Juguemos al detective: ¡DESENLACE!!!!

Aquí va el final de la historia:

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Sólo concurrieron al funeral algunos amigos del único familiar que le quedaba vivo, su hijo Carlos, agrupados como un rebaño de ovejas con sus cabezas blancas. También estaba la enfermera, vestida de morado para la ocasión, con su carita dulce y redonda, con su voz de niñera. "No, no le quedaba más nadie que yo”; le explicó Carlos, "su único hermano, Manuel, falleció hace ya varios años". No venía al caso que ella pidiera perdón, fingiendo haber debido hacer más por lo irrecuperable,  por lo que se habría acabado de cualquier forma, más tarde o más temprano. Lo único que dijo fue que a partir de ahora, todas las ventanas de la clínica para seniles tendrían rejas.

* * *

Días después, la enfermera golpeó a la puerta del despacho de la encargada del hogar de ancianos. Tras el escritorio sepultado bajo bolsas conteniendo cajas de medicamentos, prescripciones médicas, y expedientes, la mujer la miró fastidiada, los surcos que naturalmente ya tenía su rostro exagerados por la acidez del gesto. “¿Algún problema?”. “No lo sé…” dudó la enfermera; “Mientras estábamos instalando en la habitación de la ventana… usted sabe… a la señora nueva, Guillermina se me acercó y me dijo algo, algo que no me gustó mucho, y creo que tengo el deber de decírselo”. La encargada suspiró, y dejó el papel que tenía en las manos, bruscamente sobre el escritorio. “Guillermina… ¿cuál es?” entrecerró los ojos como para buscarla en las estanterías dentro de su propia cabeza, “¿Esa… esa… que dentro de todo está bastante cuerda? ¿Y qué cosa importante te puede haber dicho?”

La enfermera le refirió el encuentro. Guillermina, con su candidez tras la sonrisa desdentada, murmuraba que la fugitiva –no la muerta, porque la enfermera jamás les comunicaba una muerte- había seguido los consejos del hijo. “Yo lo vi al hijo mostrándole la ventana, enseñándole a abrirla, seguro que para que tomara aire, qué se iba a imaginar el hombre que se iba a escapar por ahí” había dicho Guillermina.

“¿Y usted qué insinúa?”

La enfermera se quedó congelada por la mirada de hielo que recibía de la encargada. Clavó sus ojos en el suelo.

“No sé… no sé… nada”.

“Mire, ese hombre nos debía varios meses. Yo ya le había dado el ultimátum para que se la llevara en unos días. Imagínese a ese hombre, solterón y sin grandes recursos, condenado de aquí a quien sabe cuándo a cambiarle los pañales a la vieja, lavarle los dientes postizos y darle de comer en la boca. Lo que pasó es una bendición para todos, y más que a nadie para ella misma, que en paz descanse”. Y se persignó.

La enfermera enfiló hacia la puerta.

“Y espere un momentito”, la detuvo, recorriéndole la espalda con un sudor helado, la voz de la encargada. “Usted déjese de decirle a los familiares de los nuevos que vamos a poner rejas, ¿oyó? ¿Quién las va a pagar, usted?”

La enfermera negó con la cabeza y se retiró. Tenía dos hijos pequeños, casi cuarenta años, su ex marido le debía el mes de la pensión y no tenía experiencia alguna en otro trabajo que no fuera cuidar ancianos. Las conspiraciones nunca son explícitas; siempre veladas por una ambición, o por la necesidad.

¿Quién ganó el sorteo??? Bueno, los que clasificaron por sus respuestas correctas acerca de la anciana con Alzheimer o demencia senil (aunque ése no es el único elemento del desenlace, como pueden ver...), y que además dejaron seudónimo o nombre (porque los totalmente anónimos no hay forma de ubicarlos) son: Ivo, Claudia Álvarez, Francisco, Stella, clausis_88 y  Elevaz...

Y el ganador del sorteo es... clausis_88. ¡FELICITACIONES!!

También me gustaría, a quienes están leyendo el final, que me comenten qué les pareció, si los desilusionó, si les parece bien el título Conspiración, lo que sea.

clausis_88, comunicate con Isadora Libros por facebook y andá a la librería a buscar tu ejemplar. ¡Ojalá lo disfrutes!
¡Gracias a todos por participar!