Historias tangenciales (a la presentación de un libro) 1



El 5 de octubre presenté mi segunda novela. No voy a contar lo obvio, como si hiciera una nota de prensa. Quiero contarles cosas que sólo viví yo, y que fueron verdaderamente movilizadoras. Como si fuera, digamos, los entretelones.

Empecemos por esta: 

EL SEÑOR QUE VINO BUSCANDO A UN FANTASMA

Terminada la presentación, yo me encontraba en el hall del Salón Dorado de la Intendencia de Montevideo, firmando primeras páginas de ejemplares del libro, sonriendo tanto que hasta dos días después me dolían los músculos de la cara, bastante aturdida, entreverando nombres y pasando vergüenza si a alguien bastante conocido le tenía que preguntar cómo se llamaba porque la emoción me provocó lagunas. Me ocurre seguido eso. De sentir una importante sensación en el pecho y de pronto olvidar lo que estaba diciendo.
En fin, un enjambre de personas, caras sonrientes, mucho amor, claro, muchos abrazos previstos, imaginados y deseados, pero que en ese momento no podía disfrutar del todo por la turbación. Nuevas caras, más caras, el esfuerzo por recordar rostros que no había visto desde hacía un tiempo; la sonrisa congelada; los dedos acalambrados, la nuca endurecida por la posición de firmar libros de pie, tratando de estabilizar la base donde escribía (mi mano) con una fuerza rara, ejercida con músculos casi desconocidos, que nunca se usan. 
¿Pueden sentir mi desorientación, mi entrevero? ¿Lo sienten en los ojos desenfocados? ¿En las manos que tiemblan? ¿En el aire que está espeso? Entonces, están conmigo. 
En ese momento levanto mi vista de un libro y veo a dos palmos de mi cara, la cara de un señor muy mayor. Una sonrisa delicada, amable, podríamos decir que tímida, o bondadosa. Fue un segundo, por eso no puedo juzgar esa sonrisa con propiedad, pero estas son las impresiones que me transmitió. Un señor de pelo blanco y piel pálida, parecía transparente. Los ojos, grises, de ese gris oscuro que tienen los ojos de algunos viejos, ¿los han visto? Parecen azul demasiado profundo, a veces con un tinte púrpura; es muy raro, no puedo estar segura de si a ese color lo provocan incipientes cataratas, pero únicamente lo he visto en los viejos. Los labios trémulos, se dispone a preguntarme o explicarme algo mientras me extiende un libro para que lo firme. No quiero escuchar lo que dice. Todavía veo a mi izquierda una breve fila de personas que conozco y quiero abrazar, y que esperan pacientemente. Y este perfecto desconocido, viejito de cristal y nieve va a hablarme. Y yo no quiero escuchar, me limito a sonreírle y a tomar el libro de sus manos. 
Pero una pregunta llama mi atención, me petrifica: "Vine a esta presentación porque vi tu apellido en el programa. ¿Tenés algún familiar que fue al liceo Nº 8?"
Me detengo y lo miro. No es una pregunta típica de un viejo. Es la pregunta de un adulto joven, de un adolescente tardío. Liceo 8... "¿De su edad?" le respondo preguntando a mi vez. Asiente. Nº 8... Nº8,,, Sí, claro, si a papá le gustaba contarnos su vida, todos los detalles nos contaba, y ese liceo lo había mencionado. Si queda en 8 de Octubre, en La Blanqueada; si podía ir incluso caminando desde la casa de mis abuelos en Mariano Moreno y Martín Fierro. Sí, era el Liceo Nº 8. Pero me resisto. Es muy extraño. "¿Qué edad tiene?" le pregunto. Y esto que cuento en cámara lenta, en realidad sucede en menos de 30 segundos. "77 para 78", me responde, como responden los padres acerca de sus niños: "10 para 11",  "14 para 15". Yo nunca más respondí eso en relación a mi edad. Tengo una edad y punto. Y si estoy por cumplir, ya digo la que viene. El "77 para 78" le da un toque infantil, como si el señor viniera viajando montado en el tiempo: transparente y nevado, pero con los gestos y dichos de un niño. Papá tendría más o menos esa edad, En realidad, papá tendría "78 para 79" si estuviera vivo. 
El señor continúa "creo que fuimos compañeros de clases, me acuerdo con claridad del apellido". Y sí, de esa exacta edad y ese apellido, sólo había uno. "Eduardo" le digo. El señor asiente, con una mirada esclarecida. Repite "Eduardo..." como un eco, como si lo dijera para sí mismo, o para el aire. "Sí, sí, seguro que era él. Compartimos un año solo en la misma clase, me acuerdo". Por eso el señor es un año más joven que papá. Papá repitió un año de liceo. Seguramente fue su último año; se integró a un nuevo grupo, más joven, y después definitivamente dejó. Dejó el liceo, pero también dejó una huella. Al menos en este señor. "Vine para ver si lo veía. ¿Vive?" "No, falleció". "Ah, era una posibilidad" me dijo con resignación. Entonces me dispongo a firmar. "¿Cómo se llama usted?" "Nelson". Y le dediqué el libro. 
Allá se fue el señor Nelson, que vino a buscar a mi padre y se fue con un libro firmado por la hija de su amigo. Casi como quien dice, con las manos vacías.
No sé qué decir. Sentí que el señor venía buscando un fantasma. Vino por papá y me encontró a mí. No es lo mismo. Pero por lo que dicen por ahí, se respiró un aire muy familiar en el evento: presentó un libro la hija y cantó el hijo. ¿Será verdad que se fue con las manos vacías? ¿No será que encontró al Eduardo que buscaba pero renovado, proyectado en un futuro que por ahora no tiene fin? 
Me gustaría saber más de Nelson, de las cosas que conversaron con papá, que lo hicieron inolvidable a esa edad, plena adolescencia, 15 o 16 años, que le ganaron un amigo para siempre, más allá de la muerte. 
Papá, si pudieras contarme, y con tu mano echarte hacia atrás el pelo, alisándolo, en ese gesto tuyo mientras mirabas al cielo y decías "Ahhhh, claaaaaro". En fin.

Comentarios

  1. Helena, qué hermosa historia!!!! De Encuentros Increíbles, me emocionó muchisimo tú relato. Gracias por ser tan especial, y compartir tus vivencias.
    Felicitaciones por el libro, el lunes no pude estar en la presentación pero sé que con tus relatos de alguna manera estuve alli, Ya nos reencontraremos en algún momento. Nuevamente Graciasssss

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  2. a mi me parece que tu papá fue a chusmear lo bien que la estabas pasando....me imagino a Nelson levantándose ese día con la extraña idea de que tenía que ir a la presentación de un libro, porque el apellido de la autora le sonaba...

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  3. Helena, no tengo el placer de conocerte, pero puedo ver el talento. Ahora tus hermosas historias se reconocen con los ojos, pero cuando sea necesario usar las manos para verlas, entonces ya no habrá duda de quién es la mejor escritora del país.

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  4. Hola! Generalmente no me responden a los comentarios porque no hay forma de saber que estoy escribiendo esto a menos que revisen otra vez esta publicación, pero hago el intento... Anónimo, me dejaste intrigada... ¿qué significa "usar las manos para ver" las historias?

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