La foto que me sacó la hermana de Fucile (y esas cosas de la vida)
Esta retrato mío vestida de novia fue tomado por Mónica Fucile, la hermana de Jorge Fucile (sí, él, el que fue parte de esa selección memorable en ese Mundial del 2010, y entre las cosas que no puedo olvidar está que fue él quien ante la pregunta del Loco Abreu antes del penal contra Ghana: "Fuchi, ¿se movió el arquero?", respondió "Sí, Loco, picala, no me rompas los huevos" y gracias a este aliento todos los uruguayos terminamos abrazándonos en las calles...). Fue tomada el 21 de febrero de 1992 en la puerta de mi casa cuando salía para la iglesia a hacer lo que es obvio de acuerdo a la vestimenta que llevaba puesta...
Eran alrededor de las 20 hs de un día en que lloviznaba, pero a fuerza del cambio de hora todavía era pleno día, y los vecinos no habían dejado pasar inadvertido el hecho de que Helena, la vecinita para muchos mayores y la profe de inglés para tantos chicos, salía de la casa en un Mercedes Benz vestida de novia. A pesar de la llovizna, se habían agolpado ante la puerta de la casa de mis padres, que ese día abandonaba, formando una especie de corredor, como un cortejo guiándome hasta el auto que esperaba con la puerta abierta. Se oían deseos de buena suerte expresados por diferentes voces de señoras, de niños, de viejos. "¡Que seas muy feliz!" decían la mayoría, porque en esos momentos, instantes que se repiten generación tras generación en todas las familias alrededor del mundo, así como la muerte, el nacimiento y el cumpleaños, no hay mucho margen para la creatividad.
En ese momento, cuando me acababa de sentar en el asiento trasero del auto, fue cuando Mónica Fucile me gritó: "¡Helena, Helena! ¡Una foto!", yo le sonreí y saludé con la mano y así quedé, inmortalizada. ¿Quién era para mí Mónica Fucile? En esa época era una niña de trece o catorce años con unos ojos rasgados igualitos a los que hoy conocemos bien por los medios de comunicación, pelo negro largo y una sonrisa amplia y dulcísima. Era, como la mayoría de los niños de cuatro manzanas a la redonda, mi alumna de inglés. Desde los dieciocho años yo tenía mi instituto de inglés instalado en el garage de mi casa; yo los quería a los alumnos y ellos me querían a mí, así que se corría la voz cada febrero, cuando las madres preguntaban por ahí dónde recomendaban anotar a sus hijos para estudiar inglés, y todos señalaban mi puerta. Llegué a tener cerca de cincuenta alumnos. Por eso no es de extrañar que ese día, el de mi casamiento, hubiera tal poblado cortejo despidiendo mis últimos instantes de soltera, y que entre ellos, Mónica Fucile estuviera con su cámara de fotos.
Del pequeño Jorge Fucile yo sabía poco y nada. Que Mónica tuviera un hermano, lo sabía, era obvio, sobre todo porque en las redacciones solía escribir, como la mayoría de sus compañeros: "I live with my mother, my father and my brother", y tengo idea de haber visto a un chiquito venir de la mano de la madre a buscar a Mónica a la salida, pero nada más. Ellos vivían justo a la vuelta de la esquina, en la calle Quijote y Antonio Machado, en nuestro famoso barrio "de los cuernos de Batlle", en una casa antigua de esas que se llamaban "Villa ..." y el nombre de una mujer; no me puedo acordar del nombre de esa casa. Rodeada de un terreno gigantesco, con árboles frutales y arbustos, era una casa con galería lateral techada y ventanas de vidrios de colores, como sencillos vitrales. Se podía ver desde mi terraza. Ya no existe la casa donde vivió el pequeño Fucile, ya no tengo la vista hermosa a los árboles frutales. Ahora, que nuevamente vivo en el mismo sitio de antaño donde daba mis clases de inglés, al fondo de la terraza hay una pared que frustra mi mirada hacia el horizonte; cuando vendieron la casa y se mudaron, alguien la tiró abajo para construir un galpón altísimo, un burdo prisma de cemento y techo de chapa, donde se alquilan cocheras. Bueno, peores crímenes se han cometido.
