Viaje al pasado

24 de febrero de 2013 - episodio 1
Me bajo del avión en el aeropuerto de Varsovia. Voy titubeante, no entiendo la lengua y llevo un pasaporte polaco, lo que me avergüenza. ¿Qué van a pensar quienes vean el pasaporte polaco, me dirijan la palabra en polaco pero se den cuenta de que no lo hablo? ¿Qué tipo de hereje porta un documento de un país y no habla su idioma? ¿Se imaginan, alguien con un pasaporte uruguayo que nos responda “I don’t understand”? ¡Inconcebible!!! Bueno, esa es mi posición en el aeropuerto de Varsovia. Pero hay gente que me espera, y esa gente sabe exactamente quién soy y por qué no hablo polaco, aunque en realidad no creen que de verdad venga. No es que crean que es mentira, pero no pueden imaginar el momento en que esa persona que les ha hablado por email en inglés todo el tiempo y dice ser de la familia, vaya a materializarse, si bien los datos que di de mi vuelo son muy exactos: vuelo de LOT desde Vilnius, llegando a Varsovia a las 6y30 a.m.
No es real, nada de esto es real. Un aeropuerto donde la gente habla alrededor en el idioma que escuché durante gran parte de mi vida hablado por mis abuelos y que me ha parecido irreal a su vez, ¿quién puede llegar a entenderse en un idioma lleno de chistidos como ése? No es que no creyera que fuese posible que un país se estructurara alrededor de ese idioma, pero que pudiera imaginarlo como real, eso es otra cosa. Es como cuando nos dicen que alguien ha sufrido una operación a corazón abierto; sabemos lo que significa, sabemos que es verdad, pero ¿cuál es el grado de nuestro conocimiento? ¿Hemos visualizado la caja torácica abierta, las costillas serradas apuntando al techo para que el cirujano pueda tomar el corazón del fulano en sus manos? No, seguro que no. Esto del idioma polaco era similar. Es creíble que en un remoto lugar del planeta una nación entera hable un idioma que es puro chistido y chisporroteo… pero de ahí a que uno se encuentre en ese sitio y se dirijan a uno con la real intención de comunicarle algo, es otra cosa.
Así es que me encuentro en esa situación. Y miro a ambos lados; estoy en la “gate 2” de las “Arrivals” del aeropuerto de Varsovia, y miro a un lado y otro. Hay sólo dos “gates”, por lo tanto no hay mucha chance de perderse. Y entonces la veo venir, a Magoya. En realidad, su nombre se escribe Malgosia, pero se pronuncia "Maugoya", lo que me ha dado mucha gracia desde el comienzo, y por eso en mi casa me refiero a ella como el mítico personaje tanguero. Es mi mutuamente irreal prima segunda (“mutuamente” porque somos irreales la una para la otra), cuyo padre es primo hermano de mi padre según el árbol genealógico que me han enviado por email, y con la cual me han conectado porque también habla inglés. Tenemos la misma edad, ambas somos madres y profesionales con poco tiempo, nos hemos escrito esporádicos mensajes electrónicos y nos vimos una vez por skype. “Se parece a mis primas” pensé cuando la vi en la pantalla. En realidad, más tarde todos dirán, asombrados, que a primera vista parecemos hermanas, la misma cara redonda, los ojos pequeños y achinados y la boca pequeña que se ensancha, eso sí, en una enorme sonrisa. Sólo que una tiene el pelo castaño y lacio, mientras que la otra es rubia y crespa. Esa leyenda de que el pelo se oscurece al venir al sur… pues no, es esta oportunidad, la del sur es la rubia, y la del norte es la castaña. ¿O ambas se tiñen, del color más exótico para el país donde viven?
Magoya es cálida dentro de su formalidad. Es una abogada exitosa, tiene una expresión casi ácida en su rostro, seguramente son años litigando en asuntos no precisamente agradables, pero cuando me saluda sonríe un poco asombrada e infantilmente curiosa: “Era tan abstracto nuestro contacto; no puedo creer que de verdad estés aquí”, me dice en su inglés impecable, porque estudió algunos años en Londres.
El lector tiene que tomar en cuenta que relataré sólo un día con ella; ni siquiera eso… Dieciséis horas en contacto con Magoya; fue ella quien me recogió en el aeropuerto, a ella le di mi último abrazo esa misma noche en el mismo lugar. Pero en el medio, durante el resto del día, ella fue vehículo para una serie infinita de encuentros, de personas cuyas miradas me contaban historias que yo había adivinado y otras que nunca me habría figurado.
Yo había querido estar ahí para pisar el mismo suelo y respirar el mismo aire que mis abuelos. Por eso me esforcé. Cuando Magoya conducía desde la pequeña ciudad de Kolno, muy, muy pequeña pero tenía una iglesia, hacia la aldea casi inexistente de Zabiele (que en aquellos tiempos no tenía iglesia, por eso era casi inexistente), yo miraba ese camino bordeado de campo y cubierto de nieve e intentaba que mis ojos no fueran los de siempre, tenían que ser ojos antiguos, ojos que sintieran que no estaban dentro de un auto con calefacción sabiendo que franquearía esos 5 km de camino inhóspito en apenas 15 minutos sin enfriarme los pies. Quería que fueran los ojos de mis abuelos, ojos de niños o jovencitos aburridos, enojados por haber sido sacados de sus camas para ir a misa como todas las mañanas de domingo, salir una hora antes de su comienzo porque había que ir a pie mientras las agujas impiadosas del invierno se clavaban en los labios y las orejas. Quería que mis ojos fueran los mismos que los de sus madres cansadas de cargar pequeños cansados. No fue muy sencillo. Una avalancha de información había recibido en el correr del día.

A las 7 de la mañana, mientras Magoya me llevaba en su auto hasta su casa, en un barrio privado en el cinturón residencial de Varsovia, me iba mostrando con su palma extendida escenas aquí y allá, a diestra y siniestra. Que aquí había una iglesia muy antigua, que en este camino había habido un accidente hace poco, que las calles estaban libres de nieve porque el municipio las limpiaba, que yo había tenido suerte porque había llegado en unos días en que no había nevado copiosamente, que ella vivía en un barrio donde todas las casas eran similares, que sus hijos aún estaban durmiendo, que los primos Sebastian y Anna nos acompañarían en el desayuno, que esto, que lo otro...

(Continuará)

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