Fragmento de A su imagen y semejanza


Les dejo un fragmento de mi novela sobre la vida de travestis uruguayas. Esta es una historia conmovedora pero que no está entre las favoritas de la novela porque no "husmea" en las particularidades de ser travesti, sino en algo que todos los seres humanos compartimos en mayor o menor medida: la ternura y la quimera de tener una vida diferente.

Había sido una primavera fría y lluviosa la de 1987, y Aurora –que ya era “ella” por completo– iba a trabajar al parque, como desde hacía años y como aún lo hace. Ese día las nubes negras colgaban peligrosamente sobre el lago, como si un viento fuerte pudiera desenganchar las piolas invisibles y derribar la tormenta que se aguantaba como de milagro. Faltaba poco para oscurecer, y desde un desagüe al borde del lago le llegó el vagido débil de un gato. No supo por qué se acercó; nunca le habían llamado la atención los gatos. Sus ojos en la semioscuridad se habían preparado para encontrarse con dos ojitos amarillos, una boca abierta con puntiagudos colmillos y un cuerpo de pompón. Le sorprendió hallar una tela, y al enfocar sus ojos con más atención vio que era una especie de rebozo calado hecho en telar; pretendía ser blanco, pero el roce contra el hormigón del desagüe y el barro lo habían dejado manchado por partes, pero sólo algunas, como si hiciera poco tiempo que estaba allí. Debajo del rebozo, que parecía inflado por un viento mágico, se sacudía algo. Aurora se inclinó y con las dos manos agarró el bulto, el corazón saltándole en el pecho porque ya sospechaba el precioso contenido.
Al contacto con su pecho, el bulto dejó de agitarse. Destapó uno de los extremos y se encontró con la carita rozagante de un bebé, los cachetes gordos, los ojitos negros abiertos, fijos en los suyos, con una mirada de curiosa expectativa que la cautivó como la de un adulto. Llevaba puesto un poncho con capucha y debajo un enterito amarillo patito, y las manos pequeñas ocultas bajo mitones blancos. Lo primero que se le pasó por la cabeza fue llevarlo a la comisaría. Los milicos de la Seccional 5ª eran buena gente; Aurora los conocía bien de sus idas y venidas con la ley. Paró un taxi y le explicó que no tenía un peso encima, pero que había encontrado un bebé y quería llevarlo a la comisaría. El taxista no necesitó más explicaciones. Mientras se alejaban del parque, una fría tristeza se le metió a Aurora por la nuca, presagiándole que en minutos entregaría a ese bebé y nada más sabría de él, a pesar de que le estaba salvando la vida.
En la seccional, los policías la saludaron embromándola:
— ¿Tuviste familia, Aurora?
—Sí —les respondió—, ¡vengo a buscar al padre!
Tal como lo había presentido, allí entregó al bebé y eso fue lo último que supo de él. Al otro día leyó en el diario que tras haber ingresado al Pereira Rossell, se había constatado que tenía dos meses de edad y, para su sorpresa, que no era un bebé, sino una beba. Fue inmediatamente al Hospital para preguntar por ella, y le dijeron que su destino ahora quedaba completamente en manos de la familia que estaba en lista de espera para su adopción. En el diario, como en el fondo del corazón de Aurora, quedó la frase que nunca olvidará y que casi sin pensar dijo en la comisaría: “Me queda la satisfacción de haberla encontrado con vida”.
Con lágrimas en los ojos, Aurora compartió conmigo sus reflexiones acerca de lo curioso de que dos personas puedan cruzarse en el punto más importante de sus respectivas vidas y, sin embargo, no haber sido nadie una para la otra, seguir siendo nadie, un anónimo, y perderse por diferentes caminos del mundo. Me contó que muchas veces después de eso se ha descubierto a sí misma pensando en esa beba, imaginando, si es verano, que la lleva a la playa con baldecito, rastrillo y pala a jugar en la arena; si es invierno, se ve acompañándola a la escuela con la moña azul. Dice que cada año fantasea con su cumpleaños, que debe de ser a mediados de julio y, hace poco, cuando cumplió los quince, sacó mentalmente las cuentas para ver si habría tenido posibilidades de hacerle una fiesta. Su recuerdo no la abandonó jamás y ha sido hasta el día de hoy la forma de Aurora, a su manera, de ser madre y ver crecer a una criatura aunque sólo sea en la imaginación. Porque Aurora tiene la certeza –así me lo contó– de que, esté donde esté, esa niña y ella están conectadas por esos hilos extraños del destino.

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