Morir una muerte ajena
Detalle de Guernica, Picasso. |
Mi hermano llamó a su hijo Jan Modzelewski, en honor a su bisabuelo, a quien
no tuvo posibilidades espacio-temporales de conocer. Pero mi hermano llegó
hasta ese momento de la historia; el nombre elegido fue el de nuestro abuelo,
porque era el más viejo de la línea ancestral que conocíamos, y le divertía el
hecho de que se llamaran igual. Lo que mi hermano no sabía en ese momento, era
que su nombre no era el segundo en la dinastía, sino el cuarto, y que cada uno
tenía su historia, una historia diferente.
Tal vez la más fascinante sea la del Jan Modzelewski nacido en el año
1920; heroica y a la vez irónica, como pocas historias que he conocido. Jan Modzelewski era sobrino de mi abuelo, y se cruzaron en el mundo cuando ambos
vivían en Zabiele, hasta 1930 en que mi abuelo partió para Sudamérica. Fueron
10 años en la vida del pequeño Jan, pero su tío Jan ya tenía 20, y un corazón
audaz y enorme como para enamorarse de una mujer y lanzarse a lo desconocido.
Sin embargo, quien resultó más audaz finalmente no fue el tío Jan, que en
Uruguay se asentó y tuvo una vida de lo más tradicional, sino la del pequeño,
que idealista, se entregó a la resistencia polaca contra el nazismo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, existió en Polonia un ejército
clandestino contra la ocupación nazi, que constituyó la resistencia secreta más
grande de toda la Europa ocupada por los nazis. Llegaba a penetrar en sus
acciones tanto partes de Alemania como de la Unión Soviética; proveía a través
de sus espías de información a los británicos, y salvó la vida de más judíos
durante el Holocausto que cualquier otra organización aliada. Uno de los brazos más importantes de la
resistencia polaca fue la llamada Armia Krajowa (abreviada AK) que significaba
“el Ejército de casa”, fiel al gobierno polaco que se había establecido en el
exilio en Londres. La AK fue fundada en 1942, y constituyó el brazo militar del
gobierno polaco exiliado. Jan Modzelewski pertenecía a la AK.
Entre las acciones de la AK se encontraron cientos de ataques armados y
operaciones de inteligencia, la colocación de bombas en decenas de trenes de
mercancías y combates contra la policía y el ejército alemanes, además de
operaciones de represalia asesinando a oficiales de la Gestapo en respuesta a
las tácticas terroristas impuestas por los nazis sobre la población civil
polaca.
Jan tenía 23 años y vivía en Zabiele hacia 1943, cuando el ejército nazi,
a través de sus propios espías, habían comenzado a cercar su información, y
supo que estaban muy próximos a arrestarlo. Entonces su padre, Stanislaw,
hermano de mi abuelo, habló con otro de sus hermanos, Julian, que vivía en la
ciudad de Siewierz, bastante alejado de Zabiele, para que lo alojara y que se
mantuviera lejos de esas actividades que ponían en peligro su vida. Así Jan
terminó viviendo en lo del tío Julian, que tenía 6 hijos, 2 de ellos de
aproximadamente la edad de Jan, y 3 niños, entre ellos un bebé por nacer. El
primo con el que Jan tenía una mejor relación era Henryk. Dos años más joven
que Jan, habían compartido una niñez y adolescencia con visitas esporádicas de
la familia de Julian a Zabiele, pero cuando así había sido, Jan recordaba el
entusiasmo con el que había siempre esperado y recibido a su primo Henryk; las
comidas suculentas dentro de la casa, que se preparaban con diferentes platos
para agasajar a la familia de visita, y luego salir a correr por el fondo de la
casa, corretear con los perros, treparse a árboles o esconderse uno del otro
por horas, hasta que uno se aburría y entraba nuevamente a la casa, dejando
plantado al demasiado bien escondido. Pero esta vez en que Jan era el visitante
en Siewierz, el primo Henryk no estaba en casa para compartir su habitación. Había
sido trasladado a Alemania, como mano de obra forzada. Durante toda la guerra,
alrededor de 2 millones de polacos fueron obligados a trabajar en Alemania
forzadamente; la mayoría de ellos eran varones, y en general muy jóvenes, ya
que desde la adolescencia eran reclutados. Henryk, de veinte años recién
cumplidos, había sido trasladado para trabajar en la industria bélica, la
reparación de carreteras y puentes bombardeados, o el trabajo rural. Los
polacos, considerados por los nazis entre los demás trabajadores forzados de la
Europa ocupada como especialmente inferiores racialmente, fueron los peor
tratados, trabajando siete días a la semana, recibiendo raciones de comida más
pequeñas, y no pudiendo usar los servicios públicos como el transporte, las
iglesias o los restaurantes. Debían vestir uniformes, muchas veces del ejército
nazi, pero eran distinguidos del resto por una “P” bordada en el pecho que
anunciaba que se trataba de un polaco. Eso fue lo que vivía Henryk, mientras
Jan, huyendo de una suerte aun peor, ya que no era un ciudadano común y
corriente sino un rebelde perteneciente al ejército clandestino, se había
refugiado en casa de sus tíos.
