Let it be

Siempre me ha fascinado lo místico, pero, debo admitirlo, a diferencia de otras personas pocas veces lo he experimentado. Será tal vez mi predisposición racional hacia cada aspecto de la vida.
Sin embargo, hay momentos en que lo místico se impone, como un grito en el medio de la noche, imposible de ignorar.
La historia que voy a contarles, si bien tiene orígenes dolorosos y efectos escalofriantes, está atravesada por una vivencia que recuerdo como una de las más hermosas de mi vida: mi estadía en enero de 1991, cuando tenía 22 años, con mi amiga Karina en Piriápolis. Siempre me había gustado Piriápolis. Pero dicen que no se llega verdaderamente a amar lo que no se conoce. Pues conocer de cerca ese balneario hizo que se convirtiera en uno de los sitios que forman parte de mi vida, de las imágenes más queridas que conserva mi retina, cada esquina de su centro y cada playita con sus diversas características guardan para mí un recuerdo. Ese, por ejemplo, es uno de los lugares donde me gustaría que echaran a volar mis cenizas. No importa dónde, si desde lo alto del Cerro San Antonio, donde subí con Karina a pie por una ladera, "cortando camino" y llegamos con la lengua afuera, o en Playa Hermosa, donde he vuelto en mi vida adulta, una y otra vez. 
Karina y yo a medio camino en la subida del Cerro

