De alondras y ruiseñores 4

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Ni siquiera un cartel indicando su nombre figuraba en la fachada del edificio de
la imprenta. Una puerta vieja, despintada, con vidrios opacos para evitar las miradas
desde la calle, y un portero eléctrico de modelo antiguo era lo único que daba la
bienvenida al visitante.
-¿Si...? – se oyó una voz metálica por las ranuras del aparato.
Ana no sabía cómo presentarse.
-Vengo... por un presupuesto.
Se oyó la chicharra de la cerradura liberada. Adentro, la imprenta era aun más
impersonal. Un hall enorme la recibía donde no había espacio para cómodos huéspedes,
sino que, por el contrario, la marcha del visitante era entorpecida por montañas de
publicaciones, afiches, librillos, folletos apilados en toda la superficie del suelo. Cuando
terminó de franquear los obstáculos, como recorriendo un intrincado sendero entre
difíciles pastizales, pudo al fin alzar la vista y encontrarse con el hombre que la
esperaba, sonriente, en la primera puerta que salía a su paso.
-Pase, por favor.
Era un hombre fornido y alto, de grueso bigote negro y unas enormes manos
hospitalarias que daban fe de su sinceridad.
-Tome asiento, por favor. Usted dirá…
-Soy la hija de Silvia Lombardo.
-¡Ah, la hija de Silvia Lombardo! Mucho, pero mucho gusto… -el semblante del
hombre cambió; sus manos, que habían estado volando alegres como insectos alrededor
de su torso, cayeron de pronto sin vida sobre el regazo. -Y cuanto lamento su pérdida,
era una mujer fantástica. Parece increíble…
Vinieron luego las explicaciones de rigor. El hombre la había visto casi tres
meses antes de morir, y no parecía enferma. No, le explicaba Ana; tenía cáncer y por
esa razón había estado internada varias veces, usaba pañuelos o boinas para ocultar la
calvicie provocada por la quimioterapia, pero aparte de eso nada ponía en evidencia
enfermedad alguna. Seguía preocupándose por su apariencia, y aunque era verdad que
se había puesto más sentimental últimamente, no tenía el ánimo apagado ni el físico
consumido de una persona que sabe que va a morir.
-He venido por…
-Por el presupuesto que le enviamos, claro. ¿Se va a hacer de cualquier manera
la publicación?
-De eso vine a hablarle. Lo cierto es que no tengo la menor idea acerca de esa
publicación. La carta llegó cuando ella ya estaba internada, por lo que nunca la recibió,
no dejó recado alguno, y yo no sé de qué se trata. Le pregunté a mi padre si mamá tenía
alguna publicación pendiente, pero el pobre está sumido en una especie de desesperanza
que no le permite enfocar sus recuerdos más recientes. Puede recordar toda la vida junto
a ella, y repite una y otra vez episodios viejos, pero no es capaz de cumplir con una cita
con el dentista ni de pagar una factura en fecha. Yo me estoy encargando de todo –El
hombre hizo un gesto de comprensión. –Me llamó la atención, sobre todo, que mi madre
haya elegido un lugar... Quiero decir, ella era muy exitosa con sus libros, los publicaban
las editoriales más conocidas... Usted sabe... Quiero decir... No quiero que se ofenda –y
el rostro de Ana se vistió de atardecer.
El bigote tupido, que no dejaba ver los labios, se sacudió con una risa amistosa.
-¡La entiendo, la entiendo! ¡Su madre no necesitaba de los servicios de una
imprenta, y menos de una tan pequeña!
Entonces vinieron las explicaciones por parte del hombre. Aquella imprenta era
el lugar donde Silvia había publicado su primer libro. Un ensayo sobre las fuentes
escandinavas de la leyenda de Hamlet que había ganado un premio en el Ministerio de
Educación y Cultura como inédito, y con el dinero del premio ella se había costeado la
publicación.
-Venía con los pesos justos. Doscientos ejemplares y ni uno más, tapa a una sola
tinta, me acuerdo hasta el día de hoy, tenía estilo, eso no le faltaba, no señor, la tapa era
sólo en blanco y negro, pero con una ilustración de un grabado representando una
función de Hamlet en la época del teatro isabelino, que ni le cuento. Yo recién
comenzaba a trabajar también, era el negocio de mi padre, y me estaba metiendo de a
poquito. Tendría yo dieciocho o veinte años, un pibe –y el bigote liberó de su espesura
el cascabeleo ligero de una risa. –Esto pasó hace como cuarenta años; usted seguro ni
había nacido, pero ¿no vio un ejemplar de ese libro? Si lo mira bien, en algún rincón
aparece el sello de la imprenta, con esta dirección y todo, nunca nos mudamos de acá.
Ana se avergonzó un poco. Nunca había visto el libro, como tantas otras cosas
que jamás había conocido de su madre, no porque no estuvieran al alcance de su mano
sino porque nunca se había tomado el tiempo de interesarse.
Ahora, al parecer, la historia de la primera publicación se repetía, no
perteneciente a Silvia Lombardo sino a algún discípulo que ella había decidido sacar a
la luz.
-Me explicó que era también un trabajo novel, como la primera vez que había
acudido a nosotros, esta vez de un estudiante, y que ella quería hacerse cargo de la
publicación –los insectos de las manos del hombre revolotearon de nuevo-; me pareció
muy noble de su parte, hoy día la gente joven no cuenta con madrinas de esa categoría.
Muy buena persona su madre, sí señor...
El manuscrito les había sido entregado en un disquete en cuyo exterior había una
etiqueta que leía el nombre completo de Silvia. En la imprenta lo habían editado un
poco, poniéndolo en el espaciado y tamaño de fuente clásicos, y finalmente habían
calculado el número de páginas para realizar el presupuesto.
Cuarenta y un páginas, pero no tenía título y ni siquiera un seudónimo del
escritor.
Ana guardó el disquete en su cartera, prometiendo ponerse en contacto con el
autor, quienquiera que fuera, para tomar una decisión acerca de su publicación. Si ésa
había sido la voluntad de Silvia, se haría; pero no tenía idea de qué era exactamente lo
que Silvia había querido hacer, ni lo que el autor pensaba de aquello.
El bigote se extendió como un fuelle y mostró una sonrisa amarilla, de años de
tabaco y encierro entre papeles.
-Encantado de conocerla, señora y, de nuevo, cuánto lo lamento...
Afuera, contrastando con aquel silencio de papel que acolchonaba la voz ronca
del hombre, la Avenida Millán la esperaba con motores y humos.

Comentarios

  1. hola..te felicito..voy a leer todo con calma pero desde ya te digo que es todo buenísimo

    un saludo cerrense

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