Mujeres de todos los colores - Retrato
Picasso: Retrato de mujer con sombrero |
Jacqueline
Este día de vacaciones de julio, anárquico, enmarañado entre los chillidos de los niños que no están en la escuela, hay un personaje nuevo. Carola me la presenta al salir de su taller. Jacqueline. Alta y delgada, elegante y sombría como una princesa egipcia, o al menos como yo me la imagino; lleva sus ojos delineados con dedicación, su pelo largo y crespo recogido atrás en una media cola prolija, las uñas largas y cuidadas, como si tuviera un gran respeto por sí misma. Me mira directamente a los ojos y mira a Carola cuando le dice que sí, que le interesaría venir al taller de escritura.
Jacqueline es delicada como una flor de loto, que hunde sus raíces en el cieno pero permanece siempre pura, al decir de Vivekananda. En el recinto de gritos, de madres con niños mocosos prendidos a sus muslos, de chillidos histéricos y olor a puchero, Jacqueline viste como una empleada de banco, se maquilla como quien sale a tomar un café con su mejor amiga, y me cuenta que tiene un solo hijo, de doce años. Flor de loto. Cuando se dispone a escribir, revela una letra de universitaria, no comete ni una falta de ortografía. Pero cuando le pregunto “a qué te dedicás?” me responde “Ahora me estoy dedicando a superar este momento”. Misterio de esta flor de loto. Me llevará un tiempo comprender qué hace allí. Esta vez les llevo para leer a Blanca Emmi y, de nuevo, a Ruben D’Alba. Les busco al azar poemas que les puedan gustar. Como siempre, el azar no es casual, y los que elegimos tienen que ver con una visión de la vida que las motiva. Se disponen a escribir sobre la vida. Es allí cuando descubro la letra de Jacqueline. Le digo que tiene una hermosa caligrafía y ella, queriendo pero sin querer, abre una cuadernola que lleva y me muestra varias hojas escritas de ambos lados “esta es mi letra”, dice, “ahora está a la apurada”. Me acerco a los papeles que me muestra y me los oculta. “Todavía no”, dice. El “todavía” ¿se referirá a una promesa de mayor confianza? Me cuenta que ha comenzado a escribir una novela de su propia vida, y que algún día me la mostrará.
Otro día leemos un cuento de Juana de Ibarbourou, tomado del libro El cántaro fresco, titulado “Tentación”. Es un canto a la vida salvaje, al campo y al viento que llaman a Juana, que nació en el interior del país, como una niña de costumbres silvestres. Una de las últimas frases perturba a Jacqueline: “Ay, viento, pero yo ya no puedo!”. El viento viene a buscar a la narradora para juguetear al aire libre, y ella contesta que ya no puede, que tiene un hijo que cuidar y una casa que mantener. Se queda pensando, con una tristeza honda en su mirada que me cuenta de otros tiempos donde sintió que sí podía.
