Una foto puede contar una historia de siglos
Una foto. Que no se las voy a mostrar, porque no la saqué; quedó en mi retina. La pantalla de mi laptop, la ventanita del skype, un hombre entrado en años, calvo, sonriendo, acercando un teléfono inalámbrico a la cámara que a la vez debe de tener instalado el micrófono pegado a ella. El resultado es la pantallita del skype, el teléfono en primera plana y el rostro del hombre mayor sonriente en segundo plano. Más atrás, una biblioteca con diversos adornos que no llego a ver bien. Pero no es sólo una foto. Tiene sonido. Por el teléfono, que está en modo altavoz, se oye a un anciano (evidentemente es un anciano, por la voz cascada y un cierto titubeo) que habla en un idioma bárbaro, ancestral, en un tono sentencioso, como si estuviera dictando las normas que deben regir toda una vida. El hombre calvo escucha y se ríe mirando al teléfono y a la cámara. Dice en inglés "Dice que se acuerda de tu abuelo. Fue el que le enseñó a andar en bicicleta". Yo estoy de este lado de la pantalla; con un nudo en la garganta, y lamentando no tener mi cámara filmadora para inmortalizar este momento increíble.
El señor calvo se llama Zygmunt. La voz autoritaria y pedregosa que sale del teléfono es Antoni. Casi grita: "Helcia..." y sigue hilando palabras en un idioma incomprensible. Zygmunt se ríe, me traduce un poco al inglés, un inglés mal pronunciado, con cierta cadencia similar a la de Antoni, y por momentos se cubre la cara con la mano, riéndose del tono de voz y las cosas que está diciendo Antoni, mientras sigue sosteniendo el tubo del teléfono muy cerca de la cámara-micrófono. Finalmente le habla en polaco (que yo apenas llego a entender por gajos) "Bueno, Antoni, tengo que cortar, dile algo de despedida a Helcia". La traducción que me llega de la voz imperativa del teléfono es "Tú eres mi bebé más preciado". Pero sigue hablando. Y en medio de una risa controlada para no ser irrespetuoso, Zygmunt le dice "Ok, Antoni, adiós" y corta la conversación. "Se nota que le gusta hablar" me dice, mirando a la cámara. Nos reímos.
Casi no sé cómo llegué a esta parte de mi historia, a esta "foto" narrada que les acabo de hacer. Mis abuelos paternos, ambos provenientes del mismo pueblo rural de Polonia, murieron hace alrededor de veinte años. Mi padre está, lenta pero inminentemente, perdiendo la razón. Y yo me doy cuenta de que estoy entonces a punto de perder todo, la historia que da sentido a mi vida, la historia que me explica por qué estoy aquí, que me dice quién soy. Por eso me propuse comenzar una novela. Que cuente paso a paso el proceso que culmina conmigo, en Uruguay, comienzos del siglo XXI. No hay mejor manera de darse cuenta de lo que uno no sabe que sentarse a intentar escribirlo. Sé de la historia de amor que trajo a mi abuelo a Uruguay, tras mi abuela, pero no sé nada de su vida en la aldea donde nacieron. Hace dos años me dí cuenta de eso por primera vez. Entonces encontré en un cajón escrito en un papelito con mi propia letra, un apunte que le había tomado a mi padre en sus tiempos de lucidez: Zabiele. Así era el nombre del pueblo de mis abuelos. Me propuse entonces buscar en internet toda la información que pudiera encontrar, pero no era tarea fácil, porque es un pueblito muy chiquito y su nombre casi no figura en los sitios web. Pero encontré un sitio para viajeros, en que cada uno puede abrir una cuenta y compartir sus fotos y recomendaciones de viaje. Allí había alguien que decía haber visitado a su abuela en Zabiele, y colgaba fotos como ésta:
