Terminar de matar a un fantasma
Yo la quería a mi abuela paterna. La veía como un ángel. Eso me decía mi padre: “es un ángel”, sobre todo porque había logrado salir adelante con mi abuelo, que no era para nada bueno. “Borrachín” al principio de la vida, y con “poca iniciativa de hombre” durante el resto de la vida, es decir, no había sabido poner un negocio, siempre había sido empleado, como carpintero. Ella, por el contrario, había puesto un almacén, y lo había llevado adelante bastante bien para ser una mujer indefensa. (Mucho más tarde en la vida conocí la definición del complejo de Edipo).
Yo la quería, aunque alguna vez me hizo “chas chas”. Yo la quería, aunque una vez, yo ya una mujercita, se dejó manipular por mi madre y me salió con un discurso sobre las chicas serias que nunca tendrían relaciones sexuales antes del matrimonio. Igual la quería.
Ella murió el 31 de diciembre de 1996. El día antes yo había estado cumpliendo veintiocho años. Ella tenía Alzheimer, y el día 29 se atragantó con un bocado de comida, como es común de quienes sufren de ese mal. Estuvo en coma, luchando por su vida, durante un día y medio. Pasé mi cumpleaños casi sola. Mi familia ya estaba prácticamente de luto, y yo recibí llamadas telefónicas, pero la única visita de mi amiga Fernanda. A eso de las diez de la noche acostamos a mi hijo Emiliano que tenía un año y medio y esperamos que terminara mi día, con una especie de expectativa morbosa sobre si su muerte sería en el día de mi cumpleaños, de esa manera arruinándolo para siempre. El teléfono sonó cinco minutos después de la medianoche. Había fallecido siendo ya el 31 de diciembre. Volví a pensar que era un ángel: ¡había esperado a que terminara mi cumpleaños!
El día del velatorio no lo recuerdo. Sé con certeza que de mis cuatro primos, por lo menos tres no estuvieron: uno de ellos no va a ningún velatorio en el mundo; otra siempre veranea en esa fecha, y recuerdo un comentario acerca de una llamada telefónica desde un lugar muy lejano en la costa. Mi madre decía de ellos (y no recuerdo cuál de ellos quedaba exento, porque no me acuerdo quién estuvo ahí) que era una falta de respeto, porque la abuela los había prácticamente criado.
Yo dudaba. Me caían simpáticos mis primos. Pero mi abuela ya no estaría allí para aclararme las cosas.
Con el tiempo, después de su muerte, retomamos la cercanía con mis primos, una cercanía que habíamos tenido muy de niños, pero perdimos debido a los misteriosos rumbos de la vida.
En esos reencuentros, en los que hablábamos y hablábamos, porque casi no nos conocíamos, la imagen de mi abuela se me fue desfigurando. Claro, ellos sabían más que yo: ella prácticamente los había criado. Se me fue así dibujando poco a poco una imagen de mi abuela como un ser levemente diabólico: una relación de posesión y manipulación la unía a mi tío. Los niños lo sabían, y hacían todo lo posible por interponerse en las conversaciones entre madre e hijo. Ella los miraba con una especie de velado desprecio, y los desdeñaba con un movimiento leve de la mano, como si repitiera, sin mencionarlo, aquel dicho que ella me había enseñado en polaco, que se repetía en su pueblo: “Los pescados y los niños no tienen voz”. Eso me decía a mí para que yo tuviera claro que, según su tradición inamovible, mi voz no iba a ser escuchada. Lo que me molestaba, aunque por mi edad no pudiera formularlo claramente, era la comparación entre un niño y un pescado. Ni siquiera un pez, porque un pez está en el agua y es libre. Un pescado, un ser oloroso, destinado a ser descuartizado, comido y desechado. Bueno, al parecer, mis primos también eran considerados pescados cuando interrumpían las conversaciones tenebrosas entre mi abuela y mi tío, en las que ellos veían transformarse los ojos de él de una manera peligrosamente insana. Pero eran niños, y es verdad que los niños no saben expresar lo que intuyen. Pero intuyen.
Su padre, mi tío, quedó loco un tiempo después. Sí, enloqueció. No sé bien el diagnóstico, pero en la leyenda familiar, no dicha por nadie, de esas leyendas que andan por el aire sin que nadie las pronuncie, mucho se le atribuye a la relación con la abuela.