Creo que si hubiera sabido que Jorge Fucile iba a convertirse en Jorge Fucile, le habría prestado más atención a las redacciones de Mónica, donde lo describía físicamente y decía si se llevaban bien o no. Pero como todas las celebridades alguna vez, en su mayoría, fueron chiquilines de barrio, nadie imagina sus futuros prodigiosos. Yo tampoco. Es más, como soy tan poco futbolera, tampoco supe quién era Jorge Fucile hasta el Mundial del 2010, en que llegué a conocer a todos los jugadores por sus nombres y a identificarles los rostros, para mí gran hazaña. Fue ese mismo Mundial el que suscitó la conversación con mi hermano, que me ayudó a ubicar a Fucile, sacándolo de la historia de todos los uruguayos para colocarlo en mi propia historia personal. Estábamos tomando mate una mañana de enero de 2011 en Playa Hermosa, en la pérgola enmarcada por Santa Ritas. Mi hermano vive en Buenos Aires, por lo que nos hablamos y vemos bastante poco, y nuestros temas de conversación a veces ya caducaron para el resto del mundo cuando nosotros nos encontramos y los revivimos como si fueran las últimas novedades. El Mundial fue uno de ellos, que salió a flote esa mañana, bajo la pérgola, con el mate. "Y pensar que a Fucile lo cagábamos a pelotazos" dijo mi hermano. "¿A Fucile? ¿Cuándo, dónde vos lo cagabas a pelotazos?" Y ahí me lo contó y yo me dí cuenta como si hubiera recibido un golpe en la frente. El apellido de Mónica era Fucile. Tenía un hermanito menor, al que yo nunca le había prestado atención. Era Jorge Fucile. Mi hermano tenía ocho años en 1984, cuando éste nació. Entonces, para cuando mi hermano recordaba jugar en la calle al fútbol con los chiquilines del barrio, seguramente tenía unos catorce años, y Fucile seis. Recuerda mi hermano que lo botijeaban entre los grandulones. Se le burlaban, le hacían zancadillas y nunca le cobraban un fault a su favor, a pesar de las protestas del chiquito. En realidad, en el fondo lo hacían de envidia. "No sabés cómo la dominaba el guacho de mierda". Y sí, era Jorge Fucile, sólo que nadie lo sabía todavía.
La familia Fucile se mudó antes de que Jorge estuviera en edad de comenzar conmigo sus clases de inglés, por eso no lo conocí como a Mónica. De ella, imposible olvidarme. Tengo esta foto en mi repisa, que veo todos los días. Pero no sólo por eso es imposible olvidarla, sino por la anécdota, que la cuento a todo quien mira la foto y me dice "¡Qué linda!". En marzo de 1992, de vuelta de mi luna de miel, comencé a dar clases de nuevo. Ya no vivía en la casa de mis padres, pero seguía usando el garage para tal fin. Mónica vino a reinscribirse para ese año y me trajo de regalo la foto en cuestión. Me preguntó cosas sobre el casamiento y estuvo un rato alabando mi vestido, mi tocado, mi apariencia. Al final dijo la frase que no olvidaré jamás: "Estabas tan, pero tan, pero tan linda... que no sé cómo decirlo... ¡irreconocible!"
Hace casi veinte años que sigo riéndome de esa frase y repitiéndola a todo quien quiera escucharla. Tal vez por eso ustedes también piensen que la que está en la foto no soy yo. Es que de verdad no soy tan linda, ¡nunca lo fui! Y si lo dijo la hermana de Fucile, ¡será verdad!
(Hoy este blog cumple 2 meses. Me dio gusto festejarlos con este relato. Como ya se los dije antes en otras oportunidades, no me crean si no quieren. Pero es la pura verdad.)
Eran alrededor de las 20 hs de un día en que lloviznaba, pero a fuerza del cambio de hora todavía era pleno día, y los vecinos no habían dejado pasar inadvertido el hecho de que Helena, la vecinita para muchos mayores y la profe de inglés para tantos chicos, salía de la casa en un Mercedes Benz vestida de novia. A pesar de la llovizna, se habían agolpado ante la puerta de la casa de mis padres, que ese día abandonaba, formando una especie de corredor, como un cortejo guiándome hasta el auto que esperaba con la puerta abierta. Se oían deseos de buena suerte expresados por diferentes voces de señoras, de niños, de viejos. "¡Que seas muy feliz!" decían la mayoría, porque en esos momentos, instantes que se repiten generación tras generación en todas las familias alrededor del mundo, así como la muerte, el nacimiento y el cumpleaños, no hay mucho margen para la creatividad.
