Viaje al pasado - episodio 2
[...] Pero yo estoy aturdida; para que cada cosa tenga sentido, tengo que
haberla archivado en un lugar de mi cerebro con anticipación. Para saber
quiénes, según Magoya me dice, todavía están durmiendo, tengo que haberlos oído
mencionar muchas veces; para saber quién desayunará con nosotros, tengo que
estar familiarizada con sus nombres, conectarlos con una imagen determinada, y
no simplemente visualizarlos como algo abstracto. Eso mismo es lo que me ha
dicho Magoya, que yo era alguien “abstracto”. Ahora ya somos tangibles. Pero el
resto de lo que me cuenta, todavía no.
Atravesamos una barrera de seguridad donde un guardia saluda gentilmente
a Magoya, y llegamos a su casa, una construcción de una planta, elegante pero
pequeña, que se parece a cada una de las otras casas que la circundan. Dos
aguas, tejas cubiertas de nieve, un jardincito con arbustos nevados.
En el zaguán de la casa, Magoya se quita las botas. Ya he visto este
comportamiento en otras ciudades. El calzado llega de la calle con gruesos
pedazos incrustados de hielo embarrado. En un par de minutos en contacto con el
aire tibio calefaccionado de la casa, esos trozos se convertirán en charcos de
agua y barro. Entonces en cada zaguán hay un rincón destinado a los calzados de
calle, y una serie de pares de pantuflas aguardan. Empiezo a quitarme mis botas
de suela de caucho pero Magoya me dice que yo soy visita, que no lo haga. Yo
insisto. Nada me daría más vergüenza que encharcarle el piso de madera
encerada. Entonces me ofrece un par de pantuflas rosadas. Por suerte traigo las
medias sanas…
Su marido me recibe con un apretón de manos e inmediatamente después, como
si dudara, un beso en cada mejilla; es un holandés a quien Magoya conoció en
Londres y se fue con ella a Varsovia. Por suerte se reserva para más adelante
el chiste sobre la semifinal del mundial del 2010, en el que Holanda eliminó a
Uruguay; para más adelante, cuando el hombre ya me caía bien e incluso logró
hacerme reír. Al comienzo, habría sido catastrófico.
Vista del fondo de la casa de Magoya |
El living-comedor de la casa es espacioso y muy convencional, tiene todo
lo que tendría un típico living-comedor, además de un piano de media cola y
muchísimas plantas tropicales, que contrastan con la nieve que se vislumbra a
través de las cortinas translúcidas, pero que aquí dentro viven gracias a la
eficiente calefacción central. Me pregunto por la presencia del piano, pero ya
tendré la respuesta en un rato.
Por la escalera vienen bajando los hijos de Magoya y Mark. Primos
terceros de mis hijos. Un niño de doce años y una niña de cuatro. Magoya ya me
ha hablado de ellos. Sus miradas expectantes y sus sonrisas a medias me dicen
que esperaban mi llegada, la visita de una prima que viene de un reino muy muy
lejano.
Por la puerta principal, quitándose sus zapatos, van entrando Anna y
Sebastian. Él es nieto de uno de los primos de mi padre. Lo supe después de
dibujar una tarde entera el árbol genealógico, lo que no fue nada sencillo. Llegan
desde una ciudad a varios kilómetros de Varsovia. Vienen por mí, a desayunar
conmigo. Ellos no serían más especiales que otros muchos primos que ahora mismo
estarán durmiendo en diversas ciudades de Polonia, si no fuera porque Anna, la
esposa de Sebastián, es traductora de español y hace unos meses le pidieron que
me escribiera, sabiendo que no hablo polaco y que vivo en un país donde se
habla español. A eso ha seguido un intenso intercambio epistolar por email. Por
eso han dejado a sus hijos durmiendo en esta madrugada de domingo para venir
hasta Varsovia a conocerme.
Magoya es una gran cocinera. Se sabe que la comida es la forma más
difundida en el mundo de mostrar que alguien es bienvenido. Bueno, pues la mesa
está llena de tazas y platillos donde será servido el té, y unas bandejas con
unas tortas que lucen muy bien. Ella me señala los diferentes manjares y me
dice sus nombres en polaco, intentando traducirlos a algo que se le parezca en
inglés. Sí, me suenan sus nombres en inglés, pero nunca recordaré cómo se
llaman en polaco. Como dije antes respecto a los nombres de las personas,
necesito escuchar más de un par de veces una palabra para que comience a
significar realmente algo.
La mesa se convierte entonces en una torre de Babel. Magoya habla con los
niños en polaco, Anna se dirige a mí en español, me traduce lo que Sebastian me
está preguntando en polaco. Magoya comenta en inglés la respuesta que le he
dado a Anna y que ésta ha traducido a Sebastian; ni Sebastian ni Anna saben
inglés, por lo tanto a continuación lo traduce al polaco… En el entrevero, la
niña de cuatro años ha tirado al piso la cucharita de su taza varias veces y se
ríe; Magoya la rezonga, tal vez conoce ya de su comportamiento que cuando ella
no es el centro de la reunión, tiende a hacer zafarranchos. Para distraer la
atención de la niña traviesa, Mark susurra algo al oído del pre-adolescente;
creo que le habla en holandés. Entonces el jovencito se levanta y se dirige
hacia el piano, lo descubre y se sienta frente a él. El recinto se inunda con
la una pieza de la banda sonora de la película Amelie. Hay un silencio
repentino. Cabezas ladeadas y bocas semisonrientes.
Son las 8 de la mañana; estoy en el corazón de una casa de familia polaca
que da la casualidad inaudita de que tanto ellos como yo creemos que somos primos,
basados en un abstracto árbol genealógico y lo que dicen algunos más viejos; estoy
en la ciudad de Varsovia que mis abuelos tanto habían mencionado con unas
miradas y gestos casi místicos, una ciudad relacionada con la guerra y algunos
documentales en blanco y negro muy pero muy sombríos; suena un piano mágico y
estoy desayunando un trozo de una especie de cheese cake polaca. Quiero
escribirlo para que no se me olvide. En unos años, yo misma no me daré crédito.
Siento la tibieza de la casa, del té... el sonido de ese piano... el olor de la casa... las voces superpuestas... el frío de afuera...el blanco y negro (o marrón oscuro) del paisaje invernal... recuerdo los films tan terribles del gueto...
ResponderEliminarsiempre veo una película cuando te leo...
me encanta!
Corazona!! Qué cosas lindas comentás siempre! :)
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