El primer recuerdo de todos



¿Cuál es tu recuerdo más antiguo? 

Mi primer recuerdo cronológicamente localizado es en la vereda, a unos pasos de mi casa, la casa donde nací en el Cerro de Montevideo, frente al colegio de monjas que todavía sigue ahí mismísimo, en la calle Bogotá. La fachada todavía también sigue ahí, pero según me contaron, sólo es la fachada, puesto que al fondo, en su larguísimo terreno que se adentraba en la manzana, se han construido varios apartamentos, por lo que muchas de las cosas que recuerdo con ternura, que tuvieron lugar en el galpón del fondo, los restos del gallinero y bajo la parra, no podrán ser revividos jamás. Pero venía diciendo que mi primer recuerdo era allí, en la vereda, más precisamente frente a la cerca de plantas que trepaban por el tejido de alambre, ocultando la casucha de chapa donde vivía un varoncito que más tarde sería el primero en jugar a ser papá de mis muñecas. El recuerdo viene envuelto en las perpetuas brumas que ha adquirido en su trabajoso viaje a través del tiempo. Estoy parada en el medio de la vereda, mirando al suelo, como me recordaré en varias ocasiones –al parecer, una de mis posturas infantiles acostumbradas, acusando mi timidez crónica- y el hijo del dueño del almacén, que quedaba unos metros más allá en la misma cuadra, hacia la playa, me pregunta cuántos años tengo. Es un muchacho joven, altísimo, de un rostro redondo y bondadoso, y un cabello negro y lacio que enmarca su rostro con un cerquillo recto. Se inclina sobre mí y me hace la pregunta, a la que yo respondo “Tres”. Tres es una palabra que a mí me suena a gris, a nube, a algodón, a niebla, por eso me acuerdo especialmente de la respuesta, y esto la convierte en mi primera memoria localizable en el tiempo. 


Me gustaría que vos me contaras, en un comentario, cuál es tu primer recuerdo. Podríamos hacer un lindo collage de esas cosas... ¿Te animás? Te espero.

Comentarios

  1. No recuerdo exactamente cuál fue el primero. A veces las fotografías y las anécdotas familiares provocan recuerdos creados, recuerdos colectivos, que en realidad no son tales sino que son representaciones de lo que creemos que serían nuestros recuerdos...

    Sobre esto de "recuerdos creados" tengo uno muy claro.

    A la edad de 4-5 años, íbamos con mis padres a a la Floresta (y otros balnearios también, sobre todo en Rocha) a descansar y pasar un rato en familia en la playa. "Recuerdo" claramente que uno de esos días, caminando entre las dunas, vi un tigre. Fue fugaz, se escondió enseguida. Me acerqué al lugar dónde se había desaparecido, y sólo vi sus huellas.

    Años después, más allá de la nitidez del recuerdo, me convencí de que lo había soñado. Un día hablando con mi viejo, me vengo a enterar que ese día en la Floresta sí existió, pero las huellas eran de un perro, no de un tigre, y que el que me había convencido de que había un tigre allí había sido él, por broma.Luego, me quedó ese "recuerdo creado" de haber visto un tigre en plena Floresta. Recuerdo contárselo a compañeros de escuela más adelante como si hubiese pasado realmente.

    Recuerdo verdadero... Tengo uno muy nítido. Tendría 5 años y vivíamos en la barra brasilera del Chui. Yo dormía en mi habitación, muy linda por cierto, muebles rosa y blanco y juego de cama acorde. El recuerdo es el de despertarme, en mi cama, y ver a centímetros mío una llama de fuego y un calor abrasador. Tenía acolchonada una parte de la pared, y ésta se estaba prendiendo fuego. Me levanto velozmente, a la vez que grito por ayuda a mis padres.
    Resultó que la estufa que tenía sobre mi cama se había quemado, y el cable se había prendido fuego.

    No creo que nunca olvide la sensación de despertarse y tener el fuego ahí, tan cerca. Asi como nunca voy a olvidar la tristeza de ver mi lindo juego de sábanas blanco y rosa todo chamuscado. Todavía lo tengo, archivado en el ropero.


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  2. Resulta bastante poético si lo cuento, pero también a esa edad de tres años, recuerdo una noche estando en el cerro en la ,por ese entonces, casa de mis abuelos -que vivían delante nuestro-. Habían prendido la estufa y yo, luego de ver el fuego encendido estiré mis dos manos para agarrarlo como habitualmente hacia con la lluvia. El resultado fue un terrible dolor. Mi abuela, luego de socorrerme, me invitó a salir con ella a la calle. Yo acepté, aunque reconozco que siempre me asustaron ese tipo de calles tan inclinadas como en las que vivíamos. Fuimos hasta la esquina, y me había sorprendido la claridad en la que veía las cosas, mi abuela apuntando la mano me hizo ver la luna; lucía gigantesca, en todo su esplendor y yo allí sentí una seguridad inusual. -"Ahí esta nuestra luna manu, que siempre nos protege"- me dijo la abuela

    Creo que este recuerdo sobrevivió por la honda impresión de sensaciones, sentimentales más que nada, que me produjo, y tal vez por que a partir de entonces siempre sentí un gusto especial por las noches de luna. Gusto que comparto con mi abuela.

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  3. Y yo estoy bendecida por esta gente que lee el blog y lo comenta... MIL GRACIAS, QUÉ BELLEZA DE APORTES!!!!!!!!!!!!!

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  4. No sé bien si es mi primer recuerdo, pero ahí va.
    Recuerdo ir al jardín de infantes en Maldonado(tendría cuatro años), me llevaba de la mano mi abuela,yo tenía un termito de los Picapiedras lleno de té con leche. Pasábamos por la panadería (que luego fue una farmacia y ahora es un Abitab)y me compraba dos corazanes salados. Lo recuerdo porque hacíamos lo mismo todos los días. Mi madre siempre criticó esa costumbre de la abuela de crear hábitos mediante la repetición de rituales, pero en cierta forma me hacía sentir segura.

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    1. Dicen que los rituales que hacen sentir seguros a los niños son, justamente, lo que los hace crecer inteligentes... Porque sienten que el mundo tiene un sentido, que no es caótico, y a partir de ahí buscan ese sentido en todo. Eso genera cabezas ordenadas y personas confiables... dicen... Vos sacarás tus conclusiones...

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    2. bueno, gracias por la interpretación, me gusta...je,je

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