Serie "cuentos para la escuela", I

Cuando mi hijo Emiliano era chiquito, en jardinera o 1º año de escuela (no recuerdo bien) la maestra circuló en la clase un cuaderno para que cada familia contara allí anécdotas de la vida de cada niño. A mí fue como entregarme atrapada en una red la idea que me había estado revoloteando por la cabeza hacía tiempo, y que no había podido formular... ¡escribir cuentos sobre su vida! ¡Cómo no se me había ocurrido antes! Entonces me puse a redactar. Hice unos pocos, porque pocas veces llegaba el cuaderno a cada familia, pero lo más divertido era que después, en clase, la maestra leía en voz alta lo que los papás del "niño del día" habían escrito. Emiliano siempre salió orgulloso de las lecturas sobre él. Bueno, era un niño, no un crítico literario... Pero me pareció lindo compartir los cuentos aquí. El primero fue, y también será en esta serie, el llamado "Glup".

GLUP

¿A qué niño no le gusta imaginar que viaja en avión?
Los aviones son una idea que tenemos en la cabeza desde muy chicos, desde que comenzamos a oír ese ruido fortísimo y vemos uno cruzar el cielo como enormes y raros pájaros, raros sobre todo porque mamá y papá nos dicen que saludemos, que ahí van viajando personas. Es muy extraño... Cuando pasa volando un pájaro, sólo viaja un pájaro, y a nadie se le ocurre saludar a un pájaro, porque nunca vimos a ninguno que respondiera, pero cuando pasa volando un avión, se saluda bien fuerte agitando los brazos porque ahí va gente, aunque nunca vimos tampoco a un avión responder al saludo moviendo un ala como diciendo “adióoooos”, pero bueno... Es un gran misterio, hay que aceptar que adentro de esas gigantes aves de metal hay gente, y creérselo sin tener pruebas, hasta que le toca a uno mismo estar arriba de uno. ¡Y ahí si!!! Nos damos cuenta de que es muy posible que viajen personas dentro del avión, porque son espacios enormes, con asientos, pasillos por donde caminar, hasta correr, bandejitas donde esas señoras llamadas azafatas nos traen una comida riquísima (siempre es rica la comida traída en una bandejita especialmente para nosotros, no?), ventanas para mirar para afuera, y hasta baños (¡!) donde uno puede hacer pichí, lavarse las manos, los dientes, y hasta mamá tiene un espejo para peinarse antes de bajar del avión, para estar más linda.
Todo eso pensó Emiliano cuando volvía a Uruguay desde España, con mamá, después de un largo viaje en el que visitaron a papá, que estaba estudiando bien lejos.
A Emiliano le gustó todo: los asientos, las azafatas, la comida, los corredores, y también dormir de noche acurrucado sobre la falda de mamá, calentito y cobijado. Emi ya tenía dos años y medio, y muy rara vez podía dormir así, con mamá, como un bebé, así que... mmm... qué bueno...
Pero hubo una cosa que a Emiliano no le gustó de los aviones: que a veces hacen “glup”.
Estaban llegando a Montevideo, y mamá le hacía mirar por la ventana para abajo: “Mirá, allá entre esas casitas, están los abuelos esperando”. Otro misterio. Fue entonces cuando la voz del piloto por un parlante, anunció que todos debían abrocharse sus cinturones de seguridad, porque había pozos de aire. Emiliano miró a mamá... Mamá miró a Emiliano... No entendían nada. Un señor sentado al lado de ellos, que tenía cara de profesor, les explicó que el aire estaba formado como de grandes cubos invisibles. El avión se movía por el aire apoyado en esos cubos. Pero de vez en cuando, a un angelito travieso se le ocurre sacar un cubo y entonces queda un agujero en el aire, y el avión que viene volando ¡glup! se cae un poquito en el pozo, hasta tocar el cubo que está debajo.
Apenas el señor había terminado la explicación, el avión hizo “glup”, como para confirmar lo que el señor decía.  Por ahí andaba un ángel travieso. Pero a nadie le gusta ese juego del angelito. Se forma una sensación muy rara en la garganta, como si las galletitas que acabamos de comer se fueran a escapar por la boca. A nadie le gustaba. Menos a mamá, que se había puesto blanca como un papel. Emiliano la abrazó y le dijo: “Yo te cuido, mamá”.
Después de eso, el aeropuerto, los abuelos saludando detrás de un vidrio, las valijas, los besos, los abrazos. Pero a Emiliano, desde ese entonces, dice que no le gustan los aviones, porque hacen “glup”.

Comentarios

  1. jeje muy lindo, pobre emiliano que experiencia de chiquito!!!

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  2. Sí, jajaja, pero fue feliz cuando leyeron el relato, entonces todo tiene su lado bueno y su lado malo!! jeje

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  3. ¡Qué lindo! Me encantó. A Ceci le encantaban los aviones hasta que un día me miró muy seria y me dijo: "Mamá, ví en la tele que los aviones se caen"; como si hubiera omitido contarle algo también, claro. Le expliqué que bueno que sí, que todo puede fallar, pero de última es más fácil morir en un accidente automovilístico y que si por miedo se fuera, nadie saldría a la calle; y eso tampoco garantizaría nada...
    En la escuela también mandamos cuadernos viajeros...=); eso sí, cuando lo recibí en rol de mamá nunca copié lo que mandé en el de Ceci, ¡qué buena idea que tuviste!

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