El beso ausente
Mi mamá no quería que yo me casara con él. Decía que tenía la piel mucho más oscura que yo, y que eso no estaba"de acuerdo con la naturaleza"; que él estudiaba una carrera sin futuro alguno y que su familia ni siquiera tenía propiedades
Entonces me lo juró y lo cumplió. Que haría de mi noviazgo, mientras durara, un infierno.
Yo volvía de Facultad y encontraba la comida fría sobre la mesa de la cocina. Antes ella me había esperado hasta cualquier hora, después de que los demás se hubieran acostado, con la comida en el horno, para servírmela y preguntarme sobre mis novedades cotidianas. Ahora, la casa estaba intencionalmente oscura cuando yo llegaba, y un plato frío y seco me esperaba sobre la mesa. Ni cubiertos ni vaso. Que el hecho de que me cocinara ya era más de lo que yo merecía.
La amenaza de que arruinaría mi noviazgo mientras durara se cumplió: no duró mucho, y ella se mantuvo firme hasta su fin. Porque un día la sorprendimos con la noticia de que nos casábamos. Tal vez si ella me hubiera permitido tener un noviazgo más normal, en paz, yo me habría dado cuenta de que él tenía un carácter insoportable y no habría seguido hasta las últimas consecuencias. Pero la forma en que ella me trató convirtió nuestra relación en una Cruzada. En la fiebre juvenil de esa guerra nos propusimos casarnos, y así, ella precipitó lo que tanto había temido. Arruinó el noviazgo mientras duró, sí, pero eso significó poco tiempo. El resto de la vida corrió por nuestra cuenta. Y nunca me arrepentiré de haber hecho de mi Cruzada la historia más romántica que he escuchado en mi vida.
Hace unos día cumplimos 22 años de casados.
Hay registros en video de la ceremonia en el Registro Civil. Están en VHS. Los miré varias veces a lo largo de estos 22 años. Hay una parte que inmortaliza el berrinche de mi madre. Cuando el Juez nos da sus deseos de felicidad, nosotros giramos sobre nuestros talones y nos lanzamos en brazos de quienes nos estaban acompañando. Mis suegros, mi padre, nuestros mejores amigos. Cuando el borbollón de gente me empuja imperceptiblemente hasta mi madre, allí nos encontramos, por primera vez, cara a cara. Ella no sonríe; es más, su mirada apunta, no a mis ojos, sino a mis hombros. Yo, que vengo con una sonrisa de oreja a oreja, de pronto la contraigo como una flor carnívora que se cierra ante la presa. Nos damos un beso obligado, que dura un segundo. Entonces yo vuelvo a darle la espalda, a desplegar mi sonrisa y a abrazar a alguien más. Ella se queda ahí, mirándose los zapatos.
Le cuento a todo el mundo sobre el beso de mi madre inmortalizado en el VHS. De los que no estuvieron allí presentes ni vieron alguna vez el video, nadie me cree. Entienden que no nos llevemos bien, pero no pueden creer que una madre no sonría mientras besa a su hija recién casada. Al menos por piedad, por ternura, por emoción de verla casada. Una madre tiene que sonreír, de alguna manera, acariciarle el rostro, susurrarle una bendición al oído. No me creen. Pero mi reproductor de VHS hace tiempo que ha dejado de funcionar, por lo que es aún más difícil demostrar lo que les cuento.
Hace algunos meses transformé mis VHS a DVD. Cuando los fui a recoger, el hombre detrás del mostrador me explicó que mis VHS tenían hongos de tan viejos, y que algunas partes fueron recortadas. "No mucho", dice, "sólo unos segundos acá, algún otro segundo allá. Pero es mi obligación decírselo". No importa. Unos segundos en videos que duran 2 horas, no puede ser una gran pérdida.
Para nuestro aniversario número 22, algunos amigos se largaron a casa para compartir la tarde. No había un festejo propiamente dicho, pero son amigos nuevos, de esos a los que la vida va dando lugar cada año. Son de esos que no me creen, de esos que no nos imaginan tersos y lozanos como éramos hace 22 años. Cuando supieron que ahora yo tenía una versión en DVD para exhibir, no dudaron en caer en casa. Nos sentamos frente a la tele, a pasar un buen rato chillando cosas como "¡No puede ser que se usara esa ropa!".
Cuál no sería mi sorpresa al advertir que el beso frío, helado, opaco, desgarrador, de mi madre, no está. Fue uno de esos segundos que el hombre me advirtió. De todos los segundos que caben en 2 horas, los hongos eligieron comerse al beso de mi madre. Mis nuevos amigos siguen sin creerme.
Por mi parte, creo que esto puede significar algo. No sé de biología, pero dicen que una de las funciones de los hongos es participar del proceso de descomposición de la materia orgánica. Algo que ya está muerto, los hongos lo terminan de desintegrar. Creo que no es trivial que hayan elegido justo esa parte de la cinta.
