En un lugar de Montevideo, de cuyo nombre no quiero acordarme...


H. G. Wells en La máquina del tiempo describió un futuro de la especie humana dividido en dos razas: los Morlocks y los Eloi. Estos últimos viven en la superficie del planeta, en hermosos jardines, rodeados de armonía y belleza. Sólo tienen una perturbación. Saben que en determinadas noches del año, la tierra se abre para dar paso a los Morlocks, que habitan viviendas subterráneas, embrutecidos por la escasez de luz y condiciones sanitarias. Las noches en las que salen, indignados, ofuscados por la falta de aire y espacio, se dedican a devorar Elois. Los Morlocks son lo único a lo que los Eloi temen.

* * *
(Lo que van a leer a continuación no es ficción. Tuve el privilegio de que me fuera relatado por el mismo protagonista, mi colega. Uno de esos locos que quieren salvar el mundo. De esos locos que el mundo necesita, para tender puentes, no quemarlos. Uno de esos locos que no ven Morlocks ni Elois, ven personas. Como las vieron Martin Luther King, Madre Teresa de Calcuta, Nelson Mandela, de ese estilo de ilusos.)

* * *

Colonia Berro. Tarde otoñal. Santiago está sentado en una salita entre tres gurises, repartiendo libretas que él mismo decoró. Son “libretas filosóficas”. Santiago es Profesor de Filosofía y lleva adelante un taller con algunos de estos chiquilines internados en la Colonia, que se interesaron en su propuesta optativa. Santiago es ideal para este trabajo. Corpulento y calvo, no aparenta ser un mensajero de los Eloi para intentar humanizar a los Morlocks. No conozco su historia, pero lo que dice su semblante, que es muy conveniente, es que tiene “calle” o “mostrador”, y eso ha logrado conquistar la confianza de los muchachos. Tiene la edad que podría tener un padre de ellos; un padre un poco joven, pero bien podría serlo.
Está repartiendo unos cuadernitos, prometidos la sesión anterior, para que durante la semana ellos puedan escribir ahí las ideas o preguntas filosóficas que les sorprendan sin aviso. Santiago trabajó preparando estas libretas una tarde entera, como una maestra de jardinera.
Su esfuerzo no fue en vano. Reciben las libretas con exclamaciones candorosas, mientras las examinan entre sus manos, dándoles vuelta; las abren, las cierran, les acarician la tapa brillante y colorida de cartón: “¡Buenaaa! ¡Qué rica!”; “Nos vamos pa’ arriba. ‘Tamos progresando” “Esto está bueno porque si te acordás el viernes de algo así, cuando venís acá después lo tenés escrito”; “Está muy cheto bó”.
Los tres están entre los quince y los diecisiete años. Aparte de la forma de hablar, la ropa desaliñada y los gorritos de visera, tienen una frescura y una risa fácil típicas de la edad; Santiago está acostumbrado a esa desfachatez por sus clases en Secundaria. 
Lo quieren a Santiago. Lo integraron. Le preguntan qué le pasó en la pelada porque tiene una lastimadura, y él les dice, en broma, que intentó hacerse un tatuaje con su nombre para que no le digan más “Profe”.
– ¿Te molesta que te digan “Profe”? – pregunta uno de los muchachos, alzando las cejas con desconcierto.
– Molestarme no, pero me gusta que me digan por mi nombre.
– Pero nunca te dijeron “¿Qué andás, pelado?”
– Sí, pero en general no respondo bien cuando me dicen eso.
- ¿No? ¿Por?
– No me gusta que me digan “pelado”, ¿por qué me van a decir “pelado”?
– Porque vos sos pelado.
– Tengo nombre.
- ¿Y? “Escuchá, pelado. ¿No tenés una moneda?”
Hay risas.
– “Pelado”, minga. Lo saco corriendo.
– Entonces “Alfajor de maicena”.
- ¿”Alfajor de maicena”?
– Puro coco – todos se carcajean.
Charlas así se suceden semana tras semana, en los encuentros de una hora que tienen como punto central una pregunta filosófica, “que no tiene respuesta, ni el Profe”, y que sirve para aprender a pensar, a reflexionar, como si la mente fuera un músculo que hay que entrenar. De hecho, ésa es la explicación que él les dio en una de las primeras reuniones, y la entendieron muy bien.
Hoy la pregunta que los convoca es “¿Qué somos?”
Los ojitos de los tres gurises se mueven muy rápido, desde la tapa de la libreta, al papel pegado en la cartelera que en letras grandes lee la conocida frase socrática “Conócete a ti mismo”; finalmente escudriñan los ojos de Santiago buscando una respuesta. 
- Yo no lo sé - les dice, encogiéndose de hombros. Pero les recuerda que la semana pasada dijeron cosas muy interesantes, y que hoy podría suceder lo mismo. Les  dice que, por todo lo que los escucha hablar, él cree que son muy sensibles e inteligentes. Hay un silencio embarazoso, emocionado, provocado por el halago al que no se sabe responder. Entonces uno irrumpe, maravillado, alzando levemente los brazos en un gesto de agradecida sorpresa:
- ¡Te das cuenta de todo!
– Pero es muy fácil darse cuenta de eso.
– Pero lo que quiero decir es que vos estás… atento. Eso es lo que quiero decir.
– Siempre estás atento – dice otro.
Y el primero: – Eso es lo que está bueno. Que estás prestando atención, que no sólo venís a dar la clase y ya está.
A Santiago le burbujea el pecho de orgullo, pero no lo manifiesta.
Continúa el tema de “quiénes somos”. Uno dice: 
- ¿Sabés qué somos? Lo que hacemos.
Y Santiago: 
- Eso lo dijo uno de los filósofos más grandes de la historia.
– ¡Yo!
Risas.
– Aristóteles. Él dijo lo que vos acabás de decir.
La algarabía se apodera del saloncito de encuentro. Se agarran la cabeza mientras se desternillan de la risa; no pueden creer que uno de ellos haya podido generar por sí mismo una frase de Aristóteles.
Uno de ellos, imitando a un presentador televisivo, señala con el brazo extendido al “filósofo”:
- … y la bestia acá acaba de decir la misma frase… ¡con mucha naturalidad y su gorrita Nike!
– ¿Viste? – saca pecho el aludido- No paro de sorprenderte… Ni yo sé hasta qué punto llega mi capacidad. 
Recibe puñetazos, como un juego.
Más allá del bullicio, surge la reflexión de que lo que alguien hace, es lo que alguien es. Uno de ellos, el más flaquito, el aparentemente más desamparado, dice que él no se siente buena persona, porque robó a gente inocente. Otro le dice:
- No lo hiciste por maldad, lo hiciste por conseguir droga. 
Pero él insiste: 
- No lo hice para ayudar a nadie. 
Silencio. Al final se oye a alguno comentar: 
-Está buena la charla.
Y retoman: 
-Es lo bueno que tiene esto, ¿viste? porque… corte, no sé. Las preguntas parecen tontas pero a la vez son difíciles.
– Te hacen girar la cabeza, está bueno.
– Parece que fueran tontas. Pero algunas cosas son como esto que nunca me puse a pensar… ¿quién soy yo?
– Es verdad eso.
– Que recién ahora con diecisiete años me lo vengo a preguntar, ¿quién soy yo? 
La reunión llega a su fin.
Uno pregunta: 
- En el librito, ¿no vamos a anotar nada?
Santiago responde: 
– Ustedes anoten lo que quieran; si se les ocurre algo lo anotan. 
- ¡Ah! ¿Sabés lo que voy a poner yo? Capaz, no sé, si me dejás… si puedo…
– Hacé lo que quieras, es totalmente tuyo.
– Voy a poner de título “¿Quién soy?”, y en la pieza voy a estar pensando ahí, y voy a poner un par de cosas, así en la próxima clase vengo, te traigo y te digo “Mirá lo que estuve reflexionando”.