Durante esos 2 años antes del final de la guerra, Jan se quedó con sus
tíos y ayudó a la familia en la crianza de los niños pequeños. Debía permanecer
lo más posible dentro de la casa, para evitar habladurías de los vecinos y no ser
descubierto. Cuando el pequeño Zygmunt nació en 1944, Jan fue elegido como su
padrino. Le dieron la posibilidad de proponer el nombre del recién nacido que
sería su ahijado, y Jan sugirió “Zygmunt”, porque era su nombre falso,
clandestino. Seguramente le pareció una manera de darle a su ahijado un
pedacito de su historia, transmitirle algo de su espíritu heroico. De hecho,
fue gracias a su nombre que Zygmunt supo la historia de su padrino. Se
preguntó, una vez que tuvo consciencia, por qué lo habían bautizado, a
diferencia del resto de los hombres de la familia, con un nombre diferente, inédito,
que ningún hombre de la familia había llevado antes. Porque, hasta ahora, eran
todos: Antoni, Henryk, Stanislaw, Jan… Pero Zygmunt… Fue ya muy tarde en su
vida que supo la verdad. Zygmunt había sido, entonces, el nombre que Jan utilizaba
en la clandestinidad. Cuando se referían a él entre los integrantes de la AK,
lo llamaban Zygmunt y un apellido que no trascendió, que ya no recuerda. Fue
lindo conocer el origen, porque Zygmunt pasó de ser un paria al que no habían
considerado merecedor de un nombre patriarcal, a tener una historia
revolucionaria y por lo tanto intrigante.
Fue con los rumores de que Alemania caía, que se terminaba la guerra, que
Henryk decidió escapar. Se metió en la oscuridad entre el heno que transportaba
un camión que viajaba hacia la frontera con Polonia, y huyó de los trabajos
forzados. Se pierde en la nebulosa del tiempo la manera en que la familia supo
que Henryk había llegado a Siewierz. Tal vez se había detenido, agotado, en una
casa de conocidos en las afueras, que avisaron de inmediato a la familia. Jan,
su primo del alma, salió corriendo a su encuentro. Los primos se habrán
reencontrado y abrazado largamente. Entonces comenzaron el camino de regreso a
casa, conversando animadamente sobre todas las cosas que querían contarse de lo
que habían vivido en estos largos meses separados. Henryk llevaba puesto el
uniforme del ejército alemán, porque esa era la ropa que les proveían en los
trabajos forzados, pero en ese detalle, el uniforme alemán y la letra “P” bordada para recordar a todo quien lo viera
que era polaco, de una raza inferior a la aria, no repararon. Durante toda la
Segunda guerra, Polonia fue territorio de disputa entre los nazis y el Ejército
Rojo. Pues tal fue la mala suerte que tuvieron, que un avión del Ejército rojo,
sobrevolando Siewierz, avistó a Henryk caminando con su uniforme militar
alemán, y decidió dispararle. Los muchachos se escondieron bajo un puente por
el que estaban a punto de cruzar, y para cuando se sentaron, agotados y
temblorosos, Henryk observó que a Jan le brotaba sangre de su costado. Lo había
alcanzado una bala. Desesperado, Henryk corrió entonces a la casa a conseguir
ayuda. Huía del avión, escondiéndose bajo los aleros que encontraba, pero ya
habían alertado a una patrulla, que lo persiguió hasta su casa. En la puerta,
el padre lo recibió con sentimientos encontrados. El hijo agitado y
transpirado, con los ojos desorbitados, gritando que necesitaba ayuda para Jan,
que estaba herido bajo el puente. La alegría de verlo duró los cinco segundos
antes de que empezara a gritar y a exhortar al padre a correr. De inmediato se
percató del uniforme, y de la patrulla soviética que paraba frente a la casa.
Dos soldados rusos se apearon y lo prendieron. El padre gritaba que lo dejaran.
En ruso, perfectamente comprensible para un polaco, como los que hablamos
español y los que hablan portugués se entienden mutuamente, los soldados le
preguntaron qué relación tenía con este joven de uniforme alemán. “Es mi hijo”,
dijo el viejo Modzelewski, “se acaba de escapar de Alemania, y en los trabajos forzados
utilizan ese uniforme. Miren la P bordada ”. Y lo dejaron ir.
Pero cuando llegaron bajo el puente, donde Jan había quedado aguardando
la salvación, éste yacía muerto. Aullaron entonces el padre y el hijo, por aquel primo de
25 años, que ya era parte de la familia, de sus vidas cotidianas.
Lo irónico,
pienso, fue que Jan había sido enviado por su madre a Siewierz para alejarse
del peligro de ser descubierto por el ejército nazi. Sin embargo, su fin no fue ese
ejército. Fue el Ejército Rojo, persiguiendo equivocadamente a un uniformado
alemán, que había disparado y acertado equivocadamente en Jan. Vivió entonces,
una vida propia, pero murió una muerte ajena. Ni siquiera la muerte de su primo; fue la muerte de un desconocido, de un imaginario joven soldado nazi que habría corrido por las calles de Siewierz, pero no lo hizo, porque no estuvo allí.
Cuando, en mis averiguaciones, me
dijeron que Jan había pertenecido a la
AK y que había muerto en un ataque desde un avión de guerra, me pareció una muerte
gloriosa, que confirmaba la manera en que había vivido. Poco tardé en saber la
verdadera historia, y comprender que no hay nada de heroico en una muerte
errada, por estar en el momento equivocado en el lugar equivocado. Creo que el destino
jugó sucio con Jan. Y todavía imagino los gritos de la madre en Zabiele, y de
su hermano gemelo Antoni, cuando recibieron la noticia. No fue juego limpio, no
señor, y no me puedo conformar.
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