Tremé y/o Barrio Sur
Tremé, el barrio de Nueva Orleans devastado por el huracán Katrina en 2005, baluarte de la cultura musical afroamericana, es el escenario donde se desarrolla la serie televisiva del mismo nombre (Treme, HBO, 2010-1013). Sus personajes, residentes ficticios pero excepcionalmente verosímiles del barrio, son acompañados por el espectador en sus andanzas para lograr la reconstrucción de sus hogares y sus vidas tras el desastre.
Treme se sumerge en las historias cotidianas de esta gente sencilla en la que lo vital (la vida, la muerte, la frustración, la esperanza) se expresa primordialmente a través de la música. Tremé está derruido, con problemas de vivienda, saneamiento, criminalidad y miseria tras la catástrofe. Y sin embargo, sigue siendo lo que es. A cualquier hora, en cualquier sitio, los músicos se juntan y expresan su persistente vitalidad a través de la música, en especial el jazz, pero también R&B, funk, folk, honky-tonk, rock.
La serie capta muy bien la atracción irresistible que ejerce el legado afroamericano de la música estadounidense. Diferentes músicos reales, no actores, fueron convocados. El trompetista Kermit Ruffins, oriundo de Nueva Orleans es uno de los actores y personajes, haciendo el papel de sí mismo, y uno de los invitados de honor es el mismísimo Elvis Costello que aparece como oyente de uno de estos espectáculos espontáneos que surgen por toda la ciudad, casualmente un show ofrecido por Ruffins. La emoción se apodera de Ruffins cuando percibe la presencia de Costello, pero su timidez no da lugar a reacción alguna. Sus amigos lo alientan a acercársele, con un diálogo aproximadamente así:
-Ve a hablar con él.
-¿De qué?
-¡De música! ¡Hazte amigo, genera un contacto! “Kermit Ruffins abre la próxima gira de Elvis Costello”, ¡quién sabe!
-¡No!
-¡Por favor, Kermit! ¡Ve a hablarle! ¡Lo mereces! ¿No quieres ser famoso? ¿Me vas a decir que todo lo que quieres hacer es emborracharte, tocar la trompeta y cocinar asados?
-Sí.
Y sobrevienen las risas.
El mensaje de la escena es que la vida de un verdadero músico, la pasión por su arte no tiene nada que ver con la fama, los contactos, el glamour. Nada que ver con la forma, podría decirse, sino con el contenido. Tocar la trompeta, eso es todo lo que quiere Ruffins. Tocar la trompeta, emborracharse y cocinar. Y compartir su música con el público y otros músicos, por supuesto.
En “uruguayo” diríamos casi lo mismo: tocar, “tomarse una” y hacer un asadito. No lo conozco personalmente, pero de oídas me arriesgaría a decir que el “Lobo” Núñez quiere lo mismo. Por eso, también arriesgando, tomando elementos de un ejercicio de mi imaginación para ponerme en su lugar, puedo decir que probablemente el 15 de febrero fue uno de los mejores días de su vida; similar al encuentro entre Ruffins y Costello en Treme, sólo que él no tuvo ni que plantearse si se animaba a hablarle a Mick Jagger. Jagger mismo golpeó a su puerta.
El entorno, lo imagino también similar, basándome además en algunas fotos y videos que circularon en las redes sociales: vivienda antigua, Barrio Sur, en las profundidades del Montevideo de hace décadas, sin mucho adorno ni pretensiones. La casa de un artista, un luthier, cuyas ambiciones se reducen –gloriosa, envidiablemente- a hacer tambores, tocar candombe, tomar cerveza con amigos.
En eso estaban el lunes cuando llegó Mick Jagger a su casa. Eso hicieron: Jagger aprendió del candombe, uno de los componentes esenciales de nuestra uruguayez, tocaron, cantaron, tomaron algo. Estaba la familia del “Lobo”, Rada, Julieta y otros geniales músicos de nuestro medio. No se podía pedir más.
Creo que los guionistas de Treme quisieron hacer de ese pedacito de ficción de la vida de Kermit Ruffins algo más trágico que lo que en realidad fue, porque estoy segura de que, fuera de cámaras, Ruffins y Costello sí hablaron. El verdadero Ruffins sufrió la catástrofe de su ciudad, sí, pero actuó en Treme, conoció a los demás músicos que también lo hicieron, y su nombre pasó a ser reconocido más allá de los círculos especializados gracias a la serie. En la ficción, para que fuera más dramática, la introversión de Ruffins no le permite ni acercarse al ídolo. Esa historia encajaría perfecto en nuestro imaginario uruguayo: los perdedores de siempre, los invisibles, los que viven en un país tan chico que nadie sabe dónde queda. La escena, si hubiera sido escrita por un guionista uruguayo, con el “Lobo” Núñez de protagonista, habría sido exactamente igual: digna de unos minutos en Whisky, El baño del Papa o La demora.
Pero como no se trató de ficción, y como bien dicen que la realidad la supera, el ídolo, esta vez en el Barrio Sur montevideano, toca él mismo a la puerta del músico. Es un pésimo guion, sí, pero a veces es justo que el virtuosismo sea reconocido, independientemente del imaginario colectivo.
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