Tampoco habría llegado a querer tanto a Karina si no fuera por esos 19 días que pasamos juntas. Éramos verdaderamente muy distintas. Ella tenía cuatro años menos que yo (los sigue teniendo...), y mantenía una actitud ante la vida y especialmente ante los chicos decididamente resuelta, como si Dios hubiera inventado la belleza femenina y la seducción teniéndola a ella en mente. Yo, por el contrario, experimentaba la vida como si tuviera que pedir permiso para cada cosa que hiciera; permiso para enamorarme, permiso para usar una minifalda. Permiso a quién, no lo tenía muy claro, pero lo cierto es que vivía todo aquello a medias. Ella había tenido novio formal desde los trece años, mientras que yo apenas había osado probar con algunos besos circunstanciales que siempre me dejaban el corazón roto. En fin. Tal vez por todas esas razones, Karina y yo no teníamos una amistad profunda. Nuestros padres se conocían y frecuentábamos un mismo grupo de amigos, y eso era todo.
Pero sucedió que a medidados del año 1990 falleció su padre. Fue una de esas cosas infames que el destino le hace a las personas. De esas cosas que a un novelista se le ocurren escribir sólo porque son reales, para liberar en un trozo de papel el enojo con la vida; si no fuera por eso, para liberar su bronca, a ningún novelista humano se le ocurriría hacer tales jugarretas con sus personajes. A Dios, sí.
Fue una mañana en que Karina estaba en el liceo. Yo, en Facultad, seguramente, pero mientras a ella le llegó la noticia en el medio de una clase, en que la adscripta la sacó del salón para comunicárselo, a mí me lo dijo una amiga de mis padres cuando atendí el teléfono a primeras horas de la tarde: "Estoy en cama por la noticia que les voy a dar" dijo "Falleció Pocho".
Pocho tendría bastante menos de cincuenta años. Era un tipo que se deslomaba trabajando en una distribuidora que administraba junto con su esposa, y habían llegado a una muy buena posición económica. Hacía unos días se había dado cuenta de que el techo de chapa de uno de los depósitos de mercadería se llovía, y le había pedido ayuda a su hermano para que lo ayudara a subir y repararlo. El hermano se había dejado estar, o se había olvidado. Esa mañana, un cielo color acero anunciaba lluvia. Pocho decidió arreglar el techo por su cuenta. Se subió y en un traspié que le jugó el Demiurgo perdió el equilibrio y cayó desde casi tres metros. Nunca llegó al hospital con vida.
Todo fue tan repentino, tan absurdo, que marcó la vida de quienes lo conocíamos de distintas maneras. Dicen que el hermano nunca se perdonó su muerte. Su esposa se enfrentó a la pesadilla de la soledad, más un enjambre de supuestos acreedores que le reclamaban deudas de las que ella no tenía conocimiento, porque Pocho se había siempre encargado de las finanzas, tenía en su cabeza cada negociación que había acordado, y la muerte se llevó todo de un solo golpe. Se le fueron millonadas en abogados. Karina cayó en una tristeza melancólica que sólo poco a poco se le fue diluyendo de la vida cotidiana, pero guardó por siempre una rebeldía que le afloraba en los momentos menos pensados.
Así fue que se dibujó la antes impensable posibilidad de un verano juntas.
Mis padres no disfrutaban de la playa. Jamás pasamos un verano afuera, y para mí el solo figurarme poder hacer algo así se me antojaba una actividad glamorosa como pocas. Había comenzado a trabajar de profesora de inglés, y como vivía con mis padres guardaba la mayor parte de mi sueldo. Entonces le planteé a mi madre que me gustaría irme de vacaciones sola, a algún balneario como Piriápolis, con una amiga. Pero no sabía quién. Entonces mi madre me dijo: "¿Y por qué no le preguntás a Karina? Ha estado tan triste estos meses, ya cumplió 18 años, no creo que su madre se oponga". Así fue.
Juntas encontramos en los avisos clasificados algo muy raro y que resultó ser una verdadera bendición: una pareja de ancianos alquilaban una pieza de su apartamento en la calle Sanabria, a media cuadra de la Rambla de los Argentinos, a dos chicas que no fumaran, por 250 dólares el mes. Permitían, por supuesto, usar el baño y la ducha, pero no la cocina, pero no había problema porque no teníamos intenciones de cocinar. Por alguna razón un mes entero nos parecía demasiado. Pero consultamos por quince días, que finalmente terminaron siendo 19, y el precio acordado fue de 150 dólares, 75 cada una. Si no me creen, ¡yo tampoco! Queda como otra de mis leyendas urbanas.
Esos días fueron de los más hermosos de mi vida. Con la playa de Piriápolis a media cuadra, y el Centro rodeándonos, no parábamos de salir. En los alrededores veraneaban antiguas compañeras de estudios, por lo que nos habíamos hecho "una barra", y por la calle no era nada difícil trabar amistad con muchachos argentinos que nos invitaban a bailar y a tomar algo. Nos acostábamos a las 7 de la mañana, después de desayunar viendo el amanecer, y nos levantábamos a las 2 o 3 de la tarde en que almorzábamos y salíamos a pasar el resto del día en la playa, hasta ver atardecer. Luego nos encerrábamos en el cuartito a elegir la ropa con la que saldríamos a "romper la noche", y después de bañarnos, vestirnos y maquillarnos, esperábamos que se hiciera la hora apropiada para salir, tiradas en las respectivas camas, contándonos todas las cosas íntimas que se les puedan ocurrir, como han hecho y harán todas las mujeres que se juntan a chusmear, desde el principio hasta el fin de los tiempos. Deliciosos conciliábulos donde nos convertimos en mejores amigas.
Fue en esos anocheceres que me contó lo de Let it be...
En el cuartito del apartamento de los viejos, la ventana abierta a la noche