Me enloquecí. Era justo como en mis sueños, creados a partir de los cuentos de mis abuelos, yo veía al pueblito. Le escribí en inglés, el idioma en que estaba el sitio de viajeros. Resultó. Me respondió una chica de unos 30 años que había nacido en Polonia, no en Zabiele, pero sí su padre, y cuya abuela de 90 años seguía allí; había emigrado a Canadá con sus padres en la adolescencia. Le gustó la idea de una búsqueda de los ancestros para retratarlos en una novela y me contactó con su padre. Su padre, de alrededor de 60 años, tiene muchos contactos en la aldea. También me escribió en inglés por email y se interesó en mi búsqueda. En las semanas siguientes, este hombre desinteresadamente, simplemente porque se había entusiasmado con el proyecto, hizo unas cuantas llamadas a Polonia para averiguar sobre descendientes directos de mis bisabuelos, y me dijo que ninguno quedaba ya en el pueblo, pero me consiguió la dirección de email del más anciano sobrino de mi abuelo, que le dijeron que recuerda todo, y vive en Estados Unidos. El único problema es que este anciano no habla ni escribe inglés. Vive en una colonia de polacos en New England, en que nunca le fue necesario desarrollar el nuevo idioma. Ese es Antoni. Tiene 93 años, y dicen que conserva una mente clarísima, con unos recuerdos intactos como pocos tenemos. El nació cuando mi abuelo tenía 10 años. Cuando mi abuelo partió siguiendo la huella de mi abuela, hacia el Uruguay, Antoni tenía unos 12 años, edad suficiente para recordar bastante. Intenté escribirle en polaco utilizando el Google translator, pero al parecer también se le dificulta a él utilizar la computadora y escribir, incluso en polaco. Mi desilusión era grande. Había llegado a tocar las orillas temporales de la juventud de mis abuelos, pero no podía comunicarme con el cofre donde estaban guardados tales tesoros.
Pasó aproximadamente un año. Yo estaba desilusionada, y Antoni al parecer también. Su interés estaba en que había sido sobrino de mi abuelo (que era uno de los tíos más jóvenes y por lo tanto más cercanos a su edad), lo había querido mucho en su infancia, y le había perdido el rastro. Todos los hermanos de mi abuelo (padre y tíos de Antoni) habían permanecido en diferentes ciudades de Polonia o habían emigrado a Estados Unidos. Sólo Jan, mi abuelo, había cometido la locura de enfilar hacia el sur, siguiendo al amor de su vida. Con el correo lento y sus dificultades obvias de campesinos que apenas habían cursado 4 años de escuela primaria en el pueblo, escribir cartas era casi imposible. Antoni, entonces, estaba emocionado de haberme encontrado, pero frustrado también por su imposibilidad, ahora tecnológica y lingüística de comunicarse conmigo. A lo largo de este año, entonces, fue contándole "nuestra" historia a parientes y amigos. Muchos se interesaron, otros la ignoraron. Hasta que me escribió Zygmunt, uno de los primos de Antoni, pero mucho más joven (69 años), otro de los sobrinos de mi abuelo. Zygmunt no conoció personalmente a mi abuelo, pero está muy interesado en rearmar la historia de nuestro árbol genealógico. Zygmunt sí maneja computadora, tiene skype y habla perfectamente inglés, ya que trabajó muchos años en Estados Unidos, en empresas nacionales.
Ayer estaba hablando con él por skype, preguntándole todo lo que la imaginación me provoca y la vida me da la oportunidad, cuando me dijo que Antoni estaba triste por no poder hablar conmigo, que al menos querría oír mi voz. En eso se le iluminó el rostro con una chispa de lucidez: "Wait a minute", dijo. Al rato volvió con el teléfono inalámbrico y ya estaba discando a la casa de Antoni. Entonces hablamos por medio del skype, con la traducción de Zygmunt de por medio. Conocí su voz autoritaria de viejo lúcido que cree (o sabe) que todo lo que ha aprendido ha de servirle a alguien. Casi gritaba, porque, seguramente, sentiría que para que su voz llegara hasta Uruguay, había que hablar bien fuerte. Sus últimas palabras para mí fueron: "Tú eres mi bebé más preciado". Bebé, porque ya soy la nieta de su tío el más joven; más preciado, porque le había perdido el rastro y todo su anhelo cuaja por fin en mi persona. Por eso mi nudo en la garganta. Y por eso esa foto, con movimiento y sonido, mágicamente como en el universo de Harry Potter, no podía ser comprensible sin hacer este viaje en el tiempo.
