Palabras para un hermano que se casa




El día que mi hermano nació, yo tenía 7 años y hubo un revuelo en la familia. Yo no entendía mucho, sólo que mi mamá se peleó con mi abuela, porque me habían dejado en casa de los abuelos con mis útiles para ir a la escuela, pero la abuela decidió que era una ocasión demasiado especial como para que yo fuera a la escuela como si nada hubiera pasado, y no me llevó. En su lugar, me llevó al hospital, a conocer a mi hermano. Entonces allí vi a un bebé que yo no conocía en brazos de mamá, y también vi la cara de mamá enojada preguntando por qué yo no había ido a la escuela, y la abuela con cara de desaprobación sobre la pregunta de mi madre, diciendo contundentemente que el día en que nace un hermano no es día de ir a la escuela. Yo nunca las había visto pelearse delante de mí. Supuse que tenía que ver con ese ser chiquitito que mi madre apretaba contra su pecho, e intuí, y tuve razón, que mi vida ya no volvería a ser igual.
A partir de ese momento, tuve a alguien que me molestara y a quien molestar, que no es poca cosa en la vida de un niño. Alguien que hiciera de alumno de verdad cuando yo jugaba en soledad a las maestras. Alguien que me diera la sorpresa, cuando yo estaba en la escuela y abría un libro de texto, de que me había estado rayando las páginas que yo tenía que leer en voz alta, con unos garabatos en fibra, imposibles de borrar. Me enojé muchas veces, y lo pellizqué y le arranqué mechones de pelo. No es que yo fuera tan violenta, sino que él tenía una  pelusa rubia, que parecía de algodón o de seda, que se desprendía fácilmente entre mis dedos. Y por eso me llevé muchos rezongos y castigos.
Después teníamos esas reuniones misteriosas, en que nos poníamos a “conversar”. Yo tendría 13 años, y él 6; estoy adivinando, pero la imagen fotográfica que me viene a mi retina data más o menos de esa época. Mi tarea en casa era hacer las camas, y la de él, como era hombre y chiquito, ninguna. Pero él venía con una sillita y se sentaba en el dormitorio en el que yo estuviera trabajando y me decía “vengo a conversar”. Y me preguntaba cosas de todo tipo, que yo sabía (o inventaba a partir de lo que sabía) porque ya había empezado la secundaria. Me preguntaba cómo salían plantas de las semillas, y si yo estaba segura de que existía Dios. Tal vez fue de esas conversaciones que comencé a ser un poco filósofa, y docente, nunca se sabe el origen de ciertas cosas en la vida.
Lo que sé es que después de eso, volvimos a estar muy separados y luego muy juntos otra vez, y en esos tiempos variados y caóticos lo vi tropezar, levantarse, trastabillar otra vez y volver a levantarse en diversos momentos de la vida que marcan las diferentes edades. Yo también los tuve, pero el tema de conversación hoy no soy yo evidentemente. Una de las cosas que unificó esos momentos de separación, unión, errores y amaneceres, es mi convicción de que estaba, y estoy, ante una persona que siempre quiso hacer las cosas bien. Creo que es de las mejores personas que he conocido en mi vida; sus ansias por que las cosas salgan bien, por hacer de su vida y de este mundo un lugar para ser felices es lo que lo ha mantenido peleando cuando las cosas no salían bien, y levantándose cada vez que ha tenido una derrota. Tiene ansias de que, contra viento y marea, la vida sea un sitio hermoso, y lo vuelva a ser, una y otra vez floreciendo como en cada primavera (como dicen de Peñarol). El es el solcito de una primavera eterna, siempre ahí, latente, aunque a veces haya nubarrones que no lo dejen brillar, como le pasa a todos los solcitos del universo.
Estoy segura de que ese solcito ha encontrado hoy a su luna que lo complementa. Ella tiene una sonrisa pura y una risa contagiosa que podemos reconocer, también, en las mejores personas del planeta.
Hay una serie televisiva muy popular que probablemente ustedes conozcan llamada Juego de tronos, ubicada en una Edad Media imaginaria, donde habitan dragones y zombies, y el invierno y el verano duran años cuya cantidad es imprevisible. En ese mundo, una pareja mítica de enamorados se dedican mutuamente los siguientes halagos: “Eres la luna de mi vida” le dice él, a lo que ella contesta: “Tú eres mi sol y estrellas”. La verdad es que nunca había escuchado algo tan romántico y fuera de lo común, en lugar de los ya conocidos: “mi pastelito de dulce de leche”, o “vos sos mi estufita y yo tu kerosén”, etc. Justo cuando estaba armando este parlamento, dije que mi hermano era un solcito, y que había encontrado su luna, y me vino a la mente la relación con estas frases, que para mí auguran un amor para siempre. Está amaneciendo otra vez, y creo que esta vez será, como en Juego de tronos, un verano muy largo, uno que dure todas sus vidas.

Comentarios

  1. HELENA HE VUELTO A EMOCIONARME JUNTO A MI MARIDO (QUE NO PUDO IR A LA FIESTA),ACA ESTAMOS LOS DOS CON AGUITA EN LOS OJOS COMO DICE MI HIJO SANTI DE 7 AÑOS JAJA, HERMOSO TU DISCURSO, Y ADEMAS DE HERMOSO ME DEJA LA HERMOSA SENSACION DE CONFIRMAR QUE GABI ENCONTRÓ SU ALMA GEMELA. BESOS DE UNA DE LAS HERMANITAS DE LA VIDA DE GABI

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    1. Muchas gracias, Ale! A mí me emocionó mucho ver que los emocionaba, no esperaba tanto! Besos!

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  2. ¡Que lindo Hele! Espero sentirme igual de emocionada el dia que mi hermano se case, y que encuentre a alguien que le haga muy feliz. Beso grande Hele, y felicitaciones a tu hermano!!

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  3. Que hermosooooooo llegué acá ya que se casa mi hermana, nos llevamos 7 años de diferencia... que hermosas palabras... sentí mucha emoción

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  4. Que lindo, me gustó mucho.

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