Teníamos mi "grabador" con radio, y en un momento la prendí y estaban pasando los últimos acordes de esta canción. Ella dijo, con una tendencia a lo místico que la caracterizaba desde niña, "¡Esta canción! Escuchala, Helcia, decime qué dice, por favor." Pero ya terminaba. Karina no sabía ni una palabra de inglés. Me contó entonces que la mañana en que su padre había fallecido, ella se había despertado, como siempre y había prendido la radio para despejarse. Estaban pasando Let it be, de los Beatles, y ella, siempre abombada por el sueño, nunca prestaba atención a lo que escuchaba, pero eso esa vez sí. Me dijo que había sentido que la canción tenía un mensaje particular para ella, pero claro, ella no lo había sabido entender al no poder decodificar el lenguaje. Horas más tarde, cuando la adscripta la llevó a la dirección para que le dieran la noticia, otra vez, por una fracción de segundo, se la cruzaron por la cabeza los acordes de Let it be, como un código hermético que alguien le estuviera enviando desde otra dimensión. Luego, el dolor, las lágrimas y la oscuridad en la que quedó sumida por tantos meses.
Pero esa noche en que esperábamos que las demás chicas nos vinieran a buscar para salir por el Centro de Piriápolis, la casualidad quiso que yo prendiera la radio y estuvieran pasando Let it be y ella tuviera las ganas de contármelo. Después salimos a hacer de las nuestras, y esa conversación, como tantas otras que tuvimos en esos días, quedó en un segundo plano.
Semanas después, de vuelta en Montevideo, encontré entre mis cassettes uno que había grabado con música de los Beatles. Afortunadamente tenía Let it be. En esa época no existía internet para buscar las letras, así que me senté pacientemente con un papel y una lapicera a "sacar la letra", expresión tan común que para quienes amaban una canción, fuera en el idioma que fuera, significaba sentarse, como yo, con lápiz y papel a poner "play", "stop", escribir a toda velocidad, un poquito de "rewind", otra vez "play" y una santa  paciencia!
¿Saben de qué habla Let it be? A mí me gusta traducirlo, no como "déjalo ser", sino "deja que ocurra"; creo que es más claro.

Cuando me encuentro en tiempos de problemas
La Madre María viene a mí
Diciendo palabras sabias: "deja que ocurra"
Y en mis horas de oscuridad
Ella se para justo frente a mí
Diciendo palabras sabias: "deja que ocurra"

Estribillo: Deja que ocurra (x4)
Susurra palabras sabias: "deja que ocurra".

Y cuando la gente afligida

Que vive en el mundo esté de acuerdo
Habrá una respuesta, deja que ocurra
Y aunque ellos puedan estar separados hay
Aún una oportunidad de que puedan ver
Habrá una respuesta, deja que ocurra

(Estribillo)

Y cuando la noche está oscura

Hay aún una luz que brilla en mi
Brilla hasta mañana, deja que ocurra
Me despierto con el sonido de la música
La Madre María viene hacia mi
Diciendo palabras sabias: "deja que ocurra"

 A medida que iba escribiendo la letra en el papel, iba comprendiendo este mensaje que le había sido enviado a Karina desde una dimensión mística en la que ambas creíamos, aunque ella un poco más que yo. No había mejores palabras para decirle a Karina que tenía que resignarse a la muerte de su padre porque todo tiene un significado. El mensaje, entonces, le fue enviado por medio de la canción de los Beatles. Pero como Karina no sabía inglés, Alguien, Algo, había propiciado nuestro verano juntas, nuestras conversaciones al lado de la ventana en la que cantaban los grillos, para que yo, casi ocho meses después de la muerte de Pocho pudiera entregarle el mensaje de una forma inteligible para ella. Lloramos un buen rato juntas a través del teléfono, pero yo creo que fue a partir de ese día en que finalmente lo dejó ir. 

El apartamentito de los viejos quedaba al fondo de un corredor amplio al aire libre, que doblaba más de una vez y se abría a nuevas puertas de apartamentos como casitas, con ventanas y pequeños canteros con plantas. Algún verano después volví a entrar, tímidamente, a observar de lejos la puerta y la ventana que nos habían dado la bienvenida aquel enero. Este verano pasado, casualmente pasamos con mi marido y mis hijos por la calle Sanabria en un paseo por el Centro de Piriápolis, que no frecuentamos. Divisé la entrada al corredor y me lancé contenta a explorarlo, pero una reja me impidió el paso. En algún momento de los últimos quince años, los vecinos pusieron una puerta enrejada para bloquar el acceso a los desconocidos. Lo lamenté, pero creo que yo también, a aquel verano, debo dejarlo ir.
Ya volverán ahí mis cenizas.

