Diario de Rio 1

Hay que construir este diario, sea como sea


Ya hace 36 horas que estoy en Rio de Janeiro con mi amiga Carmelia.
Mientras planificábamos este viaje por Whatsapp, nos dijimos que íbamos a abrir un nuevo blog con el título "Diario de Rio", donde escribiríamos, ella en portugués y yo en español, nuestras impresiones paralelas. Las dos somos escritoras, una brasileña y la otra uruguaya respectivamente, así que el proyecto sonaba de lo más atractivo... (sí, sí, para nosotras)
Algo pudimos hacer, mientras no habíamos llegado a destino. Cada una escribió por su lado, y nos lo enviamos mutuamente. Pero al encontrarnos cara a cara, la vorágine de las charlas y los paseos y la planificación de la vida cotidiana se ha llevado todo el tiempo. Apenas podemos escribir. Abrir un nuevo blog, ponernos de acuerdo en las imágenes, colores, y demás, hacen que esta tarea no termine nunca. En realidad, que no comience nunca. 
Ahora, medianoche del viernes, Carme ya duerme. No le pude proponer mi idea, y es que cada una escriba su diario, pero desde su propio blog ya existente. Creo que es la única manera de que funcione. 
Aquí comienzo yo. Irá un poco atrasado en fechas, pero lo importante, para mí, es que lo hagamos. No hay nada mejor para un viaje que un diario. Está en construcción, como el Cristo de la foto. Ya veremos cómo resulta. Gracias por acompañarnos.

Lunes 2 de octubre

Hace tres años que no veo, cara a cara, a Carme. Pero su voz y su rostro me acompañan todo el tiempo. Es una típica amistad del siglo XXI. (¿Será verdad lo que digo? ¿Habrá muchas amistades así en el siglo XXI? Ojalá) Porque existe el Whatsapp, porque veo sus fotos en Facebook e Instagram, porque ella ha traducido partes de mi escritura y me las ha enviado por escrito, y también grabadas, con su voz con la dulce cadencia del portugués. Ella es casi la única persona con la que comparto, semana a semana, algún entusiasmo literario. Ahora se viene uno grande, un entusiasmo que no tiene precedentes: voy a conocer Rio de Janeiro, en apenas tres días. Y ella va conmigo. Ella, que transitó sus calles durante cuatro años mientras hacía su doctorado, viviendo allí como una carioca más aunque nació en el norte, en Ceará. Ella, que vivió en el entorno de la Rocinha, que llegó al grado académico más alto a la vez que caminaba entre la miseria. Ella, que es una escritora. Me va a llevar de la mano a conocer el Rio que ella conoce, el que ella huele, siente, recuerda e imagina. Y vamos a escribir juntas un diario. Dos escritoras, en español y en portugués, mirando y viendo sus propias perspectivas de la misma aventura. Es, ciertamente, un entusiasmo grande. Pero yo estoy viviendo en un caos. Antes de irme tengo que terminar muchas cosas: dar clases y corregir parciales, responder emails urgentes, dejar lista la medicación de mi madre para los casi 10 días en que estaré ausente, mientras preparo las 2 conferencias que daré en la Universidad de Rio. La ansiedad me está carcomiendo. Ansiedad de que no corra el tiempo, para que me deje un lugar para hacer una cosa más, una más, una más... Ansiedad para que corra el tiempo, porque quiero estar en Rio ya, ya, ya... Pero el tiempo es el tiempo. Corre a la velocidad que se le antoja. Si no, ¿cómo puede ser que ya pasaron tres años desde que le di el último abrazo a Carme?

Jueves 5 de octubre

A veces lo pienso, pero nunca se hizo más real que hoy, mientras el avión despegaba desde el aeropuerto de Carrasco hacia Rio. Hace un ratito, no más.
Pertenecer.
El avión iba cobrando altura y se veían casitas de techos rojos. (Es increíble: de niña pintaba los techos de las casas de rojo, cuando mi casa nunca fue así; creo que solamente lo imitaba de dibujos que veía en los cuentos ilustrados, pero sí, la mayoría de los techos, viéndolo desde el cielo se confirma, son rojos). Casas que para mí no significaban nada. Sin embargo, allí dentro, debajo de cada techito, un drama uruguayo de algún tipo: el nene que se va a quedar  a matemáticas; la ropa que se amontona sin lavar en estos días de humedad interminable; las cuentas inmanejables; el sueldo que todavía no se cobra; el auto que no arranca; las alergias, el colesterol, el desengaño. Yo también soy parte de esos pequeños dramas cotidianos, pero estoy aletargada. 
No es hasta que veo la costa alejándose, mientras nos internamos por el cielo sobre el mar, que siento efectivamente lo que tantas veces he presentido: ahí abajo, atrás, cada vez más pequeña, esa franja blanca de arena me pertenece. Ahí se queda mi idioma, no el español, sino el acento, el "Ahí va" (¿a dónde??), los balbuceos a media voz y que igual el guarda te dé el boleto que esperas. Eso no me sucede en ningún otro rincón del planeta.
Y me emociono: un leve temblor en el pecho, una falta de confort...
¿A dónde voy? A lo desconocido. Nunca estuve en Rio. Dicen que hay pobreza, que hay violencia; que es de las ciudades más hermosas del mundo.
Me espera mi anfitriona en un apartamento alquilado en Gávea. No sé llegar, espero que el taxista sea honesto...
A la noche, espero a Carmelia. Ella es lo único seguro; como un faro, alguien conocido que además conoce el lugar a donde voy. Mi puente.
Ya no se ve nada por la ventanilla: nubes y más nubes. Sacaría una foto, sólo que tengo el celular apagado. Igual, si quisiera, después podría bajar de Google cualquier foto, ya que todas las ventanillas de avión son iguales, ¿o no? Las ventanillas y lo que se ve por ellas cuando se está lejos del origen y el destino. Lo que diferencia a cada ventanilla es quién mira por ella, hacia dónde va, y qué historia deja.

Continuará...

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