En ese momento, cuando me acababa de sentar en el asiento trasero del auto, fue cuando Mónica Fucile me gritó: "¡Helena, Helena! ¡Una foto!", yo le sonreí y saludé con la mano y así quedé, inmortalizada. ¿Quién era para mí Mónica Fucile? En esa época era una niña de trece o catorce años con unos ojos rasgados igualitos a los que hoy conocemos bien por los medios de comunicación, pelo negro largo y una sonrisa amplia y dulcísima. Era, como la mayoría de los niños de cuatro manzanas a la redonda, mi alumna de inglés. Desde los dieciocho años yo tenía mi instituto de inglés instalado en el garage de mi casa; yo los quería a los alumnos y ellos me querían a mí, así que se corría la voz cada febrero, cuando las madres preguntaban por ahí dónde recomendaban anotar a sus hijos para estudiar inglés, y todos señalaban mi puerta. Llegué a tener cerca de cincuenta alumnos. Por eso no es de extrañar que ese día, el de mi casamiento, hubiera tal poblado cortejo despidiendo mis últimos instantes de soltera, y que entre ellos, Mónica Fucile estuviera con su cámara de fotos.
Del pequeño Jorge Fucile yo sabía poco y nada. Que Mónica tuviera un hermano, lo sabía, era obvio, sobre todo porque en las redacciones solía escribir, como la mayoría de sus compañeros: "I live with my mother, my father and my brother", y tengo idea de haber visto a un chiquito venir de la mano de la madre a buscar a Mónica a la salida, pero nada más. Ellos vivían justo a la vuelta de la esquina, en la calle Quijote y Antonio Machado, en nuestro famoso barrio "de los cuernos de Batlle", en una casa antigua de esas que se llamaban "Villa ..." y el nombre de una mujer; no me puedo acordar del nombre de esa casa. Rodeada de un terreno gigantesco, con árboles frutales y arbustos, era una casa con galería lateral techada y ventanas de vidrios de colores, como sencillos vitrales. Se podía ver desde mi terraza. Ya no existe la casa donde vivió el pequeño Fucile, ya no tengo la vista hermosa a los árboles frutales. Ahora, que nuevamente vivo en el mismo sitio de antaño donde daba mis clases de inglés, al fondo de la terraza hay una pared que frustra mi mirada hacia el horizonte; cuando vendieron la casa y se mudaron, alguien la tiró abajo para construir un galpón altísimo, un burdo prisma de cemento y techo de chapa, donde se alquilan cocheras. Bueno, peores crímenes se han cometido.
Creo que si hubiera sabido que Jorge Fucile iba a convertirse en Jorge Fucile, le habría prestado más atención a las redacciones de Mónica, donde lo describía físicamente y decía si se llevaban bien o no. Pero como todas las celebridades alguna vez, en su mayoría, fueron chiquilines de barrio, nadie imagina sus futuros prodigiosos. Yo tampoco. Es más, como soy tan poco futbolera, tampoco supe quién era Jorge Fucile hasta el Mundial del 2010, en que llegué a conocer a todos los jugadores por sus nombres y a identificarles los rostros, para mí gran hazaña. Fue ese mismo Mundial el que suscitó la conversación con mi hermano, que me ayudó a ubicar a Fucile, sacándolo de la historia de todos los uruguayos para colocarlo en mi propia historia personal. Estábamos tomando mate una mañana de enero de 2011 en Playa Hermosa, en la pérgola enmarcada por Santa Ritas. Mi hermano vive en Buenos Aires, por lo que nos hablamos y vemos bastante poco, y nuestros temas de conversación a veces ya caducaron para el resto del mundo cuando nosotros nos encontramos y los revivimos como si fueran las últimas novedades. El Mundial fue uno de ellos, que salió a flote esa mañana, bajo la pérgola, con el mate. "Y pensar que a Fucile lo cagábamos a pelotazos" dijo mi hermano. "¿A Fucile? ¿Cuándo, dónde vos lo cagabas a pelotazos?" Y ahí me lo contó y yo me dí cuenta como si hubiera recibido un golpe en la frente. El apellido de Mónica era Fucile. Tenía un hermanito menor, al que yo nunca le había prestado atención. Era Jorge Fucile. Mi hermano tenía ocho años en 1984, cuando éste nació. Entonces, para cuando mi hermano recordaba jugar en la calle al fútbol con los chiquilines del barrio, seguramente tenía unos catorce años, y Fucile seis. Recuerda mi hermano que lo botijeaban entre los grandulones. Se le burlaban, le hacían zancadillas y nunca le cobraban un fault a su favor, a pesar de las protestas del chiquito. En realidad, en el fondo lo hacían de envidia. "No sabés cómo la dominaba el guacho de mierda". Y sí, era Jorge Fucile, sólo que nadie lo sabía todavía.