Y volví a ser un bebé y volví a ser preciada para alguien que lleva el apellido de mi padre y mi abuelo. Espero poder viajar un día a New England para darle un abrazo. Antes de que el tiempo me vuelva a arrebatar al "viejo más preciado" que tengo en este momento.
El señor calvo se llama Zygmunt. La voz autoritaria y pedregosa que sale del teléfono es Antoni. Casi grita: "Helcia..." y sigue hilando palabras en un idioma incomprensible. Zygmunt se ríe, me traduce un poco al inglés, un inglés mal pronunciado, con cierta cadencia similar a la de Antoni, y por momentos se cubre la cara con la mano, riéndose del tono de voz y las cosas que está diciendo Antoni, mientras sigue sosteniendo el tubo del teléfono muy cerca de la cámara-micrófono. Finalmente le habla en polaco (que yo apenas llego a entender por gajos) "Bueno, Antoni, tengo que cortar, dile algo de despedida a Helcia". La traducción que me llega de la voz imperativa del teléfono es "Tú eres mi bebé más preciado". Pero sigue hablando. Y en medio de una risa controlada para no ser irrespetuoso, Zygmunt le dice "Ok, Antoni, adiós" y corta la conversación. "Se nota que le gusta hablar" me dice, mirando a la cámara. Nos reímos.
Casi no sé cómo llegué a esta parte de mi historia, a esta "foto" narrada que les acabo de hacer. Mis abuelos paternos, ambos provenientes del mismo pueblo rural de Polonia, murieron hace alrededor de veinte años. Mi padre está, lenta pero inminentemente, perdiendo la razón. Y yo me doy cuenta de que estoy entonces a punto de perder todo, la historia que da sentido a mi vida, la historia que me explica por qué estoy aquí, que me dice quién soy. Por eso me propuse comenzar una novela. Que cuente paso a paso el proceso que culmina conmigo, en Uruguay, comienzos del siglo XXI. No hay mejor manera de darse cuenta de lo que uno no sabe que sentarse a intentar escribirlo. Sé de la historia de amor que trajo a mi abuelo a Uruguay, tras mi abuela, pero no sé nada de su vida en la aldea donde nacieron. Hace dos años me dí cuenta de eso por primera vez. Entonces encontré en un cajón escrito en un papelito con mi propia letra, un apunte que le había tomado a mi padre en sus tiempos de lucidez: Zabiele. Así era el nombre del pueblo de mis abuelos. Me propuse entonces buscar en internet toda la información que pudiera encontrar, pero no era tarea fácil, porque es un pueblito muy chiquito y su nombre casi no figura en los sitios web. Pero encontré un sitio para viajeros, en que cada uno puede abrir una cuenta y compartir sus fotos y recomendaciones de viaje. Allí había alguien que decía haber visitado a su abuela en Zabiele, y colgaba fotos como ésta:
Me enloquecí. Era justo como en mis sueños, creados a partir de los cuentos de mis abuelos, yo veía al pueblito. Le escribí en inglés, el idioma en que estaba el sitio de viajeros. Resultó. Me respondió una chica de unos 30 años que había nacido en Polonia, no en Zabiele, pero sí su padre, y cuya abuela de 90 años seguía allí; había emigrado a Canadá con sus padres en la adolescencia. Le gustó la idea de una búsqueda de los ancestros para retratarlos en una novela y me contactó con su padre. Su padre, de alrededor de 60 años, tiene muchos contactos en la aldea. También me escribió en inglés por email y se interesó en mi búsqueda. En las semanas siguientes, este hombre desinteresadamente, simplemente porque se había entusiasmado con el proyecto, hizo unas cuantas llamadas a Polonia para averiguar sobre descendientes directos de mis bisabuelos, y me dijo que ninguno quedaba ya en el pueblo, pero me consiguió la dirección de email del más anciano sobrino de mi abuelo, que le dijeron que recuerda todo, y vive en Estados Unidos. El único problema es que este anciano no habla ni escribe inglés. Vive en una colonia de polacos en New England, en que nunca le fue necesario desarrollar el nuevo idioma. Ese es Antoni. Tiene 93 años, y dicen que conserva una mente clarísima, con unos recuerdos intactos como pocos tenemos. El nació cuando mi abuelo tenía 10 años. Cuando mi abuelo partió siguiendo la huella de mi abuela, hacia el Uruguay, Antoni tenía unos 12 años, edad suficiente para recordar bastante. Intenté escribirle en polaco utilizando el Google translator, pero al parecer también se le dificulta a él utilizar la computadora y escribir, incluso en polaco. Mi desilusión era grande. Había llegado a tocar las orillas temporales de la juventud de mis abuelos, pero no podía comunicarme con el cofre donde estaban guardados tales tesoros.
