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Mostrando entradas de marzo, 2013

Despedidas y encuentros

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La víspera del día que murió mi padre, yo estaba a punto de dormirme cuando me sobresaltó un golpe en la puerta del dormitorio. Mi marido estaba mirando la televisión con auriculares para no molestarme, por lo que no había escuchado nada. “Alguno de los chiquilines golpeó la puerta” le dije, incorporándome. “Entrá”, ordenamos al unísono, pero la puerta no se abrió. Entonces él se levantó y comprobó que no había nadie. La casa estaba sumida en el silencio. Veinticuatro horas más tarde, mi padre murió, mientras dormía, en la residencia de ancianos donde vivía hacía alrededor de un año. Ese día, el que transcurrió entre el golpe en la puerta y su muerte, no fui a verlo. Pero mi madre sí. Había alerta climática ese día, una lluvia y un viento insistentes que doblegaban a los árboles más jóvenes y a los transeúntes empecinados, pero ella sintió que necesitaba verlo. Así que agarró su campera de nailon con capucha, porque no había paraguas que resistiera, y ahí fue, cargando con esa

Odisea por las Europas IV

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Sábado 23 de febrero:  Ayer llegué a Vilnius. Sabía que sería extraño, que no sería exótico, y por eso sería tan extraño. Pero eso no es culpa de Vilnius, sino, otra vez, “culpa” de la amistad. El aeropuerto de Vilnius es diminuto, y la salida da a unos halls pequeñitos con asientos para esperar o ser esperado. Cinco pasos más adelante, la calle, con sus veredas húmedas de nieve, hielo y charcos de lo que hace horas ha sido nieve y hielo, y comienza a derretirse, entreverado con la tierra y el humo del tránsito. Algunos pasajeros se abrazan con personas que allí esperan. Yo estoy sola. Doy algunas vueltas para asegurarme de que todavía nadie me espera. Entonces la oigo, el grito de “Gelchi!” [sic] que hace tantos años no escuchaba. Viene del “Helcia”, el diminutivo en polaco de Helena con el que me llamaban mis abuelos y mis padres. Mis más cercanos amigos de la adolescencia, apenas descubrían cómo me llamaban en casa, adoptaban el apodo porque les daba risa. Y a mí siempre me enc

Odisea por las Europas III

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Estas páginas llegan a los lectores bastante diferidamente, ya que cuando me dispongo a escribir, en el apartamento de mi amiga Marisa en Vilnius, ella no tiene wifi y sólo un laptop que le dieron en su trabajo para que durante los días que pidió de licencia para estar conmigo pudiera seguir conectada. El laptop tiene un pincho de internet móvil que, paradójicamente, es inmóvil porque tiene la contraseña incorporada a la máquina, y sólo tiene exploradores de internet como programas para manejar. Además, ella la necesita porque está trabajando a distancia. Por lo tanto, apenas reviso el correo, respondo a las apuradas, pero no entro al Facebook ni descargo fotos de mi cámara. Para eso tengo este entrañable netbook, que sin embargo aquí no tiene internet. De cualquier manera, intentaré ir recopilando los datos de estos días tan nutridos para que puedan, aunque sólo sea al final del viaje, leer mis aventuras. Martes 19 de febrero: Soy doctora. Tras haber enloquecido a la dulce