Por el contrario, ellos me decían que el abuelo era un verdadero “crack”, con un sentido del humor maravilloso, como ya era evidente, aunque la descripción que mi padre hacía de él como “borrachín” en su juventud, nublaban toda devoción. ´
Con el tiempo, mi mamá también fue revelando poco a poco episodios no muy amables de mi abuela. Por ejemplo que a ella, a mi mamá, su nuera, le levantó la mano una vez, y mi padre tuvo que salir a defenderla.
En fin. El abuelo murió en 1992, y allí estuvieron todos los primos. La abuela en 1996, y como ya dije, no hubo tanta concurrencia.
Hoy vuelve la abuela a mi vida. Estamos haciendo la sucesión de mi padre, y la casa donde mis abuelos vivían era de él, pero se las había dejado en usufructo de por vida. No era cuestión de palabra, no señor. A mi padre le gustaban las cosas bien hechas, siempre. Todo por escrito, todo con escribano. No le alcanzaba prometerles que la casa sería para ellos hasta su muerte. Tuvo que ponerle la firma. (Pienso que esa no era una virtud de mi padre; en realidad, la obsesión por las cosas exageradamente “bien hechas” suele venir de una desconfianza hacia el mundo y hacia sí mismo; como es muy fácil caer en la deshonestidad, mejor estar preparados; como Ulises y las sirenas). Entonces el traspaso del bien requiere, para poder llevarse a cabo, la demostración de que mis abuelos ya murieron. De que el “de por vida” ya fue cumplido. Una tarea sencilla. Simplemente ir a un Centro Comunal de la Intendencia y pedir una partida de defunción de cada uno. La de mi abuelo me la dieron de inmediato. El “crack”, el del sentido del humor, el que siempre estaba ahí para hacerte reír y que algo desagradable perdiera sus visos trágicos, estuvo allí para hacerme fácil el trámite.
Mi abuela no. En el Centro Comunal descubrí que no hay copia digital de su partida de defunción. La chica que me atendió pensó que era por un problema de ortografía, por el apellido difícil. Pero no. Buscamos todas las fechas y todas las posibles formas de deletrearlo. No estaba. Otra persona me habría ladrado que fuera al Registro Civil del Ministerio de Cultura, pero esta chica se compadeció, porque, según me dijo, también su apellido materno era difícil, y ella misma llamó al MEC. Le dijeron que no existía la partida de defunción de ninguna persona que se llamara así ni remotamente.
La cosa es así: mi abuela no está oficialmente muerta. Entonces, con la casa que mi padre le dejó en usufructo no se puede hacer absolutamente nada. Allí no vive nadie, pero oficialmente sí. Es decir, se trata de un fantasma legal.
Hoy tengo que ir a pasar la tarde entera en la sede principal de la Intendencia para buscar yo misma, manualmente, en los libros de 1996 y 1997, porque puede que la partida esté allí escrita a mano y que, cuando se pasaron a registro digital en algún momento de los últimos lustros, la de ella haya sido olvidada. Ojalá que sea así. Porque si no está, tendré que dar otros pasos, no muy agradables, para demostrar que murió. De hecho, ella está en el cementerio, bien guardada. No me gustaría tener que llegar a visitarla con ese objetivo.
Mientras vivía, les hizo la vida muy difícil a mi tío y a mis primos; y a mi mamá, que lo tuvo callado por mantener las apariencias. Después de muerta, ahora me ronda a mí. Tengo que sacar ese fantasma, poco angelical, de la casa.
P.D.: Conste que quise poner su foto entera, pero me dio miedo. Dicen que las fotos guardan el alma de las personas, sería una afrenta muy grande. Entonces puse sólo sus ojos, porque de hecho es lo que siento que me persigue.
Tal cual eso de los niños!! Uno aprende a valerse con el lenguaje y la postura de los adultos para tener voz y voto en el mundo...pero la intuición del ser, sale y se reprime después, nos cuesta saber cómo eramos siendo "peces", que significa eso otro de ser adulto, perdida la intuición vamos largando olor por el mundo, si somos más que unos pescados!
ResponderEliminarMuy buena esa comparación entre el pez y el pescado en nuestra evolución!!
EliminarMe encanta las historias de tu familia
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