Comentarios

  1. qué necesitan estos jóvenes? que se los escuche, que se los haga reflexionar, mostrarles que son seres humanos pensantes y ofrecerles
    afecto incondicional. Pero para eso se necesita personas como Santiago con vocación de servicio, filósofos al fin.un poco locos.

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  2. Hermoso, realmente hermoso. Agradecerte por darnos la oportunidad de continuar leyéndote y por este regalo así como a Santiago por su excelente y hermosa labor, la Educación tiene un gran valor, se puede lograr maravillosos logros. Es realmente conmovedor lo que se siente al leerlo. Gracias

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  3. He tenido la posibilidad de dar clases de Inglés( en forma honoraria pues la directora, que me conocía desde pequeña, en ese momento me llamó y me preguntó si yo podia y queria, pues no encontraban profe de Inglés) en la Escuela de tiempo completo de Playa Pascual. Algunas personas me decían que estaba loca por perder el tiempo con ellos y sin cobrar un peso.
    Fué la experiencia que más me hizo sentir útil y feliz. Aunque debo confesar que algunas veces salía de esas clases con mucha tristeza, también los niños me enseñaron muchas cosas !!! Me dieron mucho amor en un momento de mi vida en el cual estaba atravesando una muy dolorosa pérdida.
    Gracias mis queridos niños!!!

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