Comentarios

  1. Uyy como removiste dentro mio tantos sentimientos!!! Me gustaria tener en este momento tu hombro para llorar y desahogarme. Es una mescla de tristes pero tambien de muy gratos momentos. Fue el mejor verano de mi vida, siempre lo tengo presente principalmente por la compañia. Lamento mucho q los años y la vida nos hayan alejado un poco pero si dios quiere pronto nos reencontraremos. Ademas creas o no sos como un angelito q llega en momentos dificiles de mi vida, q ya te contare, pero que me envies esto no es casualidad. Muchas gracias por todo Helcia, como si no hubiese pasado el tiempo, un beso enorme!!!!

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  2. Qué bueno que además nos habíamos encontrado, casi de casualidad, unos días antes en el facebook, y yo este fin de semana escuché esta canción y me volviste a la mente como un rayo. Gracias a tenerte en facebook te lo pude enviar. ¡Por algo es! Si ahora estás en un momento difícil, Dios te manda de nuevo el mismo mensaje "Deja que ocurra"... Lo hace otra vez por medio de la misma canción y de la misma persona!! Estamos unidas, Karita, por el destino, y no ha habido alejamiento, sólo diferentes caminos en el laberinto de la vida que finalmente se llegan a encontrar en ciertos mágicos puntos. Besote.

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  3. lindísima historia, geniales los beatles, preciosas mujeres!que combinación

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  4. My beloved Helen of Troy: los alocados "Fab Four" probablemente no fueran muy religiosos, aún dentro del anglicanismo. No lo sé. Pero algo habría porque esa letra es una letra a la Virgen, mal que le pese a los ateos amantes de su música. Amo a The Beatles desde que tenía unos... 5 ó 6 años. Aún recuerdo la primera canción suya que oí y en qué circunstancias. Fue en casa de mi padrino, ahí en Montevideo. Vivían en un hermoso edificio que existe aún, ubicado en la entonces calle Carapé, hoy Ana Monterroso, entre Miguel del Corro y Pablo de María. Me veo a mí misma, por el corredor al que daban el baño y los dormitorios y que se comunicaba con la cocina y el enorme living-comedor, donde tenían "el combinado." Julia, la hija de padrino, hoy psicóloga, AMABA como era obvio a su edad, a los genios de Liverpool. Especialmente a Ringo, por lo cual tenía unos enormes afiches con las fotos suyas "pixeladas" hoy, entonces se les notaba el grano, amén de un hermoso caniche negro que, OBVIAMENTE se llamaba Ringo. Me veo yendo del dormitorio de Julia al living, por ese corredor, oyendo "Love me do", la primera canción grabada por ellos. Cada vez que la oigo, inevitablemente viene mi memoria ese recuerdo, el disco de pasta, simple, 33 revoluciones que sonaba en el "combinado" de Julia. "Let it be" fue la canción que, sabiendo que me gustaba, usaron mis compañeros del Pequeño Teatro en una grabación que me hicieron, a modo de despedida, cuando partí a Montevideo a encontrarme con el maravilloso mundo de la literatura. A mí también, entonces, "Let it be" me daba un mensaje, porque yo era miedosa,insegura, demasiado sensible... Eso ocurrió dos años antes de que vos y yo nos conociéramos en el ANGLO. Hoy, "Let it be" tiene el mismo significado que tuvo para Karina. Solo que para mí es mucho más fácil: tengo 50 años, mucha fe en María y sé inglés. Besotes. Hermosa historia.

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    1. Qué bueno, una historia dentro de otra historia. Mi cuento da lugar a tu cuento, que nos transporta a vos chiquita, caminando por ese corredor y escuchando "Love me do". Esto sí que es aprovechar las posibilidades de la web! Gracias.

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  5. Que lindo es ver a personas que atesoran vivencias y con ellas honran una amistad como lo haces vos con Karina. Aunque contenga una parte triste, no deja de ser una bellísima narración. Felicitaciones por tu éxito y también por tu lindo gesto.

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