Entonces me animo a preguntarle sobre su historia previa. Relata que vivía en una casa alquilada en Piedras Blancas con su madre y su hijo, pero que cuando su madre fue internada por el cáncer de mama, en sus últimos días, la casa quedó sola y una noche al volver la encontró vandalizada. Imagino a Jacqueline volviendo con su hijo desde el hospital, donde su madre da los últimos suspiros, con su piel grisácea y la piel pegada a los huesos como si alguien hubiera querido vestir con papel húmedo, pudorosamente, su esqueleto desnudo. La casita en Piedras Blancas, con su jardincito de rosales florecidos de varios colores que en esa época del año contrastan con las ramas peladas y retorcidas de los demás arbustos, no la recibe con la calidez de siempre. Hoy el portoncito que franquea el caminito de piedra laja hacia la puerta de chapa no está trancado como de costumbre. La puerta que alguna vez fue blanca y actualmente se salpica de lagunas de óxido, tiene una muesca a la altura del suelo, violentada, como si fuera la falda de una señora pudorosa y alguien hubiera osado levantar. Por allí entraron los ladrones, después, abrieron la puerta del fondo y por allí sacaron todo, absolutamente todo lo que contenía la casa, desde los muebles hasta la ropa. La desesperación la volcó a la calle, donde preguntó puerta por puerta si alguien había visto quién había dejado su casa convertida en un desierto. El escándalo llegó entonces a oídos del dueño de la vivienda, que supo así que la madre de Jacqueline estaba en sus últimos días de vida, y sabía que Jacqueline no trabajaba, sino que el alquiler se pagaba con la jubilación de la señora. Apenas falleció entonces, el dueño se presentó a darles el desalojo. Igual no tenían nada. Habían quedado durmiendo en el suelo, porque los ladrones habían vaciado la casa, habían huido hasta con los colchones. Pero al menos tenían un techo. Sin conocimientos de sus derechos, no atinó a forzar la entrada, como habían hecho los ladrones, para quedarse con lo que aún le pertenecía por derecho. Ninguna ley podría negarse a que se quedara por lo menos algunos meses en la casa cuya renta hasta ahora había pagado puntualmente. Pero algo nubla sus facultades, su instinto de conservación, y no reclama, sólo se lanza a la comisaría de la mujer, con su hijo, para decir que está en la calle, y preguntar qué puede hacer. De allí la derivan a un refugio nocturno, pero durante el día no tiene a dónde ir.
Los primeros días del invierno han sido muy crueles este año. El hijo, de once años, va a la escuela, pero Jacqueline pasa sus días sentada en las plazas y los escalones de entrada de las casas, esperando que se haga la hora en que abren el refugio nocturno. Así se enferma; una fuerte gripe, casi neumonía, termina de opacar su cuerpo como ya opaca está su alma. La internan, y el hijo, al no tener con quién quedarse, queda internado con ella, como su acompañante y un paciente más por la noche. Cuatro días de hospital y vuelve a la calle. Hasta que alguien, en el refugio nocturno, le habla de CECRECE. Así terminó aquí, y aquí comenzó a participar de todos los talleres. Aquí la asesoraron sobre lo que tenía que hacer para conseguir un trabajo. Carnet de salud para empezar, sí, pero antes tenía que recuperar todos sus documentos que también le habían robado. “Comencé de cero” me dice, mitad agobiada mitad orgullosa de todo lo que ha logrado. Y la semana que viene tiene una entrevista para comenzar a trabajar para una empresa de limpieza. “Algo es algo, aunque no es lo que sueño para mí”. Le pregunto qué es lo que sueña, y su historia sigue. Fue bailarina del SODRE, pero lo abandonó por cuidar a su padre cuando éste enfermó. Es maquilladora y trabajó para murgas. Es educadora infantil. Pero dedicada a las enfermedades de sus padres, que murieron él en el año 2002 y ella hace un mes, le impidieron trabajar. Ella siente que les debe mucho a sus padres, porque cuando ella quedó embarazada, fruto de un gran amor que al saber del embarazo la abandonó, ellos la cobijaron en su seno y al niño nunca le faltó nada.
Pienso que les debe mucho sí, porque nunca le faltó nada material, pero también pienso que deberían haberle dejado un espacio para que, sintiéndose aún cobijada por ellos cuando vivían, sintiera la necesidad de volar con sus propias alas. Ahora Jaqueline ha quedado sin el cobijo de las alas de sus padres, sin nido y sin el capital social que implica un empleo, donde las decenas de compañeros de trabajo son capaces de darte muchas manos, desde un surtido de supermercado, una colecta para pagar el alquiler, o un garage donde quedarte mientras tanto. Ella se identifica con un caballo salvaje porque nunca necesitó de un hombre, pero me pregunto si su independencia es real. Murió su madre y ella no tiene a nadie, ni siquiera un vecino que se compadeciera de su victimización ante el dueño de la casa. Entonces la independencia se convierte en su enemigo, y su caballo salvaje se encuentra de pronto solitario en una llanura árida.
