Despedidas y encuentros
La víspera del día que murió mi padre, yo estaba a punto de dormirme cuando me sobresaltó un golpe en la puerta del dormitorio. Mi marido estaba mirando la televisión con auriculares para no molestarme, por lo que no había escuchado nada. “Alguno de los chiquilines golpeó la puerta” le dije, incorporándome. “Entrá”, ordenamos al unísono, pero la puerta no se abrió. Entonces él se levantó y comprobó que no había nadie. La casa estaba sumida en el silencio. Veinticuatro horas más tarde, mi padre murió, mientras dormía, en la residencia de ancianos donde vivía hacía alrededor de un año. Ese día, el que transcurrió entre el golpe en la puerta y su muerte, no fui a verlo. Pero mi madre sí. Había alerta climática ese día, una lluvia y un viento insistentes que doblegaban a los árboles más jóvenes y a los transeúntes empecinados, pero ella sintió que necesitaba verlo. Así que agarró su campera de nailon con capucha, porque no había paraguas que resistiera, y ahí fue, cargando con esa