De alondras y ruiseñores 1

Hola, buen domingo. Hoy decidí que a través de este blog y ustedes, amables lectores, voy a probar el lanzamiento piloto de una novela que tengo pronta pero no me animo a publicar. Se llama "De alondras y ruiseñores" porque, justamente, tiene a la historia de Romeo y Julieta como uno de los planos en la que se lleva adelante la novela. La voy a empezar a subir de a pedacitos, y si les gusta, me van diciendo, así me animo y la publico, ta? Como siempre, ¡gracias!

La ilustración que la caracterizará será ésta, que es una imagen que yo quiero mucho.

 Es una ilustración de Julieta en el balcón hecha por Manara, el dibujante de historietas eróticas italiano. Esta imagen está ubicada a la vista de todo el viajero que llega a la estación de trenes de Verona, la ciudad donde tuvo lugar la conocida tragedia. En enero de 1999 mi marido y yo viajamos a Verona, para que entre otras cosas yo avanzara en mi investigación sobre esta historia, para ver de cerca los lugares donde vivieron y se amaron. Me encantó este dibujo y lo fotografié. Hoy acompaña mi novela en fragmentos.

Así empieza la novela, con un epígrafe, y luego los capítulos. ¡Bienvenidos!

A nadie le deseo el infortunio de la perpetua terrenalidad.
Silvia Lombardo (1928-1999)

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Debe prevenirse al lector que las páginas que siguen lo arrebatarán de ciertos lugares comunes entre cuyos muros ha crecido. Porque este texto se propone contar la historia hasta hoy vedada. Dramaturgos, trovadores ambulantes y artistas de todas las índoles, nacionalidades y tiempos han estado a cargo de la leyenda de manera ilegítima y efímera, dependiente de las modas de cada época. Hasta hoy, que ya poco importa romper el silencio y la auténtica historia será contada de una vez y para siempre.

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Y pensar que nada de esto habría trascendido si no fuera por esa carta. Una carta insignificante que llegó en un sobre cualquiera y con ese pequeño defasaje de tiempo, que como en la mayor parte de las obras de ficción es lo que termina desatando los sucesos más trascendentes. Ya conocía Emily Bronte el potencial de esas pequeñas zancadillas de la contingencia cuando en Cumbres Borrascosas hace que Heathcliff irritado abandone su indiscreto husmear y se pierda la confesión de que Catherine lo ama, desencadenando una vida entera de desencuentro. Sin momentos como ése, fugaces, volátiles, de otra manera inadvertidos, ni ese relato, ni tantos otros, habrían valido la pena narrarse. Esta historia tampoco.
En este caso fue esa carta, que llegó en el momento más inoportuno y por eso permaneció dormida durante casi tres semanas en el buzón del apartamento correspondiente, en el hall del edificio que tras la enorme puerta de vidrio miraba a la Rambla de Montevideo. Un sobre que habría pasado desapercibido para cualquier persona en cualquier momento de la vida, pero Silvia Lombardo acababa de morir, y la carta le había sido enviada justo antes de su hospitalización, según la fecha del sello de recepción en la oficina de correos de la zona. “Papá ni siquiera atinó a abrir el buzón en todo este tiempo” pensó Ana. Estaba fechada el 2 de febrero de 1999, hacía dieciocho días, y era evidente que durante la internación de Silvia, además de que por estar junto a ella había dejado de comer y bañarse si Ana no lo obligaba y se lo llevaba rezongando, el hombre tampoco se había preocupado por que las cosas cotidianas de la casa siguieran bajo control, como abrir el buzón para revisar si había facturas a pagar.

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