De alondras y ruiseñores 2

Les dejo el final del capítulo 2 de la novela, que fue comenzado hace como 15 días.
Si quieres leer la primera parte, pincha aquí. Recuerden que en el último post, Ana llega a la casa de su padre y encuentra la carta que comenzará con la historia. Sigamos...


Ahora, un día después del funeral, Ana llegaba con el corazón sombrío a visitar a su padre y ordenar las cosas de Silvia. Empezó con el buzón, donde encontró varios folletos avisando sobre pizzerías, servicios sanitarios y peluquerías en el barrio, la factura de la electricidad vencida hacía dos días –habría que pagarla con recargo-, la notificación del banco del estado de cuenta, y esa carta.
Ana misma la abrió en el ascensor. Dependiendo de lo que fuera, se lo diría a su padre o simplemente la arrojaría a la papelera. Demasiadas cosas sobre las que el viejo tendría que decidir en estos días. Dentro del sobre había una hoja membretada de una imprenta, y era una nota corta y formal, redactada en el más convencional de los estilos, que comenzaba disculpándose por no haber respondido a su solicitud desde el mes de diciembre del año anterior, porque habían estado de vacaciones. Pero el resto del contenido no se correspondía con lo que Silvia Lombardo normalmente recibía.
Le enviaban un presupuesto para la publicación de un libro. “De acuerdo a sus indicaciones, el presupuesto se calculó sobre la base de un tiraje de doscientos ejemplares, tapa a una tinta, acetatos y papel de calidad media buscando en lo posible reducir los costos.” Lo extraño era que, de acuerdo con el reconocimiento que Silvia había alcanzado luego de su larga trayectoria como profesora de Letras en la Universidad de la República y relativamente conocida escritora leída en varios países de América Latina y España, ella hacía años que no se encargaba de sus publicaciones, sino que las editoriales hacían todo el trabajo para ella. Más aun, desde hacía un año, en que el tumor en su aparato digestivo había sido descubierto, Silvia se había desapegado por completo de toda tarea mundana como lo eran las visitas a las editoriales o la preocupación por el cobro de las regalías que raramente llegaban puntuales; es que apenas escribía, y si lo hacía, eran tan sólo cartas para amigos y familiares que tiempo atrás había dejado de ver, como si quisiera ganar esa prórroga que la vida le daba sobre aviso para desdoblarse y dejar sus palabras, su perfume, en la mayor cantidad de hogares posibles.
Que le hubiera interesado la publicación de un libro nuevo y que, sobre todo, buscara hacerlo a través de una imprenta sin sello, en pequeña escala y buscando la forma más barata, eso era lo que llamaba la atención. Porque ese habría sido el comportamiento de un escritor novel, y Silvia distaba mucho de serlo.
Decidió no decirle nada a su padre y olvidarlo hasta terminar con los trámites más urgentes, cuando entonces ella misma iría a la imprenta para conocer los detalles de ese libro que Silvia Lombardo había intentado publicar justo antes de su muerte. Vería de qué libro se trataba y tal vez, entonces sí, consultaría a su padre.

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