Venganza tardía

Nunca fui una niña "chuchi". Las "chuchis" de mi escuela, a pesar de la pretendida uniformización del guardapolvos, usaban zapatitos ultra femeninos y se aguantaban las colitas o trenzas con adornos en forma de corazones o frutillas, y eran conscientes de ello. Notaban a la legua que yo era diferente. Jugábamos en ronda a "Yo soy la marinerita", y a mí nunca me elegían, porque nos levantábamos la falda de la túnica y allí quedaba al descubierto la pollera, que en las "chuchis" tenía muchos voladitos y colores, mientras que yo llevaba un shortcito azul marino de gimnasia. No se trataba de pobreza, ni de falta de cuidados de mi madre. Al contrario; era que mi mamá estaba muy comprometida con la practicidad. La ropa linda era para salir, no para ir a la escuela debajo del guardapolvos, donde nadie la veía y, además, se ensuciaba y envejecía. Las colitas tenían que ser unas banditas elásticas que sobresalieran poco, para que no se engancharan con nada al correr en el patio de recreo, y pollera, claro que no, porque si me levantaban la túnica, yo siempre estaría protegida de que se me llegara a ver la bombacha. Muy, muy práctica. Sólo que esa practicidad iba haciendo mella poquito a poco en mi femineidad, y comencé a sentirme la más fea. Las "chuchis" lo olían, porque los niños, cuanto más pequeños, más tienen de animalidad. Y como lo olían, sin que yo dijera nada, me hacían lo que hoy día se llamaría "bullying". Me decían "la gorda" y me robaban la merienda. Además de que, si bien algún día yo le suplicaba a mamá para llevar la pollera roja a la escuela, y ella se compadecía y me dejaba, ninguna niña me elegía en "La marinerita", aunque, me constaba, mi pollera roja fuera la más linda. Yo era muy tímida y no me hubiera atrevido a contarle mi sufrimiento a ninguna maestra. A mi mamá se lo contaba, sí, pero ella no le daba importancia: "Es porque vos sos la más inteligente", me decía, "que te tienen envidia". No me servía de mucho la explicación, sobre todo porque ser la más inteligente no me hacía correr más rápido ni lograr no ser elegida para "quedarla" en las escondidas.
En fin. El tiempo pasó. Tengo una amiga, de mis más queridas en el mundo, que tiene una hija, bastante grandecita ya, pero que gran parte de su niñez fue una auténtica "chuchi". Tenía todo lo que me recordaba a las "chuchis" de mi clase, aunque la palabra  ni siquiera se utilice ya. Toda hermosura: pelo larguísimo ensortijado (como habría sido el mío si mi mamá, llevada por su practicidad sempiterna, no me lo hubiera cortado a lo varón), brochecitos de las malditas "Princesas", muñecas Barbie para jugar y una actitud de lo más asquerosa ("no, no le doy beso a la tía", "no, no le muestro lo que me trajeron los Reyes Magos"). Y sabía mirar con una mirada de soslayo que dolía... sí, yo con treinta y pico de años, pero me miraba la gurisita y todavía me dolía.
Un día nos reunimos algunas familias conocidas en la casa de mi amiga. Mi hijo y la "niña chuchi" eran los únicos niños de esa extraña edad de 4 años, en que aún no se comunican bien, salvo excepciones, y aún necesitan sugerencias de adultos para descubrir a qué jugar juntos. Mi amiga entendió que su niña no quería invitar a mi hijo a su cuarto, mostrarle sus juguetes ni compartir con él el mismo sofá para mirar un programa de televisión. Entonces lo invitó a sentarse a la mesa de la cocina, donde podía estar tranquilo, y le dio hojas en blanco y una caja de colores. Mi hijo se puso a dibujar, y yo lo dejé solo para ir a conversar con los demás adultos. Un rato más tarde escuché un cierto revuelo en la cocina. Me acerqué para mirar. La niña estaba disputándole los lápices de colores: le pertenecían. Mi hijo la observaba, desconcertado, mientras ella hablaba como una auténtica "chuchi", quitándoselos de la mano, de los alrededores del dibujo sobre la mesa, rezongándolo como si jugara a las madres. El dibujo había quedado trunco, y la caja de colores había desaparecido. En su rescate, yo hurgué en mi cartera y encontré una lapicera roja. De esas que las mujeres llevan por las dudas, por si es necesario anotar algo; suelen ser azules las que encuentro en el fondo de mis bolsos, pero esa vez me había tocado una roja. Mi hijo la tomó agradecido y se dispuso a dibujar los rulos de su personaje que había quedado calvo. "Un pelirrojo, como tu compañerito de clases", le dije, y él se entusiasmó más. En ese momento volvió la chuchi. Furiosa constató que mi hijo continuaba con el dibujo, e intentó quitarle la lapicera. Eso fue demasiado. Corroborando si no había nadie en los alrededores, la miré con un desprecio con el que, creo, nunca más en la vida miré a nadie. Doblé la comisura de mis labios hacia abajo y fruncí la nariz, como si ella me diera asco. Alguna vez me habían mirado así, como treinta años atrás. "Esta lapicera es mía y yo se la di", dije mordiendo las palabras. La chuchi quedó mirándome boquiabierta, porque nunca habría esperado una interacción así con una adulta, amiga de su mamá. Y el golpe de gracia: "Además, es mucho más linda que esos lápices feos tuyos, porque, mirá, es roja".
La niña se puso a llorar a los gritos, a los que acudió su mamá, quien sigue siendo una de mis mejores amigas hasta hoy. La abrazaba y le preguntaba qué le pasaba, y la niña me señalaba y balbuceaba que mi lapicera era roja. Mi amiga me miraba riéndose, restándole importancia: "Ay, ¡estos niños! Dejalo dibujar, pobre, vení a comer papitas". Pero no había quien la calmara. Mi hijo me miraba con complicidad. Y mi alegría no tenía límites. Tardé treinta años en aprender a enfrentar a una "chuchi", pero lo logré. Por supuesto, mi amiga hasta el día de hoy no sabe nada de esto. Y hasta el día de hoy, nuestros hijos no se llevan bien.

Comentarios

  1. "La vendetta é un piato chi si mangia freddo" dice el dicho italiano. Lo tuyo no fue venganza, fue justicia. A mí me pasaron muchos episodios de esos y tenía una amiga chuchi manipuladora, que si no jugábamos a lo que ella quería decía "Entonces me voy." Un día mi hermana le dijo: "Andate" y se sorprendió tanto que no se fue y seguimos jugando. Creo que criar a un hijo con exceso de mimo es perjudicial. Y como si fueran muñecos, también, porque les quitan sentimientos y los vuelven egoístas. A las nenas de mi ahijado, a quienes llamo mis princesas, las tengo acostumbradas a que pregunten si PUEDO comprarles tal o cual cosa. No,gracias a Dios, con los bonitas que son y bien coquetas, no son chuchis. Era de prever que tu hijo y la chuchi jamás se entendieran. ;)

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El por qué de la alondra y el ruiseñor

La foto que me sacó la hermana de Fucile (y esas cosas de la vida)

El cementerio del Cerro