Terminar de matar a un fantasma
Yo la quería a mi abuela paterna. La veía como un ángel. Eso me decía mi padre: “es un ángel”, sobre todo porque había logrado salir adelante con mi abuelo, que no era para nada bueno. “Borrachín” al principio de la vida, y con “poca iniciativa de hombre” durante el resto de la vida, es decir, no había sabido poner un negocio, siempre había sido empleado, como carpintero. Ella, por el contrario, había puesto un almacén, y lo había llevado adelante bastante bien para ser una mujer indefensa. (Mucho más tarde en la vida conocí la definición del complejo de Edipo). Yo la quería, aunque alguna vez me hizo “chas chas”. Yo la quería, aunque una vez, yo ya una mujercita, se dejó manipular por mi madre y me salió con un discurso sobre las chicas serias que nunca tendrían relaciones sexuales antes del matrimonio. Igual la quería. Ella murió el 31 de diciembre de 1996. El día antes yo había estado cumpliendo veintiocho años. Ella tenía Alzheimer, y el día 29 se atragantó con un bocado