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Mostrando entradas de 2015

Vida en la cárcel: otro mundo (I)

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Este es un experimento. He comenzado un proyecto de una novela ambientada en una cárcel, inventada a partir de mis encuentros con funcionarios penitenciarios en un Espacio de Formación Integral en la Facultad. La cárcel será ficticia, los nombres de los personajes también. Lo que se mantiene es el espíritu de las interacciones entre las personas relacionadas a la cárcel, desde los privados de libertad hasta los que trabajan allí; los dos lados del mostrador. Y también el funcionamiento de una cárcel, los juegos de poder y las peripecias por las que alguien llega allí, desde el delito para estar preso, hasta la decisión o la casualidad de llegar a que ese sitio sea su lugar de trabajo. Éste es mi primer texto escrito, y me gustaría saber opiniones, sensaciones. ¿Contar esto sirve para algo?  El primer relato se titula: El electricista La cárcel de Paso del Tuerto era resistida por la mayor parte de los vecinos. Había sido construida por gente de los alrededores, que un día

Historias tangenciales (a la presentación de un libro) 1

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El 5 de octubre presenté mi segunda novela. No voy a contar lo obvio, como si hiciera una nota de prensa. Quiero contarles cosas que sólo viví yo, y que fueron verdaderamente movilizadoras. Como si fuera, digamos, los entretelones. Empecemos por esta:  EL SEÑOR QUE VINO BUSCANDO A UN FANTASMA Terminada la presentación, yo me encontraba en el hall del Salón Dorado de la Intendencia de Montevideo, firmando primeras páginas de ejemplares del libro, sonriendo tanto que hasta dos días después me dolían los músculos de la cara, bastante aturdida, entreverando nombres y pasando vergüenza si a alguien bastante conocido le tenía que preguntar cómo se llamaba porque la emoción me provocó lagunas. Me ocurre seguido eso. De sentir una importante sensación en el pecho y de pronto olvidar lo que estaba diciendo. En fin, un enjambre de personas, caras sonrientes, mucho amor, claro, muchos abrazos previstos, imaginados y deseados, pero que en ese momento no podía disfrutar del todo

Extraña conversación fuera de tiempo y espacio

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Cuando ella entró en el bar, él ya la estaba esperando, igual que la primera vez. Le costó un poco localizarlo, porque se había dejado la barba y el pelo se le había encenizado de canas. Pero era el único hombre que estaba sentado solo y el único que la miraba fijamente con una semi-sonrisa socarrona en el rostro. Ya no la miraban así. Ella se acomodó instintivamente el pelo detrás de las orejas, como hacía años atrás, cuando aún lo llevaba largo, pero ahora los mechones cortos y rebeldes –las canas, aun bajo la tinta son como viejas empecinadas- volvieron a encresparse como las patillas de un gato. No importa, pensó, qué más da. Se le sentó en frente. Buscó en el aire su penetrante olor a cigarro, pero el tiempo había pasado y ya no dejaban fumar en lugares públicos cerrados. Aquel gesto seductor sobre una taza de café quedaría para otras intimidades, que ellos no volverían a tener. Él le tomó con la punta de los dedos la punta de los dedos de ella. -Ya no te comés las uñas – dijo

De madres e hijas

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Mi abuela materna, en cuyo honor llevo mi nombre, era lituana de origen. Vivía con mi abuelo, polaco él, en la Villa del Cerro de Montevideo  como la mayoría de los gringos provenientes de Europa del Este . Esta es la historia de su muerte. Perdón si los entrevero entre tanto "mi madre" y "su madre". Es que las historias de las generaciones, al mejor estilo de Esquilo, están imperiosamente entretejidas. María Teresa, mi madre, nunca le perdonó a mi abuela que no se cuidara la salud, yo estoy segura, pero nunca se permitió decírselo a nadie, y a mi abuela, menos. Mi abuela era gordísima, así me lo contó mi madre, y así es evidente en las numerosas fotos con las que me tropezaba cada tanto tiempo cuando aún vivía con mis padres. Era una mujer imponente, con una cara anchísima y cuadrada, con un par de ojos severísimos mirando fijamente a la cámara desde detrás de un par de anteojos, la boca pequeña y rígida, nunca dejaba entrever ni un esbozo de sonrisa. Per

Protocolos

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Hace mucho, mucho tiempo, allá por el siglo XIII en que aparecieron las primeras universidades europeas en la civilización occidental, el mundo se volvió tan consciente del valor y el poder del conocimiento que, ya en el umbral del Renacimiento, los primeros humildes maestros que otorgaban a sus estudiantes habilitados la Licencia como nuevo maestro (de ahí la palabra "Licenciatura") se convirtieron gradualmente en aristócratas que concedían el honor de licenciar a alguien siempre y cuando a cambio el homenajeado diera una fiesta como las de la nobleza e hiciera a sus profesores regalos muy caros. Esa costumbre perduró en Europa hasta el presente, por lo menos en España, donde hasta por lo menos hace diez años los doctorandos tenían que llevar a los miembros del tribunal, luego de su defensa de tesis, a un restaurante gourmet para ofrecerles un banquete quizá tan caro (aunque puedo estar exagerando) como la carrera para la que había tenido que conseguir beca (pero sin bec

Un buen trueque

Cuando empezamos a venir las primeras veces a la casa recién hecha en Playa Hermosa, alrededor era una selva de yuyo y barro. En un terreno frente al nuestro hay unos vecinos mayores, gente de chacra, sencilla y directa. No los conocíamos, pero vimos su pericia y le fuimos a pedir consejo sobre cómo empezar para armar un cierto jardín, que por el momento parecía imposible. El hombre, Miguel, sexagenario, una enorme panza pero hombros de remero, le prestó a Gustavo​ una bordeadora a nafta que había que colgársela con unas correas de cuero de tan pesada que era... Le dijo que si empezaba descabezando las margaritas asquerosas, esas que salen de las plantas pinchudas e invasivas, ya era un gran paso. Le enseñó a usar la bordeadora, y esperó a que se la colgara, la encendiera y cobrara sus primeras víctimas. Entonces se fue. Le dijo "usala todo lo que quieras, yo no la necesito hoy". Gustavo le daba sin ton ni son alrededor de toda la casa, ¡era verdaderamente una selva! Y se ca

Venganza tardía

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Nunca fui una niña "chuchi". Las "chuchis" de mi escuela, a pesar de la pretendida uniformización del guardapolvos, usaban zapatitos ultra femeninos y se aguantaban las colitas o trenzas con adornos en forma de corazones o frutillas, y eran conscientes de ello. Notaban a la legua que yo era diferente. Jugábamos en ronda a "Yo soy la marinerita", y a mí nunca me elegían, porque nos levantábamos la falda de la túnica y allí quedaba al descubierto la pollera, que en las "chuchis" tenía muchos voladitos y colores, mientras que yo llevaba un shortcito azul marino de gimnasia. No se trataba de pobreza, ni de falta de cuidados de mi madre. Al contrario; era que mi mamá estaba muy comprometida con la practicidad. La ropa linda era para salir, no para ir a la escuela debajo del guardapolvos, donde nadie la veía y, además, se ensuciaba y envejecía. Las colitas tenían que ser unas banditas elásticas que sobresalieran poco, para que no se engancharan con n