Leer: entrenarse en el arte de escuchar
Hoy me puse a pensar que leer es una manera de quedarse en silencio mucho rato, escuchando en la cabeza la voz de alguien más. Se suele decir que leer amplía la cultura y acrecienta la imaginación; hoy pensé que quizá también nos enseña algo más decisivo: la capacidad de escuchar, de conceder espacio a una voz que no interrumpe y que no exige ser oída. Les cuento por qué llegué a eso.
Hoy vino un hombre a casa a reparar un asunto de sanitaria. Era amable, conversador, con un impulso natural para contar lo que le ocurre. En cierto momento quise compartirle una experiencia parecida a la que él relataba. Me alegraba la coincidencia, y sentí que habría sido un modo simpático de acompañar su historia. Intenté empezar varias veces, pero cada frase mía quedaba suspendida en el aire. Él retomaba la palabra de inmediato, enlazando otra anécdota, otra idea, otro recuerdo. A veces me pedía disculpas y me invitaba a continuar, pero antes de que yo completara una oración, ya estaba nuevamente hablando.
Terminó su trabajo sin recordar que yo también había querido contar algo. Al irse, vio la biblioteca y comentó: “Ustedes sí que leen libros, ¿eh?”. Le respondí que sí. Y entonces me dijo que nunca logró engancharse con ninguno.
Cuando se fue, me quedé pensando que quizá no puede engancharse con un libro de la misma manera en que no pudo escucharme; peor, porque un libro ni siquiera habla en voz alta. El hombre no parece haber aprendido a escuchar una voz en silencio. Su mente salta sin pausa, ocupa todos los espacios, y no deja entrar lo que alguien más intenta decir. No pudo escucharme; difícilmente escucharía a un libro, que ni siquiera necesita ser tratado con consideración. Era un hombre amable, sin duda, pero le faltaba algo esencial: la escucha. Yo me quedé con mi historia atragantada. Los libros, en cambio, no se atragantan nunca: esperan, abiertos o cerrados a que alguien quiera entrenar con ellos la magia de la escucha.

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