Entonces me lo juró y lo cumplió. Que haría de mi noviazgo, mientras durara, un infierno.
Yo volvía de Facultad y encontraba la comida fría sobre la mesa de la cocina. Antes ella me había esperado hasta cualquier hora, después de que los demás se hubieran acostado, con la comida en el horno, para servírmela y preguntarme sobre mis novedades cotidianas. Ahora, la casa estaba intencionalmente oscura cuando yo llegaba, y un plato frío y seco me esperaba sobre la mesa. Ni cubiertos ni vaso. Que el hecho de que me cocinara ya era más de lo que yo merecía.
La amenaza de que arruinaría mi noviazgo mientras durara se cumplió: no duró mucho, y ella se mantuvo firme hasta su fin. Porque un día la sorprendimos con la noticia de que nos casábamos. Tal vez si ella me hubiera permitido tener un noviazgo más normal, en paz, yo me habría dado cuenta de que él tenía un carácter insoportable y no habría seguido hasta las últimas consecuencias. Pero la forma en que ella me trató convirtió nuestra relación en una Cruzada. En la fiebre juvenil de esa guerra nos propusimos casarnos, y así, ella precipitó lo que tanto había temido. Arruinó el noviazgo mientras duró, sí, pero eso significó poco tiempo. El resto de la vida corrió por nuestra cuenta. Y nunca me arrepentiré de haber hecho de mi Cruzada la historia más romántica que he escuchado en mi vida.
Hace unos día cumplimos 22 años de casados.
Hay registros en video de la ceremonia en el Registro Civil. Están en VHS. Los miré varias veces a lo largo de estos 22 años. Hay una parte que inmortaliza el berrinche de mi madre. Cuando el Juez nos da sus deseos de felicidad, nosotros giramos sobre nuestros talones y nos lanzamos en brazos de quienes nos estaban acompañando. Mis suegros, mi padre, nuestros mejores amigos. Cuando el borbollón de gente me empuja imperceptiblemente hasta mi madre, allí nos encontramos, por primera vez, cara a cara. Ella no sonríe; es más, su mirada apunta, no a mis ojos, sino a mis hombros. Yo, que vengo con una sonrisa de oreja a oreja, de pronto la contraigo como una flor carnívora que se cierra ante la presa. Nos damos un beso obligado, que dura un segundo. Entonces yo vuelvo a darle la espalda, a desplegar mi sonrisa y a abrazar a alguien más. Ella se queda ahí, mirándose los zapatos.
Le cuento a todo el mundo sobre el beso de mi madre inmortalizado en el VHS. De los que no estuvieron allí presentes ni vieron alguna vez el video, nadie me cree. Entienden que no nos llevemos bien, pero no pueden creer que una madre no sonría mientras besa a su hija recién casada. Al menos por piedad, por ternura, por emoción de verla casada. Una madre tiene que sonreír, de alguna manera, acariciarle el rostro, susurrarle una bendición al oído. No me creen. Pero mi reproductor de VHS hace tiempo que ha dejado de funcionar, por lo que es aún más difícil demostrar lo que les cuento.
Hace algunos meses transformé mis VHS a DVD. Cuando los fui a recoger, el hombre detrás del mostrador me explicó que mis VHS tenían hongos de tan viejos, y que algunas partes fueron recortadas. "No mucho", dice, "sólo unos segundos acá, algún otro segundo allá. Pero es mi obligación decírselo". No importa. Unos segundos en videos que duran 2 horas, no puede ser una gran pérdida.
Para nuestro aniversario número 22, algunos amigos se largaron a casa para compartir la tarde. No había un festejo propiamente dicho, pero son amigos nuevos, de esos a los que la vida va dando lugar cada año. Son de esos que no me creen, de esos que no nos imaginan tersos y lozanos como éramos hace 22 años. Cuando supieron que ahora yo tenía una versión en DVD para exhibir, no dudaron en caer en casa. Nos sentamos frente a la tele, a pasar un buen rato chillando cosas como "¡No puede ser que se usara esa ropa!".
Cuál no sería mi sorpresa al advertir que el beso frío, helado, opaco, desgarrador, de mi madre, no está. Fue uno de esos segundos que el hombre me advirtió. De todos los segundos que caben en 2 horas, los hongos eligieron comerse al beso de mi madre. Mis nuevos amigos siguen sin creerme.
Por mi parte, creo que esto puede significar algo. No sé de biología, pero dicen que una de las funciones de los hongos es participar del proceso de descomposición de la materia orgánica. Algo que ya está muerto, los hongos lo terminan de desintegrar. Creo que no es trivial que hayan elegido justo esa parte de la cinta.
No hay nada más terrible que un prejuicio... destroza vidas, separa, angustia, quiebra... pero por otro lado hace más fuertes a los que están en contra del mismo... da una fortaleza sobrehumana, que justamente está sobre lo mortal... está en un lugar precioso que nos trasciende... ahí ella, sin querer, hizo que se colocara el amor de ustedes.
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