La familia Fucile se mudó antes de que Jorge estuviera en edad de comenzar conmigo sus clases de inglés, por eso no lo conocí como a Mónica. De ella, imposible olvidarme. Tengo esta foto en mi repisa, que veo todos los días. Pero no sólo por eso es imposible olvidarla, sino por la anécdota, que la cuento a todo quien mira la foto y me dice "¡Qué linda!". En marzo de 1992, de vuelta de mi luna de miel, comencé a dar clases de nuevo. Ya no vivía en la casa de mis padres, pero seguía usando el garage para tal fin. Mónica vino a reinscribirse para ese año y me trajo de regalo la foto en cuestión. Me preguntó cosas sobre el casamiento y estuvo un rato alabando mi vestido, mi tocado, mi apariencia. Al final dijo la frase que no olvidaré jamás: "Estabas tan, pero tan, pero tan linda... que no sé cómo decirlo... ¡irreconocible!"
Hace casi veinte años que sigo riéndome de esa frase y repitiéndola a todo quien quiera escucharla. Tal vez por eso ustedes también piensen que la que está en la foto no soy yo. Es que de verdad no soy tan linda, ¡nunca lo fui! Y si lo dijo la hermana de Fucile, ¡será verdad!
(Hoy este blog cumple 2 meses. Me dio gusto festejarlos con este relato. Como ya se los dije antes en otras oportunidades, no me crean si no quieren. Pero es la pura verdad.)
Jaja que divertida tu historia, y sin dudas que "el mundo es un pañuelo"... De no haber clasificado a ese mundial aún no sabrías que tu alumna es la hermana del jugador!!!
ResponderEliminarTe felicito por el cumple-mes del blog!!! Muchos éxitos!!
Un beso!
Gracias, Clau!
ResponderEliminar¡Hermoso relato y foto! Y para mí la esencia está igualita...
ResponderEliminarEs la pura verdad, y yo soy Fernanda, su vecina amiga de toda la vida... y Jorge y Mónica vivían al lado de mi casa, en Villa Emilia (ese era el nombre Helcia), y ahora hay un parking... y también es verdad que estaba hermosa y es hermosa y lloré mucho ese día, y brindamos y nos reimos y bailamos en el garage en la fiesta de casamiento (que también era el salón de clase de los como 50 botijas)... y yo estaba felíz de que fuera felíz... y sigo estándolo... Besos mil
ResponderEliminarVilla Emilia!!! Claro que sí!
ResponderEliminarson la 01.03 de la madrugada y no sè como vine a para a este blog,serà porque desde hace unos días pienso en saber de tu viaje,me encantó ver esta foto y leer tu diario de viaje jajaja.
ResponderEliminarIgual prometo llamarte ,besos desde Tandil Pcia de Bs.As
Te quiero amiga!!!!
Juro no haber mentido en la hora...no sé de donde sale ese 20.08 jajaj
ResponderEliminarJajajaja, siempre pone varias horas antes. Es la hora en USA, en alguna ciudad que tiene varias horas de retraso respecto a nosotros. Te creo!! Me alegro que te haya gustado! Besos
ResponderEliminaryo pienso que sos muy bonita todavía
ResponderEliminarSos una hermosa mujer y persona... Lo trasmites Helena 😘..
ResponderEliminarBella...
ResponderEliminarBella...
ResponderEliminarNo se como llegué hasta aquí, pero recuerdo todo perfectamente, saludos
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