Ahora ya está todo hecho. Con sus padres, han desaparecido las amarras que no le permitían volar, pero a la vez desapareció la hierba donde se alimentaba el potro de Jacqueline. Hora de salir a buscar otras praderas. Sé que Jacqueline lo está haciendo, junto conmigo y con las demás educadoras, en los diferentes talleres.
Cuando me habla de su futuro trabajo en la empresa de limpieza, parece avergonzarse, lo entreveo en el tono de su voz, en su mirada que baja delicadamente hacia la superficie de la mesa. Yo le digo entonces que me parece un trabajo buenísimo, porque le dará una estabilidad, seguro de salud, licencia, aguinaldo, todo eso, mientras ella podrá seguir buscando “poder”, para que no se apodere de ella el “ya no puedo” del cuento de Juana. Me cuenta entonces que un día se ofreció, en CECRECE, para hacerle la depilación a una compañera, y que las educadoras quedaron tan contentas en relación a su forma de trabajar, que le dijeron que podría ponerse a trabajar, por una pequeña retribución, en el mismo centro diurno. ¿Y por qué no lo hace?, le pregunto. Porque necesita materiales, y ella todavía no está recibiendo su ingreso ciudadano ni un sueldo. Bueno, acordamos, entonces cuando comience a recibirlos, se ofrecerá como maquilladora y depiladora a quienes lo necesitan.
Antes de irse, me pide que la próxima le traiga una fotocopia del cuento “Tentación”. Sigue, a pesar de nuestra conversación, fascinada con la frase “Viento, yo ya no puedo!”. Y yo estoy decidida a convencerla de que no es verdad.
Qué lindo relato Helena, ojalá Jaqueline encuentre finalmente lo que necesita para salir adelante. Saludos.
ResponderEliminarQue lindo relato! (sobre todo por que incluiste a Juana) jaja, ese es uno de los pasajes que más me gustan de ella, en el relato "melancolia" del cántaro se repite algo así como la misma idea solo que al final culmina diciendo "¡No puedo viento, estoy enferma!". La ultima producción literaria de Juana es un poco más profunda y elegiaca, donde abundan los poemas que percibis sentimientos oprimidos por el hombre y su vinculación con las drogas, están muy buenos.
ResponderEliminarseguí publicando estos relatos que están bárbaros!
Gracias! ¿Viste que cambié el formato del blog? ¿Te parece más amigable o menos? Estoy haciendo encuesta, jaja.
EliminarMuy bueno tu relato, Helena, "as usual". Un día vas a tener que empezar a darle forma a ese libro. Y los personajes irán tomando (o no) las riendas de sus vidas. Pero "algo" les tiene que pasar. ¡No dejes de escribir! "La fama es puro cuento", dice el tango. Lo que importa es que realmente sos buena en esto. El Prof. Benavides, más conocido como "el Bocha" nos contaba en su clase que una de las mejores poetisas de EEUU había sido una limpiadora de un hospital psiquiátrico. No me preguntes cómo llegó a ella. Siempre tuvo caminos insospechados y ocultos y entreverados en tiempos de ausencia de internet. Porque con la web buscás una cosa y de pronto ¡zas! Ahí está esa maravilla que desconocías. Pero lo del Bocha fue como la canción de Alejandro Lerner: "Todo al pulmón." Me encantó el relato y ciertas comparaciones. Tendría que tocar un par de temillas editoriales menores, pero otro día. ¡NO DEJES DE ESCRIBIR, SALVO EN CASO DE INCENDIO! Me gustó el cambio del blog. Hace días que no escribo nada ni en el cultural ni en el mío, propio de mi propiedad, ja ja. Ya lo haré. Bssssssssssssss
ResponderEliminarMe encantó el "en caso de incendio", jajajajajajaja. Prometo NO seguir escribiendo si se me está incendiando la casa, jajaja.
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