Pasó aproximadamente un año. Yo estaba desilusionada, y Antoni al parecer también. Su interés estaba en que había sido sobrino de mi abuelo (que era uno de los tíos más jóvenes y por lo tanto más cercanos a su edad), lo había querido mucho en su infancia, y le había perdido el rastro. Todos los hermanos de mi abuelo (padre y tíos de Antoni) habían permanecido en diferentes ciudades de Polonia o habían emigrado a Estados Unidos. Sólo Jan, mi abuelo, había cometido la locura de enfilar hacia el sur, siguiendo al amor de su vida. Con el correo lento y sus dificultades obvias de campesinos que apenas habían cursado 4 años de escuela primaria en el pueblo, escribir cartas era casi imposible. Antoni, entonces, estaba emocionado de haberme encontrado, pero frustrado también por su imposibilidad, ahora tecnológica y lingüística de comunicarse conmigo. A lo largo de este año, entonces, fue contándole "nuestra" historia a parientes y amigos. Muchos se interesaron, otros la ignoraron. Hasta que me escribió Zygmunt, uno de los primos de Antoni, pero mucho más joven (69 años), otro de los sobrinos de mi abuelo. Zygmunt no conoció personalmente a mi abuelo, pero está muy interesado en rearmar la historia de nuestro árbol genealógico. Zygmunt sí maneja computadora, tiene skype y habla perfectamente inglés, ya que trabajó muchos años en Estados Unidos, en empresas nacionales.
Ayer estaba hablando con él por skype, preguntándole todo lo que la imaginación me provoca y la vida me da la oportunidad, cuando me dijo que Antoni estaba triste por no poder hablar conmigo, que al menos querría oír mi voz. En eso se le iluminó el rostro con una chispa de lucidez: "Wait a minute", dijo. Al rato volvió con el teléfono inalámbrico y ya estaba discando a la casa de Antoni. Entonces hablamos por medio del skype, con la traducción de Zygmunt de por medio. Conocí su voz autoritaria de viejo lúcido que cree (o sabe) que todo lo que ha aprendido ha de servirle a alguien. Casi gritaba, porque, seguramente, sentiría que para que su voz llegara hasta Uruguay, había que hablar bien fuerte. Sus últimas palabras para mí fueron: "Tú eres mi bebé más preciado". Bebé, porque ya soy la nieta de su tío el más joven; más preciado, porque le había perdido el rastro y todo su anhelo cuaja por fin en mi persona. Por eso mi nudo en la garganta. Y por eso esa foto, con movimiento y sonido, mágicamente como en el universo de Harry Potter, no podía ser comprensible sin hacer este viaje en el tiempo.
Y volví a ser un bebé y volví a ser preciada para alguien que lleva el apellido de mi padre y mi abuelo. Espero poder viajar un día a New England para darle un abrazo. Antes de que el tiempo me vuelva a arrebatar al "viejo más preciado" que tengo en este momento.
Qué bueno Helena! Me alegro que hayas podido coenctarte con esa parte de tu historia! Espero que ese ansiado encuentro te sea concedido! Muy lindo relato :)
ResponderEliminar:) que linda foto preciada Helcia!
ResponderEliminarTambién a mí se me hizo un nudo en la garganta al leerlo... No dejes pasar el tiempo!!!
ResponderEliminarCorre a darle un abrazo a esa parte de tu historia!