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Encuentros imposibles (y que, sin embargo, sucedieron)

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Algunos de ustedes saben que estoy escribiendo sobre mis ancestros, y sobre mi búsqueda, esa misma búsqueda que me permite escribir sobre ellos.  Esta es la historia de un encuentro que sucedió en febrero de 2013, en que estuve 1 día en el pueblo donde nacieron mis abuelos en Polonia, llamado Zabiele. "Magoya", a quien se hace referencia, no es ningún personaje tanguero. Se trata de mi prima Malgorzata (Margarita en polaco) que me hizo de guía e intérprete durante ese día que marcó un antes y después en mi vida. Le llamo así porque su diminutivo en polaco suena algo así como "Maugoya"; me reí la primera vez que lo dije en casa, todos dijeron "Magoya!" y le quedó, entre nosotros, aunque ella lo sepa pero no entienda jamás. Tendría que nacer de nuevo en el Río de la Plata para entender lo que el apodo que le dimos significa.  Aquí va el relato. Comenzando con una foto del descampado paisaje con el que mis abuelos crecieron, y que para mí fue tan exótico

Pez gordo

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“Puede arrancar a nadar”, le dijo el capitán Lovera al periodista argentino. Era el 1 de agosto de 1952, en Helsinski, y Uruguay acababa de ganar la medalla de bronce de los Juegos Olímpicos en básquetbol contra Argentina. El periodista, al ver a Uruguay en la penosa situación de terminar el partido con 4 jugadores, había prometido al aire que si Argentina no ganaba el tercer puesto en esas circunstancias, volvería a nado. Enardecida, la prensa oriental habló de patriotas, pero había uno de ellos que no era uruguayo, venía desde muy lejos, y estaba en ese glorioso momento por una serie de casualidades. Hacia finales de la década de 1920 fueron llegando al puerto de Montevideo, en esos tantos barcos que venían de la Europa oriental, una cantidad numerosísima de gringos entre los que estaban mis abuelos. Llegaban con sus baúles repletos de sus ropas desteñidas y recuerdos, una única foto existente de sus padres, o un relicario con un mechón de cabellos. Esos viajes, que duraban

Tremé y/o Barrio Sur

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Tremé, el barrio de Nueva Orleans devastado por el huracán Katrina en 2005, baluarte de la cultura musical afroamericana, es el escenario donde se desarrolla la serie televisiva del mismo nombre ( Treme , HBO, 2010-1013). Sus personajes, residentes ficticios pero excepcionalmente verosímiles del barrio, son acompañados por el espectador en sus andanzas para lograr la reconstrucción de sus hogares y sus vidas tras el desastre. Treme se sumerge en las historias cotidianas de esta gente sencilla en la que lo vital (la vida, la muerte, la frustración, la esperanza) se expresa primordialmente a través de la música. Tremé está derruido, con problemas de vivienda, saneamiento, criminalidad y miseria tras la catástrofe. Y sin embargo, sigue siendo lo que es. A cualquier hora, en cualquier sitio, los músicos se juntan y expresan su persistente vitalidad a través de la música, en especial el jazz, pero también R&B, funk, folk, honky-tonk, rock. La serie capta muy bien la atracción ir

El chorro

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La gente que vive acá todo el año lo conoce bien. Nosotros vamos perdidos; en el auto, subiendo hacia la zona más rural del Cerro del Burro. Un grupo desordenado de niños y adolescentes a pie van cargando con botellas y bidones de plástico vacíos. Paramos a pedir direcciones y nos sorprende la sonrisa luminosa de la nena más grande. Una cara redondita, plena de despreocupación, nos dice con el acento lugareño que sigamos hasta que ya no haya más calle, que no podemos perdernos. “Todavía falta” dice, y nosotros pensamos en ofrecerles para llevarlos, pero ellos son como 5 con sus trastos y nosotros tenemos el asiento de atrás ocupado por 2 enormes ollas y un bidón. Pero ellos no esperan nada. Siguen caminando en su algarabía, empujándose, increpándose y riéndose; ya nos han olvidado. Está oscureciendo en Playa Hermosa, pero aún se ve bien. En el cielo, un par de líneas horizontales rojizas resaltan sobre el fondo azul grisáceo. Se ve una estrella. No encontramos tan evidente el paradero