Golondrinas sin retorno 7


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La verdadera casa de mi abuela en Zabiele, la que inspira este relato




Pasaban los meses y Ladislava se sentía crecientemente dominada por una sensación de desacomodo, de desapego, de pertenecer a otro lugar. Las promesas de Antoni habían provocado que cada detalle de su pueblo se convirtiera en ajeno, como algo que sería abandonado a la brevedad, como algo que se sentía desvanecerse al tacto. Tantos años había intentado aprender tantas cosas: cómo abrigar al ganado en el establo en invierno; cómo ordeñar las vacas sin que se volcara el tarro, que tantas veces le había ocurrido y finalmente lo había dominado; a reconocer cuándo las cosechas guardadas por meses en el sótano estaban a punto de echarse a perder y había que cocinarlas inmediatamente; cómo encender eficientemente la cocina a leña, única fuente de calor para toda la casa de madera en el invierno; cómo controlar a un caballo desbocado. 
Pero ahora, que había soñado con irse y abandonar todo, casarse en América y vivir en ciudades con comodidades que ni siquiera imaginaba, todo le parecía superfluo. Un elogio al servir una comida que ella misma había cocinado ya no significaba nada, y sus habilidades para tranquilizar al ganado en los días de tormenta se le antojaban estúpidas, sin sentido en una ciudad donde sólo habría autos y tranvías.
La misteriosa puerta de la casa donde nunca entraré si no es a través de esta historia que yo misma me cuento...
Sin embargo, pasados dos años no había recibido ni una carta de Antoni, y sus esperanzas se iban diluyendo junto con su interés en imaginar un futuro en la aldea. Una tristeza muy grande, a caballo entre el rencor y la nostalgia por lo que pudo haber sido y nunca fue, iba creciendo en su pecho. Tomasz, su hermano mayor, que se había casado un año atrás, se había ido con su flamante esposa a la América. Ladislava, como niña decente, no había podido seguirlo. "Las muchachas solas, cuando cruzan el Ecuador pierden la decencia" se corría la voz como una leyenda en el pueblo. Su padre, que ya estaba cerca de los setenta años, estaba postrado hacía varios meses; ya no iba al baño por su propia cuenta y había que limpiarlo en la cama; días había en que conversaba animadamente y terminaba llorando por su inutilidad; otros que no reconocía a su propia esposa. Seguramente, si hubiera sido diagnosticado hoy, probablemente le habrían dicho que sufría del mal de Alzheimer, pero en aquel tiempo y lugar, simplemente se decía que le había llegado la vejez precozmente. A Ladislava le dolía que su padre no la conociera tantas veces que había querido contarle de su hastío, y se encerraba tardes enteras en el ático del establo a llorar con la cara enterrada en el heno. 
Hasta que llegó la primera carta de Tomasz. Contaba que llegados él y su esposa Aniela a la ciudad alemana de Bremen, donde estaba el puerto desde el que salían la mayoría de los emigrantes hacia la América, al intentar comprar los pasajes con los ahorros que llevaban les habían informado que a América del Norte no era posible viajar, porque ya no aceptaba inmigrantes. Otros países tampoco recibían a nuevos emprendedores. El único país cuyas fronteras estaban abiertas se llamaba Uruguay. No sabían bien dónde quedaba, y al preguntar "¿Pero sigue siendo América?", les respondieron que sí: no dudaron en comprar el pasaje. Dos meses después de haber salido de Zabiele, Tomasz redactaba su primera carta para su familia. Estaban contentos. Habían alquilado una pieza con cocina en un edificio donde vivían muchísimos inmigrantes, y él había inmediatamente conseguido trabajo en una fábrica de quesos, mientras que Aniela limpiaba casas de familia cerca del centro de la ciudad.
Ladislava quiso ir con ellos. Ya no soportaba la visión de su padre en la cama, el rostro de Antoni que la perseguía como un fantasma, las imágenes de las cosas que había imaginado y que ya no sucederían. Entonces le escribió a Tomasz. Si él le compraba en Uruguay el pasaje con el dinero que ya estaba ganando y se lo enviaba, ella se uniría con ellos en Montevideo y trabajaría todo lo que fuera necesario hasta devolverle el último céntimo. Ya no le importó que se dijera que al cruzar el Ecuador a las muchachas se les caían los calzones. A ella no le pasaría eso. Ella huía de Zabiele, de su padre, de sus recuerdos y antiguos sueños, a encontrarse con su hermano, el que le había enseñado a montar a caballo y a hacer muñecos de nieve. La indecencia no tenía lugar en su mente. 
Transcurrieron meses antes de que el pasaje llegara, y Ladislava corría a recoger el correo cada semana cuando oía los cascos del caballo del cartero. Mientras tanto, Jan la observaba, con sus ojos de fiera al acecho, pero esta vez tristemente, presintiendo que la perdía. Un día no lo soportó más y la acorraló dentro del establo. "Quiero casarme contigo", le dijo. Ella, puede decirse, ya estaba más allá del bien y del mal. No le importaba mucho el futuro, y mucho menos el de Jan, ese presumido ricachón que la perseguía a todas partes. Por otro lado, la halagaba la seducción que irradiaban esos ojos azules, y el hecho de que ese derroche de galanteo la tuviera como objetivo a ella. "No sé", le dijo indiferente, "yo estoy esperando el pasaje que me va a mandar Tomasz de Uruguay y me voy". "Si me prometes que te casarás conmigo, yo también me voy a Uruguay". "Bueno", contestó ella, sin darle mucha importancia. 
Jan no sufría de aprieto económico alguno, por lo tanto dos semanas después partió a Bremen, con la dirección de Tomasz atesorada en el bolsillo interno del saco. Le pareció bien ir abriéndose camino para su futura esposa. Y cuando Ladislava llegaba, cuatro meses después, al puerto de Montevideo, no había allí dos personas para recibirla, Tomasz y Aniela, como esperaba, sino tres: Jan junto a ellos. Y pensar que Ladislava lo había olvidado. En ese momento recordó lo que le había prometido, y se ruborizó, por muchas razones.

Comentarios

  1. gracias helcia, por regalarme un pedazo de esta historia, tu historia, como regalo de cumpleaños!
    Un beso grande, Manu

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  2. Fue de casualidad, querido Manu, pero de casualidades está hecha la vida! Hoy cuando te dejé el mensaje con Carina de que estaba publicado esto, me enteré de tu cumpleaños... Que valga por regalo, si para vos tiene ese valor... Besos.

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