldea todos asociaban a su futuro, se había ido, como tantos otros a "la América", pero en este caso era la América del Norte, y prometió juntar dinero y mandarla buscar. Antoni, así se llamaba, provenía de una aldea cercana, venía frecuentemente al pueblo de Ladislava a vender forraje barato para los animales, y entre miradas a través de las calles barrosas y conversaciones al borde los abrevaderos mientras esperaban que se saciaran los animales, la fue conquistando y hasta un día le arrancó un beso. El era algo mayor que ella, ya largamente mayor de edad cuando decidió emigrar, y ella apenas salía de la pubertad. Si bien los padres de Ladislava aprobaban el cortejo, aún no conocían a la familia del muchacho y habría sido una locura permitirle casarse tan jovencita y cruzar el mar sin saber a dónde iría a parar. Por eso, acordaron que le escribiría asiduamente y cuando pudiera enviarle el pasaje, lo haría. Antes de eso transcurrirían un par de años, tiempo suficiente para que las familias políticas se conocieran.
Antoni había apenas dejado de frecuentar el pueblo cuando Jan, un aldeano con fama de malandrín pero hijo de una buena familia conocida por todos, se acercó a Ladislava con claras intenciones amorosas. Ambos tendrían unos dieciséis años, y si bien ella lo conocía muy bien desde pequeños y había odiado sus continuas bromas pesadas durante todo el transcurrir de la niñez -bolas de nieve deslizadas brutalmente por dentro de la espalda de sus ropas de invierno, zancadillas en el barro, cajas adornadas como regalos entregadas el día de cumpleaños que dentro sólo contenían bosta de vaca-, a esta altura habían comenzado a gustarle sus ojos pícaros de fiera al acecho y el hecho de que saliera a su encuentro a la vuelta de cada esquina cuando ella iba a comprar provisiones. Los padres de Ladislava siempre hablaban bien de la familia de Jan. De hecho, era de las más pudientes de la aldea. Mientras la mayoría tenía un par de vacas y un puñado de gallinas, la familia de Jan poseía una buena cantidad de cerdos que para las Fiestas carneaban y vendían a quienes quisieran comprar, incluso en aldeas vecinas. Era una bendición, decían los padres de Ladislava, que Jan se hubiera fijado en ella. Pero ella insistía en que esperaba noticias de Antoni.
La sigo mañana. Y si te interesa saber el comienzo de esta historia, hacé click en "golondrinas sin retorno" entre las etiquetas a la izquierda, y leelas de atrás para adelante... ¡Les mando un beso! Sobre todo a vos, Manu, que supongo que estás leyendo...
La verdad, cumpliste mis ganas de leer una historia de amor, y esto no es nada de crepúsculo o semejantes ficticios, esto puede haber sido una historia real. Aun así, y perdón que insista con este personaje, me gustaría saber mas de su personalidad, o mejor dicho sus sentimientos o ideales, ¿Esta conforme con su vida en la aldea? Tal vez, se me ocurre,que sea una chica distinta, que no le parezca suficiente aun el amor de los hombres del pueblo ¿No es que los europeos son mas fríos y mas, incluso, depresivos que los americanos? No se, hay mucho para escribir, tal vez sea una bendición que comenzara la guerra. Seria un punto de vista muy diferente.
ResponderEliminarBeso.
Manu
Ahora que me pongo a leer lo que recién te escribí, veo que te conté algo de mis gustos a la hora de leer una historia. Es obvio que tengo 14 nada mas y por eso me gusta lo que me gusta. Me parece, que las historias fáciles de seguir son las que mas venden, en el sentido de que la mayoría de la gente creo que no tiene mucha cultura literaria y se cansa muy fácil. Habría que hacer una buena combinación con eso de la simpleza bella y la profundidad literaria. Cuando me doy cuenta de que le estoy diciendo mis opiniones a una máster cra en literatura y filosofia tengo miedo... Ya sabes que me gusta como escribis, solo que me gusta tambien escribirte!
ResponderEliminarManu, no te achiques! Las cosas que vos me decís son siempre bienvenidas!! Sos muy especial, seguro tenés flor de futuro como escritor.
ResponderEliminarTe cuento que hoy no sé si voy a seguir escribiendo, pero sí, lo que pensaba iba por ese lado que me planteás vos. Hoy estoy con demasiadas cosas, pero las ideas están revoloteando en mi cabeza.
Y sobre lo de que parece una historia real... te digo en secreto, shhhh... (jaja, en el blog nada es secreto) que esta es la historia verdadera de mi abuela, aunque, claro, yo le doy color en los baches que tengo, ya que ella está muerta y nunca podré volver a preguntarle detalles!
Besote y la sigo, te prometo, pero no sé bien cuándo.
Muy buenas Helena. Recién acabo de entrar en tu blog por primera vez. ¡ME GUSTA MUCHO! Voy a empezar por Golondrinas sin retorno 1 y te cuento.
ResponderEliminarEnhorabuenísima por la idea de comenzar este blog y compartir con todos nosotros tu talento literario.
Besos desde Madrid.
Marga